Para cuando agoté todas las tareas que se me pasaron por la cabeza, Jannalynn y Sam estaban manteniendo una discreta conversación. Ella estaba sentada en la punta de un taburete, sus musculosas piernas cruzadas elegantemente, y él ocupaba su puesto habitual tras la barra. La expresión de ella estaba llena de determinación, al igual que la de él; fuese cual fuese el asunto del que hablaban, era algo serio. Mantuve mi mente cerrada a cal y canto.
Nuestros clientes hacían todo lo que podían por no quedarse con la boca abierta ante nuestra joven licántropo. Danielle, la otra camarera, le echaba una ojeada de vez en cuando mientras susurraba cosas a su novio, quien había venido para pasarse toda la noche con la misma bebida para ver a su novia contonearse de mesa en mesa.
Al margen de sus posibles defectos, no podía negarse que Jannalynn tenía mucha presencia. No pasaba desapercibida allí donde fuese. (Pensé que eso se debía, en parte, a su aspecto amedrentador nada más se dejaba ver).
Entró una pareja que repasó el local con la mirada antes de escoger una mesa vacía en mi sección. Me sonaban de algo. Tras un instante, los reconocí: Jack y Lily Leeds, detectives privados de alguna parte de Arkansas. La última vez que los había visto, habían venido a Bon Temps para investigar la desaparición de Debbie Pelt, contratados por los padres de ésta. Respondí a sus preguntas en lo que ahora sé que fue una especie de estilo feérico; me había ceñido a la pura verdad, prescindiendo de su espíritu. Había disparado a Debbie Pelt en legítima defensa y no quería ir a la cárcel por ello.
Aquello pasó hacía un año. Lily Bard Leeds seguía tan pálida como entonces, silenciosa e intensa, y su marido seguía siendo atractivo y vital. Los ojos de Lily me encontraron al momento y me fue imposible fingir que no me había dado cuenta. Reacia, me acerqué a su mesa, sintiendo que mi sonrisa crecía a cada paso que daba.
– Bienvenidos de nuevo al Merlotte’s -dije, la sonrisa ya bien amplia-. ¿Qué os pongo? Hemos incluido verduras rebozadas en la carta y las hamburguesas Lafayette están riquísimas.
Lily me miró como si le hubiese sugerido que se comiese gusanos empanados, si bien Jack parecía un poco apesadumbrado. Sabía que no le hubiera importado probar la verdura rebozada.
– Supongo que una hamburguesa Lafayette para mí -pidió Lily sin ningún entusiasmo. Al volverse hacia su acompañante, se le estiró la camiseta y reveló unas viejas cicatrices que rivalizaban con las mías recientes.
Bueno, siempre hay algo en común.
– Otra para mí -dijo Jack-. Y si tienes un momento libre, nos gustaría hablar contigo. -Sonrió, y la larga y fina cicatriz de su rostro se flexionó cuando arqueó las cejas. ¿Es que tocaba noche de mutilaciones personales? Me pregunté si su chaqueta ligera, innecesaria con ese tiempo, ocultaría cosas más horribles.
– Podemos hablar. Supongo que no habréis vuelto al Merlotte’s por su maravillosa cocina -contesté, y tomé nota de las bebidas antes de dejar el pedido a Antoine.
Volví a la mesa con sus tés helados y un plato de rodajas de limón. Miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie necesitaba nada antes de sentarme frente a Jack, con Lily a mi izquierda. Era guapa, pero tan controlada y muscular que tuve la sensación de que podría jugar al frontón con ella. Hasta su mente reflejaba orden y rigor.
– ¿De qué queréis que hablemos? -pregunté, proyectando mi mente hacia ellos. Jack estaba pensando en Lily, alguna preocupación sobre su salud, no, la de su madre. Un cáncer de pecho reproducido. Lily estaba pensando en mí, haciéndose preguntas, sospechando que era una asesina.
Eso me dolió.
Pero era verdad.
– Sandra Pelt ha salido de la cárcel -informó Jack Leeds y, si bien oí sus palabras en su cerebro antes que en su boca, no pude disimular mi expresión de sorpresa.
– ¿Estaba en la cárcel? Por eso no la había visto desde que murieron los suyos. -Sus padres habían prometido que la mantendrían bajo control. Tras saber de su muerte, me pregunté cuánto tardaría en aparecer por aquí. Al no verla enseguida, me relajé-. ¿Y por qué me decís esto? -logré decir.
– Porque te odia a muerte -explicó Lily tranquilamente-. Y ningún tribunal te halló culpable de la desaparición de su hermana. Ni siquiera fuiste arrestada. Tampoco creo que jamás vayas a serlo. Quizá seas inocente, aunque no lo creo. Sandra Pelt está sencillamente loca. Y está obsesionada contigo. Creo que deberías andarte con cuidado. Mucho cuidado.
– ¿Por qué estuvo en la cárcel?
– Asalto y agresión a uno de sus primos. Había heredado una suma de dinero del testamento de sus padres, y al parecer Sandra quiso arreglar ese error.
Estaba muy preocupada. Sandra Pelt era una joven depravada y amoral. Estaba segura de que aún no había cumplido los veinte, y ya había intentado matarme una vez.
Ya no había nadie que pudiera controlarla, y su estado mental había empeorado si cabe, según los propios detectives privados.
– Pero ¿por qué habéis hecho todo el viaje para decirme esto? -objeté-. Quiero decir que lo agradezco, pero no teníais por qué…, y podríais haberme llamado por teléfono. Por lo que sé, los detectives privados trabajáis por dinero. ¿Os paga alguien para que hagáis esto?
– El patrimonio de los Pelt -dijo Lily tras una pausa-. Su abogado, que vive en Nueva Orleans, es el tutor de Sandra designado por el tribunal hasta que cumpla los veintiuno.
– ¿Cómo se llama?
Se sacó un trozo de papel del bolsillo.
– Es una especie de nombre báltico -indicó -. Es posible que no lo pronuncie correctamente.
– Cataliades -respondí, acentuando la segunda sílaba.
– Sí – dijo Jack, sorprendido-. El mismo. Un tipo grande.
Asentí. El señor Cataliades y yo éramos amigos. Era en gran parte un demonio, pero los Leeds no parecían conocer ese detalle. De hecho, no parecían saber gran cosa sobre el otro mundo, el que subyace al humano.
– ¿Entonces el señor Cataliades os ha enviado para que me aviséis? ¿Es el albacea?
– Sí. Estará un tiempo fuera, y quería asegurarse de que supieras que la chica anda suelta. Parecía sentirse en deuda contigo.
Lo sopesé. Sólo recordaba una ocasión en la que hiciera un gran favor al abogado. Lo ayudé a salir del hotel derribado en Rhodes. Era agradable comprobar que al menos una persona iba en serio cuando dijo eso de «Te debo una». Era irónico que el patrimonio de los Pelt estuviese pagando a los Leeds para avisarme del peligro de la última Pelt con vida; irónico por el lado amargo, claro está.
– Espero que no os importe que lo pregunte, pero ¿cómo se puso en contacto con vosotros? Quiero decir que seguro que hay muchas agencias de detectives privados en Nueva Orleans, por ejemplo. Vosotros aún estáis asentados en la zona de Little Rock, ¿no?
Lily se encogió de hombros.
– Nos llamó; nos preguntó si estábamos libres y nos mandó un cheque. Sus instrucciones fueron muy concretas. Los dos, en el bar, hoy. De hecho -miró su reloj de pulsera-, más que puntuales.
Se me quedaron mirando, expectantes, esperando que les explicara esa excentricidad del abogado.
Yo no paraba de darle vueltas a la cabeza. Si el señor Cataliades había decidido enviar a dos tipos duros al bar con instrucciones de llegar a tiempo, tenía que ser porque sabía que serían necesarios. Por alguna razón, su presencia era necesaria y deseable. ¿Cuándo se necesita un par de brazos fuertes?
Cuando se acercan los problemas.
Antes de saber lo que iba a hacer, me levanté y me volví hacia la entrada. Naturalmente, los Leeds siguieron mi mirada, de modo que todos observábamos hacia el mismo sitio cuando los problemas entraron por la puerta.