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En las páginas culinarias del periódico, un destacado restaurante era acusado de envenenar cada día a sus clientes, y en la sección de viajes se citaba el nombre de una compañía turística que supuestamente había dejado a sus clientes empantanados en España, sin habitaciones de hotel. En la última página se afirmaba que el entrenador del equipo de fútbol de Inglaterra había dicho que…

A todos los que le llamaron aquella mañana a su casa, McAlvoy les dejó bien claro que había sido despedido por Armstrong el día anterior y que se le ordenó que recogiera inmediatamente sus objetos personales de su despacho. Había salido de Armstrong House exactamente a las 16,19 horas, y dejado al subdirector a cargo de todo.

– El responsable de todo es Rushcliffe -añadió, por si hiciera falta.

Todos los miembros del personal que fueron abordados confirmaron las palabras de McAlvoy.

Stephen Hallet tuvo que llamar a Armstrong en cinco ocasiones a lo largo del día, y en cada una de ellas le comunicó que acababa de recibir una demanda, y le recomendó, también en cada ocasión, que llegara a un acuerdo lo más rápidamente posible.

El Globe informó en la página dos de la triste partida de Alistair McAlvoy como director del Citizen, después de una década de fieles servicios. Lo describían a continuación como el decano de los directores de Fleet Street, al que todos los verdaderos profesionales echarían tristemente de menos.

Al alcanzar el Globe unas ventas de tres millones de ejemplares por primera vez en su historia, Townsend organizó una fiesta para celebrarlo. Esta vez sí que asistieron la mayoría de los políticos más destacados y personalidades de los medios de comunicación, a pesar de la fiesta rival organizada por Armstrong para celebrar el octogésimo aniversario del Citizen.

– Bueno, esta vez ha acertado al menos con la fecha -comentó Townsend.

– Y hablando de fechas -dijo Bruce-, ¿cuándo puedo abrigar la esperanza de regresar a Australia? Supongo que no se habrá dado cuenta, pero no he vuelto a casa desde hace cinco años.

– No regresará a casa hasta que no haya eliminado de la cabecera del Citizen las palabras «El diario más vendido de Gran Bretaña».

Bruce Kelly no pudo reservar una plaza en un vuelo a Sydney hasta quince meses más tarde, cuando la comisión de control de tirada anunció que las ventas diarias del Globe habían alcanzado durante el mes anterior una media de 3.612.000, mientras que las del Citizen eran de 3.610.000. El titular del Globe a la mañana siguiente fue: QUÍTESELOS, sobre una foto de Armstrong, con sus ciento cuarenta kilos de peso, llevando por todo atuendo unos calzones de boxeador.

Al comprobar que la cabecera del Citizen seguía siendo la misma, el Globe informó a «los lectores más perspicaces del mundo» que el propietario del Citizen aún no había cumplido con el pago de cien mil libras derivado de su apuesta pérdida, con lo que «no es sólo un mal perdedor, sino un mal pagador de sus compromisos».

Al día siguiente, Armstrong plantó ante los tribunales una demanda por difamación contra Townsend. Incluso al The Times le pareció que eso merecía un comentario: «Sólo se beneficiarán los abogados», concluyó.

El caso llegó al Tribunal Supremo dieciocho meses más tarde y la vista duró más de tres semanas, apareciendo con regularidad en la primera página de todos los periódicos, excepto en el Independent. El señor Michael Beloff, consejero de la Reina, argumentó en nombre del Globe que las cifras de auditoría de tiradas daban la razón a su cliente. El señor Anthony Grabinar, también consejero real, señaló en nombre del Citizen que las cifras de la auditoría no incluían las ventas del Scottish Citizen que, combinadas con las del Daily mantenían la tirada cómodamente por encima de la del Globe.

El jurado se retiró a considerar su veredicto y después de cinco horas de deliberación dictaminó en favor de Armstrong por una mayoría de diez a dos. Al preguntar qué daños debían pagarse, el portavoz del jurado se levantó y declaró sin vacilación: «Doce peniques, señor juez», el precio de un ejemplar del Citizen.

El juez comunicó al consejo judicial que, teniendo en cuenta las circunstancias, cada parte debía pagar sus propios costes judiciales, que se calcularon conservadoramente en un millón de libras para cada parte. El consejo admitió la propuesta y empezó a dictaminar sus órdenes.

Al día siguiente, el Financial Times, en un largo artículo sobre los dos barones de la prensa, predijo que uno de los dos terminaría por provocar la caída del otro. No obstante, el periodista revelaba que el juicio había ayudado a aumentar las ventas de los dos periódicos que, en el caso del Globe, sobrepasaron por primera vez los cuatro millones de ejemplares.

Al día siguiente, el precio de las acciones de los dos grupos aumentaron en un penique.

Mientras Armstrong se dedicaba a leer lo que se publicaba sobre él mismo en los innumerables artículos de prensa dedicados al juicio, Townsend se concentraba en un artículo publicado en el New York Times, que Tom Spencer le había enviado por fax.

Aunque nunca había oído hablar de Lloyd Summers, o de la galería de arte cuyo contrato de alquiler estaba a punto de expirar, al llegar a la última línea del fax comprendió por qué Tom había escrito en letras mayúsculas en la parte superior: PARA SU ATENCIÓN INMEDIATA.

Tras haber leído el artículo por segunda vez, Townsend le pidió a Heather que se pusiera en contacto con Tom y que le reservara después plaza en el siguiente vuelo a Nueva York.

A Tom no le sorprendió que su cliente le llamara minutos después de haber recibido el fax. Al fin y al cabo, buscaba desde hacía más de una década una oportunidad para apoderarse de un paquete sustancial de acciones del New York Star.

Townsend escuchó atentamente a Tom, que le comunicó todo lo que había descubierto sobre el señor Lloyd Summers y por qué su galería de arte buscaba un nuevo lugar donde instalarse. Una vez agotadas todas las preguntas que tenía para plantearle, dio instrucciones a su abogado para que concertara una entrevista con Summers lo más rápidamente posible.

– Volaré a Nueva York mañana por la mañana -añadió.

– No hay necesidad de que venga usted todavía, Keith. Siempre puedo entrevistarme yo con Summers en su nombre.

– No -replicó Townsend-. Lo del Star es una cuestión personal. Deseo cerrar ese trato yo mismo.

– Keith, ¿se da cuenta de que si lo consigue tendrá que convertirse en ciudadano de Estados Unidos? -le dijo Tom.

– Como ya le he dicho muchas veces, Tom, eso no lo haré nunca.

Colgó el teléfono y tomó unas notas. Una vez que determinó cuánto estaba dispuesto a ofrecer, tomó el teléfono de nuevo y le preguntó a Heather a qué hora despegaba su vuelo. Si Armstrong no iba en el mismo avión podría cerrar un trato con Summers antes de que nadie se diera cuenta de que la terminación de un contrato de alquiler en el SoHo podía ser la clave para convertirse en el propietario del New York Star.

– Apuesto a que Townsend tomará el primer vuelo a Nueva York -dijo Armstrong una vez que Russell Critchley hubo terminado de leerle el artículo.

– En tal caso, será mejor que tome usted el mismo avión -aconsejó su abogado de Nueva York, sentado en el borde de su cama.