Al aterrizar en la pista del aeropuerto Kennedy se sentía de nuevo como un hombre joven, y ya estaba impaciente por encontrarse de nuevo en su despacho. Al pasar por la aduana, observó a unos pasajeros que le señalaban y oyó murmurar: «Mira, es Dick Armstrong». Algunos de ellos hasta le saludaron. Fingió no darse cuenta, pero la sonrisa no abandonó en ningún momento la expresión de su rostro. Su limusina le esperaba ya en la sección de personalidades importantes, y fue transportado rápidamente hacia Manhattan. Se arrellanó en el asiento de atrás y encendió el televisor, pasando de un canal a otro hasta que, de repente, un rostro familiar llamó su atención.
– Ha llegado el momento de jubilarme y concentrarme en el trabajo de mi fundación -dijo Henry Sinclair, el presidente de Multi Media, el imperio editorial más grande del mundo.
Armstrong escuchaba las palabras de Sinclair y se preguntaba a qué precio estaría dispuesto a vender cuando el coche se detuvo frente al edificio del Tribune.
Armstrong descendió pesadamente del coche y cruzó la acera. Después de empujar las puertas giratorias, la gente que encontró en el vestíbulo le aplaudió hasta que llegó al ascensor. Les sonrió a todos, como si aquello fuera algo que le sucediera habitualmente fuera adonde fuese. Un cargo sindical vio cómo se cerraban las puertas del ascensor y se preguntó si el propietario llegaría a enterarse alguna vez de que los miembros del sindicato habían recibido instrucciones para aplaudirle cuando y donde apareciera.
– Tratadlo como al presidente, y empezará a creérselo -les había dicho Sean O'Really durante la reunión llena de cargos sindicales-. Y seguid aplaudiendo hasta que se acabe el dinero.
Ahora, en cada piso en el que se abrían las puertas del ascensor, los aplausos se iniciaban de nuevo. Al llegar al vigésimo primero, Armstrong se encontró con su secretaria, que ya le esperaba.
– Bienvenido a casa, señor -le dijo.
– Tiene usted razón -replicó al salir del ascensor-. Ésta es mi casa.
Sólo desearía haber nacido en Estados Unidos. Si hubiera sido así, a estas alturas ya sería presidente.
– El señor Critchley ha llegado unos pocos minutos antes que usted, señor, y le espera en su despacho -le comunicó la secretaria mientras avanzaban por el pasillo.
– Bien -asintió Armstrong, que entró en la sala más grande del edificio-. Me alegro mucho de volver a verle, Russell -saludó en cuanto el abogado se levantó para saludarlo-. ¿Ha solucionado en mi nombre el espinoso problema sindical?
– Me temo que no, Dick -contestó Russell tras estrecharle la mano-. En realidad, las noticias no son buenas por ese lado. Siento tener que informarle que vamos a tener que empezar desde el principio.
– ¿Qué quiere decir con empezar desde el principio? -preguntó Armstrong.
– Mientras estaba usted fuera, los sindicatos rechazaron el paquete de indemnizaciones que propuso usted por importe de 230 millones de dólares, y han planteado unas exigencias por importe de 370 millones de dólares.
Armstrong se derrumbó en su silla.
– Sólo tengo que marcharme un par de días y deja usted que todo se desmorone -gritó.
Miró hacia la puerta en el momento en que su secretaria entraba en el despacho y dejaba sobre la mesa, delante de él, un ejemplar de la primera edición del Tribune. Leyó el titular, que decía: «¡BIENVENIDO A CASA, DICK!».
35
– Armstrong ha hecho una oferta de dos mil millones de dólares por Multi Media -dijo Townsend.
– ¿Qué? Ésa es la actitud propia de un político que declara la guerra cuando no desea que el pueblo se dé cuenta de lo graves que son sus problemas en casa -comentó Tom.
– Posiblemente. Pero, lo mismo que sucede con esos políticos, si se sale con la suya, podría acabar por solucionar sus problemas en casa.
– Lo dudo mucho. Después de haber revisado esas cifras durante el fin de semana, si desembolsa dos mil millones de dólares lo más probable es que termine metido en otro desastre.
– Multi Media vale mucho más que esos dos mil millones -dijo Townsend-. Es propietaria de catorce periódicos que se extienden desde Maine a México, tiene nueve emisoras de televisión y la TV News, la revista de mayor venta del mundo. Su facturación alcanzó el año pasado casi los mil millones de dólares, y la compañía declaró unos beneficios superiores a los cien millones de dólares. Eso es una fábrica de liquidez.
– Por la que Sinclair espera que le den el Everest a cambio -dijo Tom-. No veo cómo puede tener Armstrong la esperanza de lograr unos beneficios de dos mil millones de dólares, sobre todo sin pedir fuertes créditos para ello.
– Sencillamente, generando más liquidez -dijo Townsend-. Multi Media funciona con piloto automático desde hace años. Para empezar, yo vendería algunas de las subsidiarias que ya no son rentables, y revitalizaría otras que deberían estar produciendo más beneficios. Pero mis esfuerzos principales se concentrarían en intensificar el negocio de los medios de comunicación, que nunca han sido debidamente explotados, utilizar la facturación y los beneficios de los periódicos y revistas para financiar toda la operación.
– Pero usted ya tiene preocupaciones más que suficientes como para meterse ahora en otra absorción -le recordó Tom-. Apenas ha logrado solucionar la huelga del New York Star, y no olvide que el banco recomendó iniciar ahora un período de consolidación.
– Ya sabe usted lo que pienso yo de los banqueros -dijo Townsend-. El Globe, el Star y todos mis intereses australianos producen ahora beneficios y es posible que no se me vuelva a presentar una oportunidad como esta. Sin duda alguna se dará usted cuenta de ello, Tom, aunque el banco no lo quiera ver.
Tom no dijo nada durante un rato. Admiraba el impulso y la innovación de Townsend, pero lo de Multi Media empequeñecía cualquier cosa que hubieran intentado hacer en el pasado. Y por mucho que lo intentara, no lograba que las cifras le cuadraran.
– Sólo se me ocurre una forma de que funcione -dijo finalmente.
– ¿Y cuál es? -preguntó Townsend.
– Ofreciéndole acciones preferenciales, nuestro paquete accionarial a cambio del suyo.
– Pero eso sería, simplemente, una absorción a la inversa. Jamás estaría de acuerdo en hacerlo, sobre todo si Armstrong ya le ha ofrecido dos mil millones en efectivo.
– Si lo ha hecho, sólo Dios sabe de dónde puede haberlos sacado -comentó Tom-. ¿Qué le parece si hablo con sus abogados y trato de averiguar si Armstrong ha hecho realmente una oferta de pago en efectivo?
– No. Ésa no es la actitud adecuada. No olvide que Sinclair es el único dueño de la empresa, de modo que tiene mucho más sentido tratar directamente con él. Eso es lo que habrá hecho Armstrong.
– Pero no es ése el estilo que suele usted emplear.
– Ya me doy cuenta de ello. Lo que sucede es que últimamente no he tenido la oportunidad de tratar con nadie que sea el propietario de su propia compañía.
Tom se encogió de hombros.
– ¿Qué sabe usted de Sinclair? -preguntó al fin.
– Tiene setenta años -contestó Townsend-, que es la razón por la que se jubila. A lo largo de su vida ha creado la corporación de medios de comunicación de propiedad privada de mayor éxito en el mundo. Fue embajador ante la Corte de St. James cuando su amigo Nixon era presidente, y en su tiempo libre ha reunido una de las colecciones privadas más exquisitas de cuadros impresionistas que se encuentren fuera de un museo nacional. También es el presidente de una fundación caritativa especializada en educación y, de algún modo, hasta encuentra tiempo para jugar al golf.