– La regla 7 B permite a cualquier accionista que asista a la junta anual general… -leía directamente del texto del pequeño libro rojo- «proponer a un candidato para ocupar cualquier puesto de la compañía». ¿Es ésa la regla a la que usted se refiere, señor? -preguntó, mirando directamente a Andrew Fraser.
– En efecto -contestó con firmeza el abogado de edad avanzada.
El secretario de la compañía tiró de la manga de la chaqueta del presidente. Una vez más, Adams se inclinó hacia él y escuchó. Andrew Fraser permaneció de pie. Un momento más tarde, el presidente se levantó y miró fijamente a Fraser.
– Como seguramente sabrá, señor, no se puede proponer un candidato alternativo para el puesto de presidente sin haberlo comunicado por escrito con treinta días de antelación, según la regla 7 B, apartado a -dijo, con una cierta satisfacción.
– Soy consciente de ello, señor -asintió Fraser, que permanecía de pie-. Pero no es para el puesto de presidente para el que propongo un candidato.
Un gran alboroto de voces estalló por toda la sala. Adams tuvo que golpear varias veces el martillo antes de que Fraser pudiera continuar.
– Deseo proponer un candidato para el puesto de director de la Fundación Summers.
Townsend no dejó de observar a Lloyd Summers, que se había quedado blanco. Miraba fijamente a Andrew Fraser, y se limpiaba el sudor de la frente con un pañuelo de seda roja.
– Pero ya tenemos a un excelente director en la persona del señor Summers -dijo el presidente-. ¿O desea simplemente confirmar su puesto? Si fuera así, puedo asegurarle que el señor Armstrong tiene toda la intención de…
– No, señor. Propongo que el señor Summers sea sustituido por la señorita Angela Humphries, la actual subdirectora.
El presidente se inclinó y trató de asegurarse con el secretario de la compañía que la moción planteada estaba dentro del orden. Tom Spencer se levantó entonces y empezó a comprobar a los asistentes para asegurarse de que todos sus reclutas se encontraban por delante del cordón rojo. Townsend pudo ver que todos los asientos se hallaban ocupados, y que varios de los llegados en el último momento tenían que contentarse con permanecer de pie en los pasillos laterales, o sentarse en ellos.
Finalmente, el secretario de la compañía le confirmó que la moción se ajustaba a las normas.
– ¿Alguien apoya la moción? -preguntó el presidente.
Ante su sorpresa, varias manos se levantaron. Adams eligió a una mujer sentada en la fila quinta.
– ¿Me puede decir su nombre, por favor? Es para las actas.
– Señora Roscoe -contestó la mujer.
– Es mi deber informarle que, de acuerdo con la regla 7 B, tendrá lugar ahora una votación que permita emitir su voto a todos los accionistas presentes. -Leyó directamente del libro rojo-. Se distribuirán las papeletas de votación, tal como se indica en los estatutos, y pueden colocar una cruz en uno de los cajetines que contienen, indicando si están a favor o en contra de la moción para sustituir al señor Lloyd Summers como director de la Fundación Summers por la señorita Angela Humphries. -Hizo una pausa y levantó la mirada-. En esta situación, me parece apropiado indicar que es la intención del consejo de administración votar por unanimidad contra esta moción, al creer que la corporación fideicomisaria ha sido bien servida por su actual director, el señor Summers, y que se le debe permitir que continúe ocupando ese puesto.
Summers miró nervioso a Adams, pero pareció tranquilizarse al ver que los miembros del consejo asentían con gestos, en apoyo de su presidente.
Los ayudantes empezaron a moverse por los pasillos laterales y a distribuir las papeletas de votación. Armstrong colocó su cruz en el cajetín marcado «EN CONTRA». Townsend puso la suya en el que indicaba «A FAVOR», y luego introdujo la papeleta en la urna de estaño que se le presentó.
A medida que continuó la votación, algunas personas de la sala empezaron a levantarse, como para estirar las piernas. Lloyd Summers permaneció sentado en silencio, derrumbado en su silla, y de vez en cuando se pasaba el pañuelo de seda roja por la frente. Angela Humphries no le miró en ningún momento.
Russell le aconsejó a su cliente que se mantuviera tranquilo y utilizara el tiempo para repasar su discurso de aceptación. Estaba convencido de que, después de la clara aquiescencia del consejo, la moción sería ampliamente derrotada.
– Pero ¿no debería hablar un momento con la señorita Humphreys, para el caso de que no lo sea? -susurró Armstrong.
– Creo que eso no sería nada prudente teniendo en cuenta las circunstancias -contestó Russell-, sobre todo si observa junto a quién está sentada.
Armstrong miró en aquella dirección y frunció el ceño. Seguramente, Townsend no podía haber…
Mientras tenía lugar el recuento de los votos, en algún lugar por detrás del estrado, Lloyd Summers trató de hacerle enojadamente una pregunta a su subdirectora. Ella lo miró y sonrió dulcemente.
– Damas y caballeros -dijo Cornelius Adams, que se levantó de nuevo de su asiento-, les ruego que regresen a sus asientos, ya que ha terminado el recuento.
Quienes habían estado charlando en los pasillos volvieron a sus puestos y esperaron a que se declarara el resultado de la votación. El secretario de la compañía le pasó una hoja de papel doblado al presidente. Éste la abrió y, como un buen juez, no ofreció en su expresión ninguna clave que permitiera adivinar el veredicto.
– Han apoyado la moción 317 votos -declaró con un tono senatorial.
Townsend respiró profundamente.
– ¿Es suficiente? -le preguntó a Tom, tratando de calcular cuántas personas se sentaban por delante del cordón rojo.
– Estamos a punto de descubrirlo -contestó Tom con calma.
– Han votado en contra 286. En consecuencia, declaro aprobada la moción por treinta y un votos. -Hizo una pausa-. La señorita Angela Humphries queda nombrada nueva directora de la fundación.
Un murmullo de voces se extendió por la sala, seguido por un gran alboroto, ya que, al parecer, todos los presentes tenían algo que decir.
– Por un margen más estrecho del que había esperado -comentó Townsend.
– Pero ha ganado usted, y eso es lo único que importa -replicó Tom.
– No, no he ganado todavía -le recordó Townsend, con la mirada muy fija en Angela.
Ahora, los presentes miraban por la sala y trataban de descubrir dónde estaba sentada la señorita Humphries, aunque no eran muchos los que sabían cuál era su aspecto. Una persona permaneció de pie en su puesto.
En el estrado, el presidente consultaba de nuevo con el secretario, que una vez más le leía directamente del texto del pequeño libro rojo. Finalmente, asintió con un gesto, se volvió hacia el público e hizo sonar el martillo para imponer orden.
El presidente miró directamente a Fraser y esperó a que los murmullos se acallaran y se restableciera una apariencia de orden.
– ¿Tiene la intención de proponer alguna otra moción, señor Fraser? -preguntó, sin hacer el menor intento por ocultar el sarcasmo de su voz.
– No, señor, no la tengo. Pero desearía saber a quién apoyará la recién elegida directora con el cinco por ciento de acciones que posee la fundación sobre la compañía, ya que eso afectará a la identidad del siguiente presidente del consejo de administración.
Por un momento, todos los presentes en la sala empezaron a hablar y mirar de un lado a otro, buscando a la nueva directora. El señor Fraser se sentó y Angela se levantó entonces de su asiento, como si se encontrara al otro lado del columpio.
El presidente desvió hacia ella toda su atención.
– Señorita Humphries -le dijo-, puesto que ahora controla usted el cinco por ciento de las acciones de la compañía, es mi deber preguntarle a quién apoyará como presidente.
Lloyd Summers no dejaba de limpiarse la frente, pero no tuvo valor para levantar la mirada hacia Angela. Ella parecía sentirse notablemente tranquila y compuesta. Esperó hasta que se produjo un silencio total.