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Con un sonoro resoplido, Sorilea, que había seguido con la mirada la marcha de Sarene y las Atha’an Miere, se volvió y dirigió su ceño a las hermanas agrupadas al extremo de la habitación. Los brazaletes tintinearon en sus muñecas cuando se ajustó el chal. Otra que no parecía de muy buen humor. Las Atha’an Miere tenían unas ideas peculiares sobre las «salvajes Aiel» —aunque, a decir verdad, no mucho más extrañas que algunas que la propia Cadsuane había tenido antes de conocer a Sorilea—, y a la Sabia no le gustaban un pelo.

Cadsuane salió a recibirla con una sonrisa. Sorilea no era una mujer a la que una llamaba para que se acercara. Todo el mundo pensaba que se estaban haciendo amigas —lo que aún podía ocurrir, comprendió con sorpresa— pero nadie sabía lo de su alianza. Eben apareció con la bandeja y pareció aliviado cuando Cadsuane dejó la copa media vacía en ella.

—Anoche, a última hora —empezó Sorilea cuando el muchacho de chaqueta roja regresó presuroso junto a Daigian—, Chisaine Nurbaya pidió servir al Car’a’carn. —Su voz estaba cargada de desaprobación—. Antes de que amaneciese, Janine Pavlara lo pidió, después lo hizo Innina Darenhold y a continuación Vayelle Kamsa. No se les ha permitido hablar entre ellas. No puede ser connivencia. Acepté sus peticiones.

Cadsuane emitió un sonido irritado.

—Supongo que ya las tendrás cumpliendo castigo —murmuró, pensando a toda velocidad. Diecinueve hermanas habían estado prisioneras en el campamento Aiel, las diecinueve hermanas enviadas por la necia Elaida para raptar al chico, ¡y ahora todas ellas habían jurado seguirlo! Esas últimas eran las peores—. ¿Qué podría inducir a unas hermanas Rojas a jurar lealtad a un hombre que puede encauzar?

Verin empezó a hacer una observación, pero se calló por causa de la Aiel. Curiosamente, Verin se había tomado su propio aprendizaje forzoso con la querencia de una grulla a un pantano. Pasaba más tiempo en el campamento Aiel que fuera de él.

—Nada de castigo, Cadsuane Melaidhrin. —Sorilea hizo un gesto desdeñoso con la nervuda mano que produjo otro tintineo de los brazaletes de oro y marfil—. Intentan saldar un toh que no puede saldarse. Tan absurdo a su modo como el que nosotras las llamáramos da’tsang para empezar, pero quizá todavía puedan redimirse si tienen voluntad de intentarlo.

La mujer parecía convencida de que todas las Aes Sedai responderían adecuadamente con el tiempo, sometidas al aprendizaje de las Sabias.

—Espero que seguirás vigilándolas estrechamente —comentó Cadsuane—. Sobre todo a esas cuatro últimas. —Estaba segura de que guardarían aquel ridículo juramento, aunque quizá no siempre del modo que le gustaría al chico, pero siempre existía la posibilidad de que una o dos fueran del Ajah Negro. Hubo un tiempo en que pensó que estaba a punto de extirpar de raíz al Negro, sólo para acabar viendo cómo su presa escapaba entre sus dedos como el humo; era su más amargo fracaso, a excepción quizá de no enterarse de lo que el primo de Caraline Damodred se había traído entre manos en la Tierras Fronterizas hasta que lo supo con años de retraso, demasiado tarde para remediar nada. Ahora, incluso el Ajah Negro parecía una diversión para distraerla de lo que era realmente importante.

—A las aprendizas siempre se las vigila estrechamente —replicó la envejecida Aiel—. Creo que he de recordar a estas otras que deberían estar agradecidas por haberles permitido haraganear como jefes de clan.

Las cuatro hermanas que quedaban delante de la chimenea se levantaron con gran rapidez al verla aproximarse, hicieron profundas reverencias y escucharon atentamente lo que les dijo en voz baja, sin dejar de sacudir el índice. Sorilea pensaría que tenía mucho que enseñarles, pero ellas ya habían aprendido que un chal de Aes Sedai no ofrecía protección a una aprendiza de Sabia. El toh, a entender de Cadsuane, se parecía muchísimo a un castigo.

—Es… formidable —murmuró Verin—. Me alegro mucho de que esté de nuestra parte. Si es que lo está.

Cadsuane le asestó una mirada cortante.

—Tu apariencia es la de una mujer que tiene algo que decir pero que no desea hacerlo. ¿Es sobre Sorilea? —La alianza se había establecido en términos muy vagos. Hubiese o no amistad, podía muy bien ocurrir que la Sabia y ella estuviesen apuntando a diferentes objetivos.

—No —contestó la pequeña y regordeta hermana. A despecho de su cara cuadrada, el hecho de ladear la cabeza hacia un lado le daba el aspecto de un gorrión gordo—. Sé que no es asunto mío, Cadsuane, pero Bera y Kiruna no estaban llegando a ninguna parte con nuestras invitadas, de modo que sostuve una pequeña charla con Shalon. Tras un «afable» interrogatorio, soltó la historia entera, y Ailil lo confirmó todo una vez que comprendió que yo lo sabía ya. Poco después de que las mujeres de los Marinos llegaron, Ailil abordó a Shalon esperando descubrir qué querían del joven al’Thor. Por su parte, Shalon quería saber todo lo posible acerca de él y sobre la situación aquí. Eso condujo a reuniones, que a su vez dieron paso a la amistad, y ésta desembocó en una relación de almohada. Motivada tanto por la soledad como por otras cosas, imagino. En cualquier caso, eso era lo que ocultaban con más empeño que su recíproco fisgonear.

—¿Han soportado días de interrogatorio por ocultar eso? —inquirió Cadsuane con incredulidad. ¡Bera y Kiruna habían hecho chillar a ese par durante días!

Los ojos de Verin chispearon con un regocijo contenido.

—Las cairhieninas son mojigatas y gazmoñas, Cadsuane, al menos en público. Puede que se comporten como conejas cuando se echan las cortinas, ¡pero no admitirían que tocan a sus maridos si hay alguien escuchando! Y las mujeres de los Marinos son casi igual de puritanas. Al menos, Shalon está casada con un hombre que cumple su servicio en otro lugar, y romper los juramentos del matrimonio es un delito grave. Una brecha de la adecuada disciplina, al parecer. Si su hermana lo descubre, Shalon acabaría como… «Detectora de Vientos de un bote de remos», creo que fueron sus palabras exactas.

Cadsuane fue consciente de que los adornos de su cabello se mecían cuando sacudió la cabeza. Cuando, nada más finalizar el ataque, encontró a las dos mujeres amordazadas, atadas y metidas como fardos debajo de la cama de Ailil, había sospechado que sabían más del ataque de lo que estaban dispuestas a admitir; y, cuando rehusaron explicar por qué se reunían en secreto, estuvo plenamente convencida. Incluso pensó que quizás estaban involucradas en cierto modo, a pesar de que el ataque había sido obra de Asha’man renegados, aparentemente. O, al menos, supuestos renegados. Todo ese tiempo y esfuerzo perdidos en vano. O tal vez no fuese del todo en vano, habida cuenta de que deseaban mantenerlo oculto tan desesperadamente.

—Conduce a lady Ailil de vuelta a sus aposentos, Verin, con disculpas por el trato recibido. Dale garantías muy… ambiguas de que sus confidencias se guardarán. Asegúrate de que entienda lo ambiguas y frágiles que son. Y sugiere «convincentemente» que quizá quiera mantenerme informada de todo lo que sepa respecto a su hermano.

El chantaje era una herramienta que le desagradaba utilizar, pero ya lo había usado con los tres Asha’man, y Toram Riatin todavía podía causar problemas aun cuando su rebelión pareciera haberse evaporado. En realidad, a Cadsuane le importaba poco quién se sentaría en el Trono del Sol, pero las intrigas y las maquinaciones de quienes consideraban los tronos importantes a menudo solían interferir con asuntos de mayor trascendencia.