Lo peor era que no había modo de hacérselo saber. Eso era antes del buscapersonas: estaba en el otro trabajo y él no tenía su teléfono. Lo único que podía hacer era esperar.
La tormenta había cesado cuando se encendieron las luces en el apartamento de Tara. Antar fue corriendo a la cocina para decirle lo que había pasado y descubrió que quien había entrado no era Tara, sino Lucky, que ya se había puesto a limpiar. Antar lo vigiló discretamente durante una hora poco más o menos: no parecía darse cuenta de que le veían. Se quitó la camiseta y los pantalones y se puso un trapo de cocina en torno a la cintura, a guisa de taparrabos. Luego se plantó de rodillas y fregó el suelo, no una sino dos veces. Antar le observaba inquieto, preguntándose si haría algún destrozo. Lucky tenía fama de torpe, siempre andaba dejando caer bandejas y vertiendo el té: «Es un manazas», solía decir Tara.
Poco después, Antar oyó que la puerta de Tara se cerraba de golpe. Fue a la cocina a ver si por fin había venido.
Llegó a tiempo para ver cómo se desprendía del bolso con gesto fatigado, dejándolo caer al suelo. Entonces Lucky salió precipitadamente de otra habitación haciendo algo que dejó perplejo a Antar. Se arrojó al suelo delante de Tara y le tocó los pies con la frente.
La primera reacción de Tara, instintiva, fue alzar la cabeza y mirar en dirección a la cocina de Antar. Se azoró mucho al verlo en la ventana. Lo saludó torpemente con la mano y murmuró algo a Lucky, que se puso en pie con aire avergonzado.
Antar también se sintió molesto, pero logró sonreír y devolverle el saludo. Siempre había supuesto que sólo eran amigos; incluso se había preguntado si serían amantes, aunque Lucky parecía un tanto joven para ella. Pero Tara le explicó más adelante que tenían una especie de complicado parentesco: de ahí la reverencia.
Y ahora lo había vuelto a hacer: había dejado la ventana abierta. Antar se encogió de hombros: bueno, al menos hoy no llovía. Inclinó el sudoroso rostro sobre la pila y se echó agua.
Se dirigía a su habitación cuando sonó el teléfono. Lo cogió en el cuarto de estar, dejándose caer en la silla frente a la pantalla de Ava.
Era Tara, que parecía un poco jadeante.
-¿Has recibido mi mensaje? -preguntó Antar.
-Sí, claro -contestó ella-. Parecías muy misterioso; tenía que averiguar lo que estabas haciendo.
-Ah, nada importante. Sólo un asunto de rutina que va a durar más tiempo del previsto.
-¿Ah, sí? Parece enormemente importante.
-Y tampoco me encuentro bien.
-¿Puedo ayudarte en algo? -La voz de Tara se llenó inmediatamente de preocupación-. ¿Puedo hacer alguna cosa?
-Me las arreglaré; ya he tenido esto otras veces.
-Podría pasar a verte. Sólo tienes que decírmelo.
-No, gracias. -Antar decidió cambiar de tema y preguntó-: ¿Desde dónde llamas?
-Desde el parque de la esquina de la calle Noventa y seis con Riverside. Mi monstruito está intentando trepar por un dinosaurio de fibra de vidrio.
-¿Estás en el parque? -exclamó Antar, sorprendido-. Pero si no oigo a ningún niño.
-No -repuso ella, riendo-. La mayoría anda ahí abajo, con los aspersores, empapándose de lo lindo.
Antar hizo una pausa, perplejo. Parecía que algo no cuadraba.
-¿Y hay teléfono público en el parque? -preguntó.
-No. Y si hay, no lo estoy utilizando. Una de las niñeras me ha dejado el suyo, uno de esos aparatos portátiles, como se llamen. Bueno, será mejor que te deje ya. Si cambias de opinión sobre la cena, dímelo. Puedo estar en tu casa en unos minutos.
-¿Has dicho en unos minutos? Pero seguro que tardarás por lo menos media hora en venir desde la calle Noventa y seis hasta aquí. Incluso en taxi…
-Sólo es una manera de hablar… -se apresuró a decir ella.
Justo en aquel momento, Ava emitió una señal sonora para comunicarle que estaba a punto de pasar a standby. Poco después Antar oyó la misma señal transmitida por la línea telefónica.
-Tengo que colgar -dijo Tara.
Antar dio un respingo.
-Espera un momento… -exclamó, pero ya se había cortado la comunicación.
Antar se quedó mirando al teléfono sin estar muy seguro de lo que había pasado. Por un momento tuvo la impresión de que Tara estaba con él en la habitación y su teléfono había recibido la señal de Ava.
Se pasó el dorso de la mano por la frente y no se sorprendió de que estuviera muy caliente. Ahora sí que tenía fiebre.
Decidió que había llegado el momento de acostarse.
34
Con la agenda apoyada en la rodilla y protegiéndola con el brazo de las salpicaduras de lluvia, Murugan empezó a dibujar con un bolígrafo en una página en blanco. Cuando terminó, arrancó la hoja y se la entregó a Urmila. Era el boceto de una estatuilla redondeada y ojos pintados. A un lado había una pequeña paloma, y al otro, un pequeño instrumento semicircular.
-¿Alguna vez has visto algo así? -preguntó Murugan.
Urmila observó atentamente el dibujo, con el ceño fruncido por la concentración.
-Si lo he visto, no me he fijado. Es como muchas imágenes de los templos, salvo por esto que tiene encima -dijo ella, señalando el instrumento-. ¿Qué es?
-Me parece que es una versión de un microscopio anticuado.
-¿Y a qué o a quién representa?
-Puestos a adivinar, yo diría que al demiurgo del descubrimiento de Ron. Supongo que ésta es la que estuvo detrás de todo el experimento.
-¿Cres que se trata de una mujer?
Murugan asintió con la cabeza.
-¿Dónde lo encontraste? -preguntó Urmila.
-Ahí -contestó Murugan, señalando a la pared con el bolígrafo: llovía tan fuerte ahora que no se veía el hueco, aun cuando sólo estaba a unos metros de distancia. Empezó a explicarle cómo había encontrado la efigie la noche anterior. Urmila escuchó con atención y, cuando él terminó, movió la cabeza como confirmando algo para sus adentros.
-Qué raro -dijo Urmila-. Justo el otro día estaba leyendo un libro de ensayos de Phulboni, ya sabes, el escritor a quien ayer dieron el premio en el Rabrindra Sadan. Lo que acabas de contarme me ha recordado algo que escribió hace mucho tiempo. Casi me sé el pasaje de memoria. «Nunca he sabido», así empieza, «si la vida consiste en palabras o en imágenes, en el habla o en la vista. ¿Cobra vida una historia en las palabras que suscito con la imaginación o ya existe en alguna parte, encerrada en barro y arcilla…, en una imagen, es decir, en la imitación artesanal de la vida?»