—Trayal fue uno de los últimos Ogier que atravesaron los Atajos —informó Alar en voz baja—. Salió en el estado en que lo veis. ¿Queréis tocarlo, Verin?
Verin la miró largamente antes de levantarse y caminar hacia Trayal. Éste permaneció inmóvil, sin siquiera pestañear, cuando ella le puso las manos en el ancho pecho. Con una exclamación, la Aes Sedai retrocedió de un salto, lo miró a la cara y luego se volvió para encararse a los Mayores.
—Está… vacío. Este cuerpo vive, pero no hay nada en su interior. Nada.
Los semblantes de todos los mayores expresaban una inmensa tristeza.
—Nada —repitió en voz queda una de las Mayores situadas a la derecha de Alar, cuyos ojos parecían contener todo el dolor que Trayal era ya incapaz de sentir—. Ni pensamiento ni alma. Lo único que resta de Trayal es su cuerpo.
—Era un destacado Cantador de Árboles —se lamentó uno de los hombres.
A una señal de Alar, las dos mujeres volvieron a Trayal para llevarlo afuera; tuvieron que moverlo antes de que él comenzara a andar.
—Conocemos los riesgos —dijo Verin—. Pero, a pesar de ellos, debemos seguir el Cuerno de Valere.
—El Cuerno de Valere —asintió la más anciana—. No sé si es peor la noticia de que está en manos de Amigos Siniestros que la de que ha sido hallado. —Recorrió con la mirada la hilera de Mayores, cada uno de los cuales asintió por turno, incluso el hombre que se mesó dubitativamente la barba antes de hacerlo—. Muy bien. Verin me dice que es urgente. Os acompañaré a la puerta del Atajo. —Rand sintió una mezcolanza de alivio y temor; entonces la mujer agregó—: Tenéis con vosotros a un joven Ogier. Loial, hijo de Arent, nieto de Halan, del stedding Shangtai. Se encuentra muy lejos del hogar.
—Lo necesitamos —se apresuró a replicar Rand. Disminuyó el ritmo de sus palabras cuando advirtió las sorprendidas miradas de los Mayores y de Verin, pero continuó con obstinación—. Necesitamos que venga con nosotros, y él quiere acompañamos.
—Loial es un amigo —observó Perrin, al tiempo que Mat exclamaba:
—No interfiere en nada y sabe cuidar de sí mismo.
Ninguno de ellos parecía alegrarse de haber atraído la atención de los Mayores, pero no retrocedieron ni un paso.
—¿Existe algún motivo por el que no pueda venir con nosotros? —inquirió Ingtar—. Como ha señalado Mat, se ha ocupado correctamente de sí mismo. No sé si lo necesitamos, pero, si quiere venir, ¿por qué…?
—Sí lo necesitamos —intervino con tono apacible Verin—. Son muy pocos los que conocen actualmente los Atajos, y Loial los ha estudiado. Él puede descifrar las Guías.
Alar los miró uno a uno y luego observó a Rand con mayor detenimiento. Daba la impresión de poseer profundos conocimientos; todos los Mayores producían esa sensación, que en ella estaba aún más acentuada.
—Verin afirma que eres ta’veren —comentó por fin— y yo lo siento emanar de ti. El hecho de que yo lo perciba significa que lo eres en poderosas dosis, pues dicho talento está debilitándose en nosotros y ya casi es inexistente. ¿Has atraído a Loial, hijo de Arent hijo de Halan, al ta’maral’ailen, la urdimbre que el Entramado teje a tu alrededor?
—Yo… yo sólo quiero encontrar el Cuerno y… —Calló, al caer en la cuenta de que Alar no había mencionado la daga de Mat. Ignoraba si Verin les había hablado de ella o la había omitido por alguna razón—. Es mi amigo, Mayor.
—Tu amigo —repitió Alar—. A nuestro entender, es joven. Tú también, pero eres ta’veren. Cuidarás de él y, cuando concluya el tejido, te encargarás de que regrese sano y salvo al stedding Shangtai.
—Lo haré —le aseguró, con la sensación de contraer un compromiso, de prestar un juramento.
—Entonces iremos a la puerta del Atajo.
Afuera, Loial se puso precipitadamente en pie cuando aparecieron, con Verin y Alar a la cabeza. Ingtar envió a Hurin a buscar a Ino y el resto de los soldados. Loial miró con recelo a los Mayores y luego se situó al lado de Rand al final de la procesión. Las mujeres Ogier que habían estado observándolo se habían ido todas.
—¿Han dicho algo acerca de mí los Mayores? ¿Ha…? —Lanzó una ojeada a la ancha espalda de Alar cuando ésta indicaba a Juin que trajera los caballos. Juin se despidió con una reverencia, y la anciana continuó caminando, inclinando la cabeza para conversar en voz baja con Verin.
—Ha encargado a Rand que cuide de ti —le comunicó Mat con tono solemne— y que se ocupe de que vuelvas a casa a salvo, como una criatura. No entiendo por qué no puedes quedarte aquí y casarte.
—Dijo que puedes venir con nosotros. —Rand asestó una mirada a Mat que le provocó una risa ahogada. Ésta sonó extraña, proviniendo de su rostro escuálido. Loial estaba haciendo girar entre los dedos el tallo de una flor de amor—. ¿Has ido a recoger flores?
—Me la ha dado Erith. —Loial contempló cómo giraban los pétalos—. Es verdaderamente muy hermosa, aun cuando Mat no lo vea así.
—¿Representa eso que ya no quieres venir con nosotros?
—¿Cómo? —Loial dio un respingo—. Oh, no. Sí, quiero decir. Quiero ir. Sólo me ha dado una flor. Solamente una flor. —Sin embargo, sacó un libro del bolsillo y presionó el amaranto bajo la tapa—. Y también me ha dicho que era atractivo —murmuró para sí, en voz tan baja que sólo Rand lo escuchó. Mat soltó un bufido y siguió caminando a trompicones con el cuerpo doblado y agarrándose con las manos los costados. Loial se ruborizó—. Bueno… ha sido ella quien lo ha dicho, no yo.
Perrin golpeó suavemente con los nudillos la coronilla de Mat.
—Nadie ha afirmado jamás que Mat fuera atractivo. Por eso está celoso.
—Eso no es verdad —protestó Mat, enderezándose de repente—. Neysa Ayellan me considera un chico guapo. Me lo ha dicho más de una vez.
—¿Es guapa Neysa? —inquirió Loial.
—Tiene cara de cabra —afirmó Perrin con calma.
Mat se atragantó en su afán por protestar.
Rand sonrió involuntariamente. Neysa era casi tan guapa como Egwene. Y aquello era casi como en los viejos tiempos, casi como si se hallaran de nuevo en casa, bromeando como si no hubiera nada más importante en el mundo que reír y tomar el pelo a los demás.
Mientras cruzaban la ciudad, los Ogier saludaban a la Mayor de más edad, inclinando la cabeza u ofreciéndole una reverencia, y observaban a los humanos con curiosidad. El único detalle que les indicó que habían salido de la población fue la ausencia de terraplenes; todavía había Ogier por los alrededores, examinando árboles y en ocasiones trabajando con azadones, sierras o hachas para desembarazar de ramas muertas los árboles o cortar maleza en lugares donde no recibían suficiente luz solar. Todos se entregaban con ternura a sus tareas.
Juin se reunió con ellos, llevando las monturas por las riendas, y Hurin llegó a caballo con Ino y los otros soldados justo antes de que Alar señalara con la mano la entrada del Atajo.
—Está por allí. —Las bromas se acabaron al instante.
Rand sintió una sorpresa momentánea. Las puertas de los Atajos tenían que estar fuera del stedding, ya que éstos habían sido creados mediante el Poder Único, pero no había notado que hubieran atravesado los límites del stedding Tsofu. Entonces advirtió una diferencia: la sensación de haber perdido algo que había experimentado desde que entraron había desaparecido. Aquello le produjo un nuevo sobresalto. El saidin se encontraba de nuevo allí, aguardando.
Alar los condujo hacia un alto roble, tras el cual, en un pequeño claro, se alzaba la gran losa de la puerta, con la parte frontal delicadamente decorada con espesos sarmientos entrelazados y hojas de cientos de plantas distintas. Alrededor del claro los Ogier habían construido un cerco de albardilla que semejaba un círculo de raíces que hubieran crecido allí. Su aspecto inquietó a Rand, el cual tardó un momento en caer en la cuenta de que lo que las piedras imitaban eran raíces de zarzas, escaramujos, ortigas y espinos, el tipo de plantas con las que nadie querría tropezar.