Manuel dormía ya en su cama y el silencio estaba también adormeciendo la vivienda.
– ¿Quieres que me quede en la habitación del niño?-preguntó Fabián.
– No es necesario; he mandado cambiar la cerradura de la puerta. Aunque lo intente, no volverá a escaparse -afirmó Elena.
Desde el ventanal de la salita, la plaza se veía casi desierta.
La calma era de nuevo la dueña del ambiente.
El regreso de Manuel a su casa había suavizado con creces las asperidades de una jornada espantosa. Todo volvía a su cauce, todo era una realidad indiscutible. ¿Todo?
De pronto Elena hizo una pregunta que no pudo ser contestada.
– Si Manuel ha recorrido la ciudad de arriba abajo, incluido el puerto y ha llegado hasta aquí, ¿cómo es posible que haya encontrado el camino que conducía a su casa, si nadie lo acompañaba?
Y la pregunta se quedó en el aire.
Febrero de 2011
Mercedes Salisachs