– ¿Se da cuenta ahora a qué tengo que enfrentarme? ¿Qué esperan que haga? -preguntó, sin dejar de gritar.
– Cerrar el periódico -contestó Russell con voz tranquila-, como debería haber hecho desde el primer día de la séptima semana. Para entonces se habrían conformado con un precio mucho más bajo.
– Pero si hubiera seguido su consejo, ya no tendríamos periódico.
– Y todos podríamos dormir mejor por la noche.
– Si lo que quiere es dormir por la noche, ya puede ir preparándose -dijo Armstrong-, porque voy a firmar ese acuerdo. A corto plazo, es la única forma de salir del atolladero. Pero les ganaremos al final, de eso puede estar seguro. O'Reilly está a punto de reventar. Estoy seguro de que estará de acuerdo conmigo, Peter.
Peter Wakeham no dijo nada hasta que Armstrong se volvió a mirarle. Sólo entonces asintió vigorosamente con la cabeza.
– Pero ¿dónde va a encontrar otros 320 millones de dólares? -preguntó Russell.
– Eso es problema mío -contestó Armstrong.
– También lo es mío. Necesitaré disponer del dinero minutos después de que O'Reilly estampe su firma en el acuerdo, ya que de otro modo iniciarán una huelga justo cuando estemos a punto de imprimir la siguiente edición.
– Lo tendrá -le aseguró Armstrong.
– Dick, todavía no es demasiado tarde para… -dijo Russell.
– Cierre el trato, ahora mismo -gritó Armstrong.
Russell asintió de mala gana y salió del despacho. Armstrong tomó el teléfono y pidió que le comunicaran directamente con el director.
– Barney, tengo buenas noticias -barbotó, exultante-. He conseguido convencer a los sindicatos para que acepten mis condiciones. Deseo una primera página en la que se diga que ha sido una victoria del sentido común, y un artículo de fondo sobre cómo he logrado algo que ningún otro había logrado en el pasado.
– Desde luego, si es eso lo que quiere, jefe. ¿Quiere que imprima también los detalles del acuerdo?
– No, no se moleste con los detalles. Las condiciones son tan complicadas que ni siquiera los lectores del Wall Street Journal las comprenderían. En cualquier caso, no vale la pena colocar a los sindicatos en una situación embarazosa -añadió, antes de colgar.
– Bien hecho, Dick -dijo Peter-. No tenía ninguna duda de que al final ganaría.
– Pero a qué precio -exclamó Armstrong, que abrió el cajón superior de su mesa.
– En realidad, no es tanto, Dick. O'Reilly se amilanó en cuanto le amenazó con cerrar el periódico. Lo ha tratado usted de una forma brillante.
– Peter, necesito que me firme un par de cheques -dijo Armstrong-, y como es usted el único otro director que está en Nueva York en estos momentos…
– Desde luego -dijo Peter-. Encantado de complacerle.
Armstrong colocó sobre la mesa el talonario de cheques del fondo de pensiones y abrió la tapa.
– ¿Cuándo regresa a Londres? -preguntó mientras le hacía señas a Peter para que se sentara en su silla.
– Mañana, en el Concorde -contestó Peter con una sonrisa.
– En ese caso, tendrá que explicarle a sir Paul por qué no puedo asistir a la reunión del consejo que se celebrará el miércoles, por mucho que me gustaría estar presente. Dígale que he llegado finalmente a un acuerdo con los sindicatos, en condiciones excelentes, y que para cuando informe al consejo al mes que viene ya habremos alcanzado una liquidez positiva.
Colocó una mano sobre el hombro de Peter.
– Será un placer, Dick. Y ahora, ¿cuántos de estos cheques tengo que firmarle?
– Pues ya que está en ello puede firmarlos todos.
– ¿Todo el talonario? -preguntó Peter, que se removió inquieto en la silla.
– Sí -contestó Armstrong, que le entregó su pluma-. Estarán totalmente a salvo conmigo. Al fin y al cabo, ninguno de ellos podrá hacerse efectivo mientras yo mismo no los haya firmado.
Peter emitió una risita nerviosa al desenroscar el capuchón de la pluma. Vaciló un momento, y entonces sintió que los dedos de Armstrong se apretaban ligeramente sobre su hombro.
– Su puesto como vicepresidente tendrá que ser renovado dentro de pocas semanas, ¿no es así? -preguntó Armstrong.
Peter firmó los tres primeros cheques sin protestar.
– Y Paul Maitland no ocupará su puesto eternamente, como bien sabe. Llegará un momento en el que alguien tendrá que sustituirle como presidente.
Peter continuó firmando cheques.
ÚLTIMA EDITIÓN
Doble o nada
36
Han mordido más de lo que pueden digerir, fue el titular del artículo publicado en el Financial Times. Sir Paul Maitland, sentado ante la chimenea encendida de su hogar en Epsom, y Tom Spencer, que en ese momento viajaba en un tren de cercanías desde Greenwich, Connecticut, leyeron el artículo por segunda vez, aunque sólo la mitad de su contenido tenía algún interés para ellos.
Los barones de la prensa, Keith Townsend y Richard Armstrong, parecen haber cometido el error clásico de asegurarse préstamos sobre una proporción demasiado elevada de sus valores. Ambos parecen destinados a convertirse en casos de estudio para generaciones futuras de estudiantes de la Harvard Business School.
Los analistas siempre han estado de acuerdo en que Armstrong pareció haber dado inicialmente un buen golpe al adquirir el New York Tribune por sólo veinticinco centavos, mientras que todas las responsabilidades del periódico eran asumidas por los antiguos propietarios. El golpe podría haberse convertido en un triunfo si hubiera cumplido con su amenaza de cerrar el periódico en seis semanas en el caso de que los sindicatos no firmaran un acuerdo que los comprometiera. Pero no lo hizo así, y su error se vio agravado al conceder finalmente un acuerdo de despido colectivo tan generoso que los líderes sindicales dejaron de llamarlo «Capitán Dick» para pasar a llamarlo «Capitán Santa Claus».
A pesar de ese acuerdo, el periódico continúa arrojando unas pérdidas de más de un millón de dólares semanales, aunque se cree inminente un acuerdo sobre un segundo paquete de despidos colectivos y jubilaciones anticipadas.
Pero mientras siguen aumentando las tasas de interés y continúa la moda de reducir el precio de venta de los periódicos, no pasará mucho tiempo antes de que los beneficios del Citizen y del resto del grupo Armstrong Communications sean incapaces de soportar las pérdidas de su periódico subsidiario en Estados Unidos.
El señor Armstrong todavía no ha informado a sus accionistas acerca de cómo tiene la intención de financiar el segundo acuerdo por importe de 320 millones de dólares, recientemente establecido con los sindicatos de impresores de Nueva York. La única declaración que ha hecho al respecto se ha publicado en las columnas del Tribune: «Ahora que los sindicatos han aceptado el segundo paquete, no hay razón alguna para pensar que la liquidez del Tribune no sea positiva».
La City se muestra escéptica respecto de esta afirmación y las acciones de la Armstrong Communications cayeron ayer en otros nueve peniques, hasta alcanzar las 2,42 libras…
El error de Keith Townsend…
Sonó el teléfono y sir Paul dejó el periódico, se levantó del sillón y se dirigió a su despacho para contestarlo. Al reconocer la voz de Eric Chapman le pidió que esperara un momento, mientras cerraba la puerta. Eso era algo totalmente innecesario, ya que no había nadie más en la casa en ese momento, pero cuando se ha sido durante cuatro años el embajador británico en Pekín, algunos hábitos resultan difíciles de eliminar.
– Creo que deberíamos reunimos inmediatamente -dijo Chapman.
– ¿Por el artículo del Financial Times? -preguntó sir Paul.