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Su verde mirada se deslizó sobre él especulativamente, aumentando su conciencia. Maggie tenía una calidad sensual y bochornosa que lo dejaba duro y hambriento y tan excitado que a veces quería saltar sobre ella y devorarla sobre el terreno. Ella inclinó su cabeza a un lado, moviendo la longitud de su pelo mientras lo miraba. -¿Qué estas pensando?

¿De dónde había conseguido ella tal confianza, esta mujer tan segura de sí misma que lo miraba con diversión cuando él intentaba ser noble? Ella estaba en el medio de la selva tropical, acababa de pasar sola el Han Vol Dan. Había comprometido su vida a su compañero, había aceptado su herencia, hasta la había abrazado. ¿Dónde conseguía ese coraje? Brandt sólo pudo mirar fijamente el sensual movimiento que hizo con su cadera en el fondo claro, una hermosa imagen.

– Creo que no has oído todo, Maggie, -le dijo suavemente-. Nuestra gente no siempre decide vivir aquí. Somos una pequeña banda, muy pequeña, quizás una pareja mayor y Drake, Conner, Joshua, y James. Una hembra joven, Shilo, no exactamente muy viejos y sin compañeros. Ninguno. La mayor parte de nuestra clase hace mucho tiempo que se fue a vivir en las ciudades. Ellos raras veces, si acaso alguna vez, cambian de forma y algunos ni tienen compañeros.

Ella arrojó su pelo hacia atrás por sobre su hombro y despacio bajo su cuerpo debajo de la superficie del agua hasta que sus pechos flotaron, una tentación de carne lozana y cremosa. Nadó más cerca. -Tenía la impresión de que no había muchos de ustedes fuera.

Él parpadeó, arrancando su mirada fascinada de la perfección del cuerpo femenino. -Nosotros. Muchos de nosotros salimos, -él le corrigió-. El punto es, que tenías una vida en otra parte. Todavía puedes tenerla.

Maggie dejó de nadar, parada allí en el fondo con el agua cayendo a torrentes detrás de ella y la niebla que caía suavemente sobre la superficie. -¿Qué dices? -Su voz era apretada, la alegría se evaporó de su cara y de sus ojos.

– Digo, que si prefirieras vivir en la ciudad, podemos irnos. Esperé que dejaras tu vida por mí y eso está mal. Me gusta la selva tropical y todo en ella. Pero mira lo que hiciste por el oso. Trabajaste tan rápido y sin vacilaciones. Eres una experta, Maggie. Tú no tienes ni idea o lo das por sentado pero eres asombrosa.

La tensión desapareció de su cuerpo y ella nadó hacia el agua más profunda, dando un codazo sobre sus muslos abiertos para si poder enganchar sus brazos en sus piernas y mantenerse a flote. Su pelo abanicaba alrededor de su cabeza como seda sobre la superficie del agua. Ella descansó su barbilla encima de su alto muslo, deliberadamente cerca de la unión de sus piernas para que su pelo jugara con el interior de sus piernas. Para que su boca estuviera seductoramente cerca. Para que cuando ella respirara, él sintiera su aliento.

– Es mucho mejor para mi trabajo estar aquí, -le contestó ella, y tocó su pierna. Sus dientes embromaron su piel mientras su mirada sostenía su mirada caliente que hacía efecto sobre su cuerpo. Él se endureció, grueso, alcanzándola con su fervor masculino-. Me gusta aquí, Brandt. Y me entrené con la idea de trabajar con lo salvaje, -su lengua recogió las gotas de agua del pliegue de entre sus piernas. Ella rió cuando él tembló, cuando sus manos se convirtieron en puños sobre su pelo. Su lengua continuó su pequeña incursión, su exploración, su juego, pruebas de su poder sobre él.

– Piénsalo, Maggie. Intentaré vivir en la ciudad si me quieres. Quiero que seas feliz. -Su cuerpo entero pareció suspenderse. Esperar. Cada punta nerviosa estaba viva. Gritando. Centrado en el lugar.

Sus brazos se deslizaron por su cintura, su cuerpo se acuñó más cerca mientras se movía ligeramente. -Soy feliz de estar aquí, Brandt. Increíblemente feliz.

Su boca se cerró alrededor de él tan apretada como un puño. Caliente. Húmeda. Chupando con fuerza, su lengua hacía una especie de baile que lo volvía loco. Su cabeza perdió terreno y su mundo se estrechó. El tiempo no se movió mientras la niebla bajaba y el arco iris flotaba en el aire detrás de sus ojos y en su sangre. Sus puños se apretaron, hundiéndose en el cabello, y él la sostuvo. Un gruñido de placer salió de su garganta. Las hojas vacilaban con la brisa. La cascada tronaba en el fondo.

La vida a veces daba regalos. Le habían dado uno para atesorar. Brandt tiró de ella, no queriendo perder el control, queriendo estar dentro de ella y compartiendo su misma piel. -Ven aquí, bebé. -Él la atrajo, enganchándola bajo sus brazos y sacándola del agua con su enorme fuerza.

Maggie se sobresaltó al ver como por accidente él revelaba su enorme fuerza oculta. La levantó como si pesara no más que una pluma. La colocó de pie a su lado, mientras presionaba su mano y sus dedos mostraban su deseo.

– Te quiero, -ella le aseguró, sus manos subieron hacia su cabeza buscando estabilizarse. Él moldeaba su cuerpo aceptándola cómodamente. Ella debería haberlo sabido. Este era Brandt, ocupándose de sus necesidades. Ella lo quería. Él pensaba que había sido egoísta, cuando le había dado su vida. Maggie permitió a sus manos invadir su cuerpo, su mente, drogar su corriente sanguínea y llenarlo de un puro placer.

Ella pulsaba contra él. Se mecía contra él, empujándolo hacia sus manos, su cuerpo mojado en calor líquido.

Cuando ella comenzó a colocarse en su regazo y lo tomó en su cuerpo, pulgada por pulgada lentamente hasta que él la llenó, la estiró. La completó. Ella se apoyó para encontrar su boca cerca de la suya. Nadie podía besarle como Brandt. Nadie podía derretirla del modo en que él lo hacía. Ella se perdió en el calor de su boca, en la fuerza de su cuerpo y en el modo el que él construía el fuego entre ellos.

La lluvia comenzó, una llovizna fina que se sumó a la niebla de la cascada. Maggie comenzó a montarlo, meciendo sus caderas, deslizándose dentro y fuera de su vaina dura como si fuera una espada, apretando sus músculos y sosteniéndolo fuerte en su centro ardiente. Sus manos estaban en sus pechos, su boca devoraba la suya. Él la dobló hacia atrás, su boca merodeadora se posó sobre su pecho y su mano la impulsaba a montarlo más duro y más rápido. La fricción consumía todo, privándola de aliento y de sanidad.

La lluvia intentó encontrar su ritmo, bajando más rápido y más duro, pero ellos se volvieron frenéticos, salvajes, creando juntos una tormenta de pasión. Las gotas caían sobre la piel sensibilizada, creando la ilusión de lenguas que se deslizan sobre sus cuerpos acalorados. La pasión creció, un infierno fuera de control. El descargo estaba cerca, un fuego que los consumía, una explosión de los sentidos.

Ellos se adhirieron uno al otro durante mucho tiempo, solo sosteniéndose el uno al otro. La cabeza de Maggie sobre el hombro de Brandt. Sus manos acariciaron su pelo y ella su espalda.

– Quiero que estés segura, Maggie, que soy lo que quieres. Si esta es la vida que escogerías cueste lo que cueste.

Ella se retiró para buscar su expresión. Las yemas de su dedo remontaron las líneas grabadas en su cara. -Quiero estar contigo aquí, realmente aquí, Brandt, -ella le aseguró, besando su fuerte mandíbula-. Decido estar aquí contigo.

Él presionó su boca contra la suya, su corazón todavía golpeaba demasiado rápido, con demasiada fuerza. Algo estaba mal. No debería haber sido así, pero él estaba intranquilo con su decisión. Intranquilo por el hecho de que ella lo aceptaba sin saber quién era él realmente. Lo que realmente era. Maggie veía al hombre que quería ver, al poeta, al hombre que le traía flores. Ella no veía a la bestia rabiar contra los cazadores furtivos, protegiendo lo que debería ser sostenido intacto para el mundo.

Ella logró pararse, su cuerpo palpitaba y pulsaba con réplicas, cantando de felicidad. Él se levantó, también, cerca de ella, para que su cuerpo tocara el suyo. Sus dedos se agarraron. Maggie se inclinó sobre él. -Todavía tienes esa mirada. ¿Qué puedo hacer para hacerla más verdadera?