Выбрать главу

– Eh, Jannalynn. -Su mirada se encontró con la mía. Sus ojos estaban cambiando de forma y color. Su pequeña figura empezaba a retorcerse y convulsionarse-. Tienes que parar -proseguí. Todo lo que le rodeaba eran gritos de dolor y excitación, así como una densa atmósfera cargada de miedo (nada bueno para una joven licántropo) -. No puedes transformarte ahora. -Mantuve mi mirada clavada en la suya. No volví a hablar, pero me aseguré de que no dejase de mirarme-. Respira conmigo -continué, y ella hizo el esfuerzo. Poco a poco, su respiración fue amainando, y más lentamente sus rasgos recuperaron la forma normal. Su cuerpo dejó de moverse espasmódicamente y sus ojos volvieron a su habitual color marrón.

– Vale -contestó.

Sam puso las manos en sus delgados hombros. La estrechó con fuerza.

– Gracias, cariño -le dijo-. Gracias. Eres la mejor.

Sentí un remoto tamborileo de exasperación.

– Te he hecho morder el polvo -respondió, y soltó una risa rasgada-. ¿Ha sido un buen salto o qué? Ya verás cuando se lo cuente a Alcide.

– Eres la más rápida -se congratuló Sam con voz tierna-. Eres la mejor lugarteniente de manada que he conocido jamás. -Estaba tan orgullosa como si le hubiera dicho que era tan sexy como Heidi Klum.

Enseguida llegaron los agentes de la autoridad y tuvimos que volver a pasar por todo el proceso desde el principio.

Lily y Jack Leeds fueron llevados al hospital. Ella dijo al personal de la ambulancia que podía llevarlo en su propio coche y capté de sus pensamientos que su seguro no cubriría el coste del viaje en ambulancia. Habida cuenta de que urgencias estaba a unas pocas manzanas y que Jack podía hablar y caminar, llegué a comprender su razonamiento. No llegaron a probar sus platos y no tuve la ocasión de agradecerles el aviso y la pronta respuesta a la petición del señor Cataliades. Me pregunté más que nunca cómo consiguió hacer que llegasen al bar tan oportunamente.

Andy estaba comprensiblemente orgulloso de su parte en la resolución del incidente y recibió algunas palmadas en la espalda por parte de sus compañeros del cuerpo. Todos consideraron a Jannalynn con un desconfiado respeto apenas disimulado. Todos los clientes que se las arreglaron para apartarse de la línea de fuego no dejaban de relatar la gran patada de Lily Leeds y el gran salto de Jannalynn sobre el loco.

De alguna manera, la idea que se hizo la policía fue que esos cuatro extraños habían anunciado su intención de llevarse a Lily como rehén para desvalijar el Merlotte’s. No estaba muy segura de la credibilidad de tal asunción, pero me alegró que fuese suficiente para ellos. Si los clientes daban por hecho que la rubia en cuestión era Lily Leeds, bien por mí. Sin duda era una mujer que destacaba, y cabía la posibilidad de que los forasteros la hubiesen estado siguiendo o que decidieran robar el bar y llevársela como un plus.

Gracias a ese bienvenido error de percepción, me escabullí de posteriores interrogatorios, incluidos los de los clientes.

En el gran esquema de las cosas, pensé que ya iba siendo hora de tomarme un descanso.

CAPÍTULO 06

El domingo me desperté llena de preocupación.

La noche anterior tenía demasiado sueño cuando al final llegué a casa como para pensar demasiado en lo que había ocurrido en el bar. Pero evidentemente, mi subconsciente lo había estado mascando mientras dormía. Mis ojos se abrieron de repente, y si bien la habitación estaba tranquila y soleada, yo me encontraba sin aliento.

Tuve una sensación de pánico; no se había adueñado de mí todavía, pero estaba a la vuelta de la esquina, física y mentalmente. ¿Conocéis esa sensación? Cuando creéis que, en cualquier momento, el corazón se desbocará, que la respiración se acelerará y que las palmas de las manos se pondrán a sudar.

Sandra Pelt iba a por mí, y no sabía dónde estaba o lo que estaba planeando.

Victor iba a por Eric y, por extensión, a por mí también.

Estaba segura de que yo era la rubia que querían llevarse esos matones, y no tenía manera de saber quién los había mandado o qué pensaban hacer conmigo cuando me tuviesen, aunque alguna idea podía hacerme al respecto.

Eric y Pam estaban peleados, y estaba convencida de que en parte se debía a mí.

Y tenía una lista de preguntas, encabezada por: ¿cómo supo el señor Cataliades que necesitaría ayuda en ese preciso momento y en ese lugar concreto? ¿Y cómo se las había arreglado para mandar a los investigadores privados de Little Rock? Por supuesto, si había sido el abogado de los Pelt, podía saber que habían enviado a Lily y Jack Leeds para investigar la desaparición de su hija Debbie. No debería de informarles demasiado y sabría que se defenderían bien en una pelea.

¿Confesarían los cuatro matones por qué habían ido al bar y quién los había enviado? Y también sería útil que dijeran de dónde habían sacado la sangre de vampiro.

¿Y qué me revelarían las cosas que había extraído del compartimento secreto sobre mi pasado?

– En menudo berenjenal estoy metida -me dije en voz alta. Me tapé la cabeza con la sábana y registré la casa mentalmente. Estaba sola. Puede que Dermot y Claude se resintiesen después de su gran revelación. Parecían haberse quedado en Monroe. Suspirando, me senté en la cama, dejando que la sábana se cayera. No había manera de ocultarme de mis problemas. Lo mejor que podía hacer era priorizar mis crisis e intentar obtener información sobre cada una.

El problema más importante era el que tenía más cerca del corazón. Y la solución estaba al alcance de la mano.

Extraje suavemente el sobre y la vieja bolsa de terciopelo del cajón de la mesilla. Además de los contenidos prácticos (una linterna, una vela y cerillas), el cajón contenía los extraños recuerdos de mi extraña vida. Pero hoy sólo me interesaban las dos valiosas novedades. Las llevé a la cocina y las deposité con cuidado en la encimera, bien lejos de la pila, mientras me preparaba un café.

Mientras la cafetera goteaba, a punto estuve de desdoblar la solapa del sobre. Pero retiré la mano. Estaba asustada. En vez de ello, repasé mi agenda. Había cargado el móvil la noche anterior, así que recogí cuidadosamente el cable alimentador (cualquier retraso me valía) y finalmente, respirando hondo, pulsé el botón del señor Cataliades. Sonó tres veces.

– Aquí Desmond Cataliades -dijo su rica voz-. En este momento estoy de viaje y no puedo atenderle, pero si desea dejar un mensaje, puede que le devuelva la llamada. O no.

Demonios. Puse una mueca al teléfono, pero tan pronto sonó la señal, grabé un mensaje que esperaba que transmitiese la urgencia de hablar con el abogado. Taché al señor Cataliades (¡Desmond!) de mi lista mental y pasé al segundo método de aproximación al problema de Sandra Pelt.

Sandra seguiría persiguiéndome hasta que una de las dos estuviese muerta. Podía decir que tenía una auténtica enemiga personal. Era difícil de creer que cada miembro de su familia hubiese salido tan retorcido (especialmente habida cuenta de que Debbie y Sandra eran adoptadas), pero todos los Pelt eran egoístas, determinados y odiosos. Las chicas eran frutos de un árbol envenenado, supongo. Tenía que saber el paradero de Sandra, y conocía a alguien que podría ayudarme.

– ¿Hola? -dijo Amelia bruscamente.

– ¿Cómo va la vida en la Big Easy? -pregunté.

– ¡Sookie! ¡Dios, qué alegría oír tu voz! La verdad es que las cosas me van genial.

– Cuéntame.

– Bob se presentó en mi puerta la semana pasada -dijo.

Después de que Octavia, la mentora de Amelia, devolviese a Bob a su escuálido estado mormón, éste había estado tan enfadado con Amelia que había desaparecido como, bueno, como un gato escaldado. Tan pronto como recuperó su humanidad, Bob dejó Bon Temps para buscar a su familia, que estaba en Nueva Orleans durante el Katrina. Evidentemente, Bob se había calmado en cuanto a todo el asunto de su transformación en gato.