Выбрать главу

De nuevo, los detectives cruzaron una mirada.

– Hay gente que la sitúa en el apartamento de su marido anoche -le dijo uno de ellos.

– ¿Y qué?

– Nos gustaría saber si es cierto, eso es todo.

– ¿Y qué si lo es?

– ¿Lo es?

Aparentemente, Samara se había quedado pensativa durante un momento antes de responder. Después, dijo:

– Sí, claro. Cenamos juntos.

– ¿En un restaurante, o en el apartamento de su marido?

– En su apartamento.

– ¿Cocinó él?

– ¿Barry? ¿Cocinar? -ella se rió-. Ese hombre no sabe ni hervir agua. Me dijo que lo primero que hizo cuando compró el ático fue pedir que quitaran los muebles de la cocina para poder poner una mesa más grande.

– ¿Qué cenaron?

– Comida china. ¿Hemos terminado? -preguntó ella-. O quizá quieran saber cuántos rollitos me comí.

– ¿Se pelearon?

– No.

– Hay gente que nos ha dicho que oyeron una pelea.

– ¿Y qué? Vaya cosa. Siempre nos peleábamos.

– ¿Quién golpeó primero a quién?

– Nadie golpeó a nadie.

Jaywalker se preguntó si quizá Samara no habría sido una gran policía.

– Entonces, ¿qué clase de pelea fue?

– Fue una pelea de palabra. Creo que se llama discusión.

– ¿Sobre qué?

– ¿Y quién demonios se acuerda? Por alguna idiotez. Él empezó.

– ¿Y qué pasó después?

– No lo sé. Le dije que se fuera al cuerno y me marché. ¿Por qué no dicen ya de qué va todo esto?

– Claro. Va sobre el asesinato de su esposo.

– ¿Barry? ¿Asesinado? Me están tomando el pelo.

Ellos le dijeron que no le estaban tomando el pelo.

– Esperen un minuto -dijo entonces ella-. ¿Piensan que yo he matado a Barry?

Ellos no dijeron nada.

– Quiero un abogado -dijo Samara.

Una vez que pronunció la palabra mágica, la entrevista terminó. Sin embargo, los detectives no habían terminado en absoluto.

– ¿Le importaría que echáramos un vistazo rápido por la casa?

– ¿Tienen una orden?

– Podemos conseguirla. O puede usted ahorrarnos mucho tiempo y mucho trabajo.

Ella los miró fijamente y respondió:

– Yo no voy a ahorrarles nada.

Y con eso, ellos la esposaron, la cachearon y le leyeron sus derechos, la sacaron de la residencia y la trasladaron a la comisaría para tomarle las huellas, fotografiarla y tramitar su detención.

Aquella tarde, los detectives ya habían conseguido la orden de registro para la casa de Samara, orden que fue ejecutada de inmediato. Los detectives elaboraron una lista con más de dos docenas de artículos obtenidos en el registro. En aquel momento, todavía era difícil para Jaywalker saber qué importancia tenían la mayoría de ellos, pero al menos había tres muy fáciles de entender.

6. Un cuchillo con el mango de plata y la cuchilla de acero inoxidable, de veinte centímetros de longitud en total, con una punta afilada y una hoja de doce centímetros de largo y más de dos centímetros de ancho, de dos milímetros de espesor, con una mancha seca de color rojo oscuro.

9. Una toalla azul, con una mancha irregular de color rojo oscuro de un tamaño aproximado de 2,5 x 7,6 centímetros.

17. Una blusa de mujer, de la talla pequeña, con unas salpicaduras de color rojo oscuro en la pechera, que forman una sombra de unos 7,6 de diámetro.

Si la naturaleza de aquellos objetos era preocupante para Jaywalker, el sitio donde habían sido descubiertos era aún más perturbador: los tres estaban arrebujados detrás de la cisterna del inodoro del baño de invitados del piso superior.

Aquellos objetos, junto a los demás que se habían recogido en la escena del crimen, estaban siendo procesados en busca de restos de ADN. También se estaban analizando las huellas dactilares, y por supuesto, al cuerpo de Barry iba a realizársele una autopsia exhaustiva. Se esperaba un informe dentro de pocas semanas, así cómo los resultados de las pruebas toxicológicas y de serología. Además, también iban a realizarse análisis de los cabellos y las fibras recopilados en la escena del crimen.

Sin embargo, por muy mala pinta que tuvieran las cosas para Samara en aquel momento, Jaywalker tenía la completa seguridad de que, en poco tiempo, serían mucho peores.

Apagó la luz y se quedó tumbado en la oscuridad. La cara de Samara Tannenbaum apareció a los pies de la cama. Sus ojos eran incluso más oscuros que la habitación, y su labio inferior tenía el mismo mohín de siempre.

– Yo no lo hice -dijo.

Claro.

7.

Día 180.80

El lunes era el día «Ciento ochenta punto ochenta» para Samara, una referencia a la sección de la Ley de Procedimiento Penal que concedía a un acusado el derecho a ser liberado a menos que la fiscalía hubiera obtenido una acusación o estuviera lista para comparecer en una audiencia preliminar. Y muchos acusados salen libres: desaparecen testigos, los policías lo estropean todo o los fiscales se encuentran desbordados de trabajo y tienen que elegir entre sus casos los que son prioritarios y los que pueden dejar aparte. Algunos acusados tienen la suerte de deslizarse entre las grietas inevitables de un sistema que procesa muchos miles de casos al año.

Como Barry Tannenbaum había desaparecido en el sentido literal de la palabra, el demandante en el caso de Samara iba a ser el Pueblo de Nueva York, y la gente de Nueva York no iba a irse a ninguna parte. Que Jaywalker supiera, ningún policía había estropeado las cosas, y seguramente, Tom Burke iba a tomarse aquel caso como una prioridad, porque podía significar un gran éxito en su carrera. Teniendo en cuenta todo aquello, las posibilidades de que el caso de Samara se deslizara por una grieta y pudiera salir de la cárcel eran nulas.

Jaywalker le explicó todo aquello antes de que entraran a ver a la juez, durante una conversación de cinco minutos que mantuvo con ella en la habitación contigua a la sala del tribunal.

– Después de esta comparecencia -le dijo a Samara-, hablaremos todo lo que sea necesario, ¿de acuerdo?

Ella asintió.

Después, Jaywalker le explicó lo que iba a ocurrir cuando se presentaran ante la juez: en una palabra, nada. Cuando se comunicaba una acusación, sólo quedaba fijar una fecha para la siguiente audiencia.

– ¿Y no puedes hacer una solicitud de fianza? -preguntó Samara.

Parecía que le habían dado consejos en la cárcel, algo que nunca faltaba en Rikers Island. Los internos devoraban cada palabra de aquellos consejos, pero nunca se paraban a pensar que quienes se los daban tenían algo en común con ellos: todos seguían en prisión.

– Puedo -dijo él-, pero será denegada. Vas a tener que esperar a que lleguemos al Tribunal Supremo.

– Dicen que se tardan años.

– Otro Tribunal Supremo -respondió Jaywalker.

Algunos inteligentes se habían reunido y habían decido denominar «supremo» a la más baja instancia penal de la ciudad. Sin embargo, Jaywalker le ahorró la explicación a Samara. Lo que sí le dijo era que solicitar una fianza no sólo resultaba inútil, sino que podía perjudicarles posteriormente. Casi nunca se concedía la libertad bajo fianza a un acusado de asesinato, y en las pocas ocasiones en que sucedía, la cantidad era prohibitiva. Además, la cuenta de Samara estaba bloqueada y no tenía más bienes a su nombre, así que aunque la fianza hubiera sido modesta, no habría podido pagarla. Así pues, si había algún momento en el que tuviera sentido solicitarla, no era aquél.

Finalmente, Jaywalker le advirtió a Samara que habría periodistas en la sala. Los padres fundadores les negaron un trono a los norteamericanos, así que la gente de a pie tenía que conformarse con las celebridades y los ricos en lugar de la realeza. De otro modo, ¿cómo podrían explicarse héroes tan curiosos como Bill Gates, Jack Welch o Paris Hilton? Barry Tannenbaum no había sido tan rico como Bill Gates, pero sí como Donald Trump. Se había casado con una antigua prostituta cuarenta y dos años menor que él, y ella había terminado clavándole un cuchillo en el corazón.