– De ningún modo -dijo Armstrong-. ¿Por qué alertar a ese bastardo sobre el hecho de que yo sé tanto como él? No, lo mejor que puedo hacer es ponerme en movimiento antes de que su avión aterrice. Acuerde una entrevista con Summers lo antes posible.
– Dudo mucho que la galería abra antes de las diez.
– En tal caso, procure estar esperándole delante a las diez menos cinco.
– ¿De qué margen de maniobra dispongo?
– Ofrézcale lo que pida -contestó Armstrong-. Incluso comprarle una nueva galería de arte. Pero, haga lo que haga, no permita que Townsend logre acercarse a él, porque si podemos convencer a Summers para que nos apoye, eso nos abrirá la puerta para llegar a su madre.
– Correcto -asintió Critchley poniéndose un calcetín-. Será mejor que me ponga en marcha.
– Sólo tiene que asegurarse de estar ante la galería antes de que abra -dijo Armstrong, y tras una pausa añadió-: Y si el abogado de Townsend llega antes, arróllelo.
Critchley podría haberse echado a reír, pero no estaba del todo seguro de que su cliente hubiera hablado en broma.
Tom esperaba frente a la salida de aduanas cuando su cliente salió por las puertas giratorias.
– Las noticias no son buenas, Keith -fueron sus primeras palabras en cuanto se hubieron estrechado la mano.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Townsend mientras los dos se dirigían hacia la salida-. Armstrong no ha podido llegar a Nueva York antes que yo, porque sé que aún estaba en su despacho del Citizen cuando despegué de Heathrow.
– Por todo lo que sé, podría continuar sentado en su despacho ahora mismo, pero Russell Critchley, su abogado en Nueva York, mantuvo una entrevista con Summers a primeras horas de esta mañana.
– ¿Firmaron un acuerdo?
– No tengo ni la menor idea -contestó Tom-. Lo único que puedo decirle es que al llegar a mi despacho, la secretaria de Summers me había dejado un mensaje en el contestador automático para comunicar que nuestra cita había sido cancelada.
– Maldita sea. En ese caso tenemos que pasar antes por la galería -dijo Townsend al salir a la acera-. No pueden haber firmado todavía un contrato. Maldita sea. ¡Maldita sea! -repitió-. Debería haber permitido que lo viera usted el primero.
– Está de acuerdo en prometerle el apoyo de sus acciones del Star, que representan el cinco por ciento, si aporta usted el dinero para una nueva galería -informó Critchley.
– ¿Y qué me va a costar eso? -preguntó Armstrong, que dejó el tenedor sobre el plato.
– Todavía no ha encontrado el edificio adecuado, pero cree que unos tres millones.
– ¿Cuánto?
– Naturalmente, usted tendría el alquiler del edificio…
– Claro.
– Y como la galería está registrada como una institución sin ánimo de lucro, hay algunas ventajas fiscales.
Se produjo un prolongado silencio al otro extremo de la línea, antes de que Armstrong volviera a hablar.
– ¿Qué hizo usted entonces?
– Al recordarme por tercera vez que tenía una cita con Townsend a últimas horas de la mañana, le dije que sí, sujeto a la firma de un contrato.
– ¿Firmó usted algo?
– No. Le expliqué que llegaba usted desde Londres, y que no tenía autoridad para firmar nada.
– Bien. En ese caso todavía disponemos de un poco de tiempo para…
– Lo dudo mucho -dijo Russell-. Summers sabe muy bien que le tiene cogido por los huevos.
– Precisamente cuando los demás creen tenerme cogido por los huevos, es cuando más disfruto dándoles por el culo -dijo Armstrong.
32
– Damas y caballeros -empezó a decir Armstrong-, he convocado esta rueda de prensa para anunciar que he informado esta misma mañana a la Comisión de la Bolsa de Valores que tengo la intención de efectuar una oferta oficial de adquisición de acciones del New York Star. Tengo la satisfacción de informarles que una gran accionista del periódico, la señora Nancy Summers, ha vendido sus acciones a la Armstrong Communications a un precio de 4,10 dólares por acción.
Aunque algunos periodistas continuaron anotando cada una de las palabras de Armstrong, la noticia ya se había anunciado en la mayoría de los periódicos desde hacía más de una semana. Los bolígrafos de los periodistas se mantuvieron preparados, a la espera de que se les diera la verdadera noticia.
– Pero hoy me siento especialmente orgulloso de anunciarles -continuó Armstrong-, que el señor Lloyd Summers, hijo de la señora Summers, y director de la fundación que lleva su nombre, también ha delegado en mi empresa el voto correspondiente al cinco por ciento de las acciones que posee del New York Star.
»A ninguno de ustedes le sorprenderá que tenga la intención de seguir apoyando el destacado trabajo realizado por la Fundación Summers en la promoción de las carreras de los artistas y escultores jóvenes que normalmente no tendrían la oportunidad de exponer en ninguna gran galería. Como sabrán muchos de ustedes, he estado relacionado durante toda mi vida con el arte, y en particular con los artistas jóvenes.
Ninguno de los periodistas presentes recordaba un solo acontecimiento artístico al que hubiera asistido y mucho menos apoyado Armstrong. La mayoría de bolígrafos se mantuvieron preparados.
– Con el apoyo del señor Summers, dispongo ahora del control sobre el diecinueve por ciento de las acciones del Star, y espero con ilusión convertirme en un próximo futuro en el accionista mayoritario, para asumir la presidencia del periódico en la junta anual de accionistas convocada para el próximo mes.
Armstrong levantó la mirada del texto de la declaración que Russell Critchley le había preparado y sonrió ante el nutrido grupo de rostros que le miraban.
– Y ahora, si lo desean, estaré encantado de contestar a sus preguntas.
Russell tuvo la impresión de que Dick manejaba bastante bien las primeras preguntas que se le plantearon, pero entonces concedió el turno a una mujer sentada en la tercera fila.
– Soy Janet Brewer, del Washington Post. Señor Armstrong, ¿me permite preguntarle cuál es su reacción al comunicado de prensa difundido esta mañana por el señor Keith Townsend?
– Nunca leo los comunicados de prensa del señor Townsend -contestó Armstrong-. Son más o menos tan exactos como lo que dicen sus periódicos.
– Permítame entonces que le informe -dijo la periodista, que consultó una hoja de papel-. Parece ser que el señor Townsend cuenta con el apoyo de los banqueros J. P. Grenville, que delegan en él su voto, correspondiente al once por ciento de las acciones, en su oferta de adquisición de acciones del Star. Eso, unido a sus propias acciones le permite controlar más del quince por ciento.
Armstrong la miró directamente antes de contestar.
– Como presidente del Star, estaré encantado de dar la bienvenida al señor Townsend en la junta anual del próximo mes…, como accionista minoritario.
En esta ocasión, los bolígrafos anotaron cada una de sus palabras.
Sentado en el recientemente adquirido apartamento del piso treinta y siete de la Torre Trump, Armstrong leyó el comunicado de prensa de Townsend. Emitió una risita al llegar al párrafo en el que Townsend alababa el trabajo realizado por la Fundación Summers.
– Demasiado tarde -dijo en voz alta-. Ese cinco por ciento me pertenece a mí.
Dio inmediatamente instrucciones a sus agentes de Bolsa para que compraran cualquier acción del Star que apareciera en el mercado, fuera cual fuese su precio. El precio de las acciones se disparó en cuanto estuvo claro que Townsend había dado la misma orden. Algunos analistas financieros sugirieron que, «debido a una fuerte animosidad personal», los dos estaban pagando por las acciones un precio muy superior a su valor real.