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Las almohadillas de sus patas le permitieron moverse en completo silencio. Podía sentir el enorme poder contenido en el cuerpo que ocupaba. Incapaz de resistirse a explorar sus habilidades, Maggie saltó fácilmente hasta una rama gruesa, casi dos metros por encima de su cabeza. Ese era un salto simple, fácil, y aterrizó perfectamente equilibrada, como si hubiera estado haciendo tales cosas toda su vida.

Maggie se puso en cuclillas en el árbol y pensó en Brandt. Él le había dicho la verdad absolutamente. No era dos personas divididas, siempre sería Maggie Odessa, simplemente podía tomar más de una forma. Un sentimiento de poder increíble se derramó en ella. Qué regalo. Sus padres biológicos le habían dado una herencia inestimable. Pensó en las cosas que Brandt le había dicho y entendió la necesidad de disciplina. Podía controlar las emociones y la tensión sexual mientras estaba en forma de leopardo.

Las emociones eran fuertes, pero bastante familiares. Había querido estar con Brandt y le había atraído, tentado y seducido tanto como ella se podía permitir. El leopardo sentía aquellas mismas cosas ampliadas en su naturaleza primitiva, y esa naturaleza era parte de ella. Maggie relajada, permitió que la tensión se filtrara fuera de su cuerpo. Podía razonar, usar su inteligencia, podía reflexionar detenidamente, no salir corriendo como un niño asustado. Y podía ejercer disciplina y restricción. El poder le pertenecía y podía hacer con él lo que quisiera.

Brandt había temido que fuera incapaz de manejar la transformación, había querido quedarse con ella en vez de ir tras los cazadores furtivos. Con su actitud estaba demostrando la veracidad de su afirmación con su actitud infantil. Tenía que volver a la casa y esperarle tranquilamente para que la ayudara a volver a su otra forma. Si él no regresaba dentro de un tiempo razonable, usaría esta forma con sus capacidades de caza para encontrarlo y ayudarle de cualquier modo posible.

Maggie pensó en las palabras de Brandt. Cómo la había buscado por todo el mundo, y siempre había sabido que ella era su compañera, estaba seguro que se pertenecían. Ella no tenía aquella certeza basada en años de conocer su herencia. Lo conocía por muy poco tiempo y, aún así, sentía en lo profundo de su alma que era cierto. Le había pedido que estuviera allí cuando regresara. No podía defraudarle. No iba a defraudarle. Brandt Talbot era su elección.

Maggie saltó del árbol para aterrizar suavemente en la tierra. Se sentía más viva aquí, profundamente dentro de la selva, de lo que se había sentido alguna vez en su vida. No tenía ninguna intención de permitir que el miedo le arrebatara esa vida y le quitara a Brandt. Todo por lo que había trabajado alguna vez en su vida estaba aquí mismo, en este exótico y salvaje lugar.

Ya no le temía, se deleitó en ello. El dosel, las flores, la abundancia de fauna no la abrumaba, como a menudo lo hacía a otros. El calor no la afectó negativamente. Ella amó el bosque tropical y todo en él. Y Brandt. Ella amó al poeta en él, la inesperada sorpresa de su lado suave. Él era la principal razón para quedarse y afrontar lo que ella era. ¿Quién era?. Ella investigaría en la historia de su especie y haría lo necesario para encajar en el estilo de vida.

Maggie comenzó su viaje de regreso a la casa. El leopardo sabía el camino, avanzaba silenciosamente, oliendo el viento, su visión nocturna era excelente. Se acercaba a tierra familiar cuando el fuerte sonido de un arma partió la noche. Lo siguió una descarga de tiros. Los animales chillaron, una cacofonía de sonidos. Los árboles encima de su cabeza se movieron con el revoloteo de alas, chillidos de monos y saltar del árbol al árbol. La advertencia corrió fuerte e insistente en la oscuridad del bosque.

Maggie se estremeció, saltando a un lado, levantando su labio para exponer sus colmillos cuando se refugió en la gruesa vegetación. Su corazón latió al ritmo del miedo. Inmediatamente oyó la respuesta de su gente, un toque peculiar de tambor, tan viejo como el tiempo, pero eficaz, una especie de Alfabeto Morse que debería haber sabido, pero nunca había aprendido. No podía leer el mensaje enviado por su clase, pero era consciente de las noticias pasadas.

Su primer pensamiento fue para Brandt. Podía probar el amargo sabor del miedo en su boca. No quería perderlo ahora que lo había encontrado. ¿Por qué no se había comprometido con él? ¿Por qué no le había asegurado que ella quería estar con él? Maggie atravesó el follaje y comenzó un galope hacia la casa. Ella recogería el olor de Drake y Brandt desde allí y los rastrearía a donde los cazadores furtivos habían puesto trampas.

Para su sorpresa, el leopardo vaciló, las piernas delanteras tambaleándose inestablemente. Ella tropezó con una pequeña rama, patinando sobre la tierra. Maggie cayó al piso, oyendo el siniestro crujir y estirar que acompaña al cambio. -No ahora -gimió, el sonido surgiendo de la garganta del leopardo entre una tos y un gruñido.

No era doloroso, o tal vez no lo había sido la vez anterior. Tal vez había estado tan asustada que le había parecido doloroso porque había esperado que doliera. Ella saltó, su piel cubierta de pelo en un momento, luego lisa y expuesta el siguiente. Se encontró sentada en la tierra, completamente desnuda. Se levantó de un salto, con miedo que los insectos hicieran una madriguera en su piel.

Con un pequeño suspiro ella comenzó a correr hacia la casa. Conocía su camino ahora, tenía las mismas capacidades que el leopardo, sólo había tenido que reconocerlos, aceptarlos, y aprender a usarlos. Tuvo que cruzar sus brazos sobre la plenitud de sus pechos cuando se apresuró, su sacudida era tan incómoda en su pecho como la tierra en sus pies desnudos. El leopardo fue diseñado para moverse fácilmente por la selva, mientras su forma presente era una nulidad. Las hojas agudas y la corteza laceraron su sensible piel. Apenas notó la incomodidad cuando se apresuró para regresar a la casa, queriendo rastrear a Brandt.

El sonido la paró en frío. Un sonido agudo, el gemido de un animal herido. Ella lo había oído muchas veces, pero esta vez inhaló el olor de la sangre. Sin un pensamiento consciente, Maggie dio vuelta hacia el sonido. Tenía que alcanzar al animal herido, el gemido tiraba de ella.

El oso era mucho más pequeño de lo que había esperado, con una piel negra y lisa. Tenía una hermosa media luna blanca marcando su pecho. Su larga lengua se asomaba de su boca. No podía dejar de notar las largas y puntiagudas garras que el usaba para rasgar la corteza de los árboles donde encontraba insectos y miel. El oso gemía con miedo y dolor. Balanceó su cabeza hacia ella cuando surgió en medio de dos árboles trató de pararse en sus pies, para doblarse peligrosamente a un lado. Ella podía ver la sangre cubriendo la izquierda del oso. La tierra era oscura con ella.

Maggie levantó su mano y se quedó completamente quieta, guardando su distancia prudentemente -Quédate tranquilo, voy a ayudarte -ella necesitaba su maletín, sus provisiones médicas. Podría tranquilizar al oso y ver la herida, pero no estaba segura si el animal sobreviviría mientras ella corría a la casa. La visión del pequeño oso en tal predicamento la enfureció. Ella sabía que era una rareza hasta en las regiones salvajes.

Encima de su cabeza, aproximadamente a quince pies, ella vio que las ramas del árbol estaban dobladas y rotas para formar un nido. El oso debía de haber tratado de hacerlo su lugar de descanso. Desde el nido el oso tendría una buena vista del bosque bajo él. Ella podía ver las plantas calvas de los pies del oso de anteojos y las garras afiladas cuando se puso a jadear, mirándola con ojos trágicos.

El oso de repente se puso tenso, trató de atacarla, pero no pudo alcanzarla por la herida salvaje en su costado. Retrocedió inútilmente, enseñando los dientes en advertencia -Voy a ayudarte -prometió ella-. Sólo dame un par de minutos para conseguir mis cosas -¿ A qué distancia estaba de la casa? Una buena distancia de todos modos, estaba segura.