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Y luego ella enterró su cara en la almohada y lloró como si su corazón estuviera roto. El sonido le dejó helado.

Clavó los ojos en ella, viendo fácilmente en la oscuridad, y sintió sus miedos, su soledad. Su confusión y su humillación por las cosas que no podía controlar o entender. No había pensado lo que cambiando su vida tan drásticamente haría con ella, pensando sólo lo que haría para él. Se acercó al balcón y escuchó. Mientras ella lloraba hasta quedarse dormida. Inesperadamente, su corazón se sintió destrozado.

CAPÍTULO 3

Maggie soñó con la voz calmante de un hombre. Consoladores brazos. Piel que se deslizaba sensualmente por su piel. Sobre su piel. Caminando suavemente por el bosque oscurecido sobre cuatro patas, no con dos. Comportándose de modo extravagante, de manera seductora, rodando y agachándose para atraer a un macho. Soñó con antorchas encendidas y el sonido de disparos. Soñó con un hombre cuyo olor la llenó de deseo.

Despertó a última hora de la tarde, su cuerpo extendido y desnudo enredado en las sábanas, con las memorias del extraño e interrumpido sueño grabadas claramente en su mente. Lo primero que notó fueron los sonidos. La llamada estentórea de los pájaros. El zumbido de los insectos. La charla de los monos. La lluvia.

El ambiente estaba húmedo y los ventiladores daban vueltas proporcionando algo de alivio del aire bochornoso. Giró su cabeza hacia la ventana y se sorprendió de encontrar una mosquitera rodeando su cama. Extendió la mano ociosamente, no totalmente despierta, y tiro las redes a un lado. Se encontró parpadeando a los más imponentes e hipnotizantes ojos que alguna vez hubiera visto. Oro fundido. Líquido. Hipnóticos.

Su corazón brincó y comenzó a palpitar con un ritmo vivo. Sus pequeños dientes mordieron su labio inferior.

– ¿Qué hace usted aquí?

Su voz salió vertiginosa. Era el hombre más intimidante físicamente que alguna vez hubiera visto. Se quedó paralizada, incapaz de moverse. Sólo pudo mirarlo fija y desvalidamente, el shock se mezcló con un extraño entusiasmo.

Brandt retiró la mosquitera hacia una esquina, mientras su mirada se deslizaba posesivamente sobre su cuerpo. La sábana se le enredaba a su alrededor, revelando más de lo que ocultaba. Su cabello sedoso desparramándose sobre la almohada, de un oro rojizo que se repetía en los rizos que se vislumbraban entre sus piernas. Él tragó para aliviar la repentina sequedad de su boca.

– Quería asegurarme que estuvieras bien. Se me ocurrió que no era seguro dejarte sola en una casa desconocida en medio de la selva, entonces me quedé para protegerte. Soy Brandt Talbot.

Un seno redondo lo atormentaba, capturando su acalorada mirada sin importar con cuánta disciplina tratara de impedirlo.

Maggie sintió el toque de las llamas cuando su ardiente mirada recorrió su cuerpo. Con un pequeño jadeo de alarma, se sentó arrastrando la sábana.

– ¡Dios mío, no llevo ropa!

Su boca perfectamente esculpida se curvó en una pequeña sonrisa.

– Lo noté

– Bien, pues no lo notes

Arrastrando la sábana hasta su cuello con una sola mano, señaló imperiosamente hacia la puerta con la otra. Él era el hombre más atractivo que hubiera visto. Su cabello era largo y grueso, completamente negro, lo bastante brillante para hacerla querer resbalar sus manos tocándolo. Considerando la forma en que se había sentido la noche anterior, no estaba segura de si era seguro para él, estar en su dormitorio. Especialmente cuando ella se encontraba desnuda.

– Me vestiré y lo veré abajo en la cocina

Su boca se ensanchó en una sonrisa de las que derriten.

– Te traje el desayuno -Él retiró una bandeja de plata de encima del aparador y la colocó sobre la cama- no me importa tu estado de… er… desnudez. Esto anima el lugar

Se ruborizó, el color subiéndole desde su cuello. Había fruta sobre la bandeja, un vaso de jugo frío, una taza de té caliente, y una hermosa orquídea. La flor estaba fresca. Exquisita. ¿Que clase de hombre pensaría en traerle algo tan hermoso en su primer despertar en la selva? Deslizó la mirada desde la bandeja a su masculina belleza. El hombre era todo músculo, fuertes bíceps y amplios hombros. Sus ojos la hipnotizaban con una intensidad ardiente en la que Maggie se perdió en el momento que sus miradas se encontraron. Nunca había visto ojos como esos en un hombre. Pertenecían a una criatura de la selva, a un cazador focalizando a su presa. Aún así había pensado en traerle una flor sobre una bandeja de plata llena de comida.

Maggie retiró su mirada rápidamente lejos de sus ojos antes de perderse para siempre en sus misteriosas profundidades. Perdida para siempre en el contraste entre depredador y poeta.

– No creo que este lugar necesite ser animado -murmuró, tratando de no quedarse boquiabierta al mirarle. No habría forma alguna de que pudiera comer la fruta estando completamente desnuda en la cama, con él contemplándola con sus ojos pecadores. Hacía que enmudeciera, se quedara sin aliento, sin sentido común. Su cuerpo entero cobró vida con él en el cuarto. No era seguro. Era todo lo que sabía-. Por favor, espérame abajo e iré en un momento.

Su mirada se deslizó sobre ella. Ardiente. Posesiva. Ella contuvo el aliento, esa mirada podría hacer que su cuerpo se derritiera.

Sus dientes blancos destellaron brevemente, en una descolorida sonrisa, dejándola con la impresión de un depredador.

– Estaré esperando, Maggie -dijo él dejando silenciosamente el cuarto. Su voz era baja e invitadora. Un tono que pareció filtrarse por sus poros para calentarle la sangre. Él tenía una voz, un cuerpo, unos ojos y una boca que eran demasiado pecadores y sensuales, y tuvo miedo de sucumbir a su ostensible atractivo sexual en su actual estado. Por suerte, había parecido un poco demasiado agresivo. Demasiado arrogante. Había algo posesivo en su tono que la puso sobre aviso. Era casi como si él hubiera frotado su piel en el sentido errado.

Maggie se rió en voz alta de la analogía. Llevaba un día en el bosque, pero ya aceptaba la fauna. Retiró la sábana y se apresuró al cuarto de baño. Brandt Talbot tenía las llaves de cada puerta de su casa. La barra en la puerta principal no lo había detenido. Debería estar agradecida por que estuviera tan preocupado por ella. Él había dormido en la casa con ella.

¿Había venido a su cuarto en medio de la noche? ¿Se había arrastrado en sus sueños con su voz asombrosa? Trató de recuperar los evasivos recuerdos, pero todo en lo que realmente podía pensar era en el modo en que ella había ardido, en el modo en que había necesitado ser tocada y acariciada. ¿La había visto él así? La idea hizo que el calor fluyera dentro y fuera de ella.

Se contempló en el espejo queriendo ver si parecía tan diferente como se sentía. Por primera vez notó cuan increíblemente grandes eran sus ojos verdes. Sus pupilas eran diminutos pinchazos en la luz del día, protegiendo sus ojos de la brillante luz, aunque hubiera poco sol. Miró fijamente, asombrándose de la viveza de sus ojos verdes cuando extendió la pasta de dientes en su cepillo. Su corazón se paró, cerrándose de golpe con fuerza en su pecho, cuando expuso sus pequeños dientes blancos. Afilados caninos brillaban en su boca, una extraña adición a su delicada imagen.

Maggie cubrió su boca, asustada de la extraña ilusión. Esto tenía que ser una ilusión. Muy despacio retiró su mano y contempló sus dientes expuestos. Eran completamente normales. Absolutamente comunes. Estaba dejando que su mente divagara. Tal vez Jayne había tenido razón y ella no pertenecía a un ambiente tan primitivo. Había pensado en esto durante mucho tiempo, tal vez sólo era demasiado susceptible. Por otra parte, este era el único momento en su vida en que podría aprender algo sobre sus padres. Nunca había sido una mujer tímida o nerviosa. No tenía ningún miedo de viajar sola. Estaba bien versada en artes marciales y tenía confianza en situaciones peliagudas, aunque aquí, en el bosque salvaje, se sintiera tan diferente, tan distinta a Maggie Odessa. Pero no estaba en su forma de ser el huir de las cosas.