– Propongo que adoptemos las propuestas de Timor -anunció el consejero Kor.
– Apoyo la moción -lo secundó inmediatamente el consejero Hagon.
– No tan deprisa -intervino Rikus.
– La moción ha sido secundada -replicó el consejero Kor-. Se acusó a los templarios de no aportar ninguna iniciativa constructiva. Bien, pues parece que han aceptado nuestro desafío y han presentado algunas que son excelentes. El reglamento nos ordena ahora poner a votación estas propuestas.
– Ése es el reglamento -se vio forzada a admitir Sadira-. ¿Votos a favor?
Se produjo una exhibición de manos; Rikus fue el único que no la levantó.
– Se acepta la moción -declaró Sadira, que se había abstenido. Como directora del consejo, sólo habría votado en el caso de un empate-. Se ordena al secretario del consejo formular las propuestas como nuevos edictos, que se presentarán a esta cámara para la aprobación del texto antes de ser instituidos. Y ahora ¿hay alguna…?
El chambelán del consejo golpeó la punta de su bastón contra el suelo en la entrada de la sala.
– Con la indulgencia del consejo -dijo-, un capitán de la guardia de la ciudad ha llegado con un visitante que afirma tener cosas que tratar con el consejo.
Sadira frunció el entrecejo.
– No sé de nadie que haya solicitado hablar ante la cámara hoy. ¿Quién es este visitante?
– Dice llamarse Sorak -respondió el chambelán.
– No conozco a nadie con ese nombre -repuso Sadira. Paseó la mirada por los otros miembros del consejo-. ¿Conoce alguno de vosotros a este Sorak?
Todos los otros miembros negaron con la cabeza e intercambiaron miradas.
– ¿Qué es lo que quiere tratar? -quiso saber Sadira.
– No lo dijo -contestó el chambelán-, sólo que era muy urgente y que concernía a un asunto de la mayor importancia para la seguridad del gobierno de Tyr.
– Sin duda otro descontento que quiere airear sus quejas -rezongó el consejero Hagon-. ¿Hemos de malgastar nuestro tiempo con esto?
– Esta cámara existe para servir al pueblo, no para negarles el derecho a expresarse ante el gobierno -dijo Sadira.
– Que solicite audiencia en la sesión adecuada, cuando celebramos el foro habitual -propuso otro de los miembros del consejo.
– Si, tal como dice, trae noticias que pueden afectar la seguridad de Tyr, deberíamos escucharlo -objetó Rikus-. Yo digo que lo dejemos hablar.
– Haz entrar al visitante, chambelán -ordenó Sadira.
– Hay… algo más -respondió el hombre con voz vacilante.
– ¿Y bien? -inquirió Sadira-. ¿Qué es?
– Hay un tigone con él, e insiste en que lo acompañe.
– ¡Un tigone! -gritó Rikus, poniéndose en pie.
– La criatura parece mansa -dijo el chambelán-. No obstante, es un tigone adulto.
– ¿Un tigone domesticado? -se sorprendió Sadira-. Esto es algo que quiero ver.
– ¡No irás a permitir esto! -exclamó el consejero Hagon.
– Haz entrar al visitante -ordenó Sadira.
7
A pesar de la tranquilizadora presencia de los bien armados soldados, Sadira, Rikus y Timor fueron los únicos que no se alarmaron cuando Sorak entró en la pequeña cámara del consejo con Tigra a su lado. Sadira tenía su magia para protegerla; Rikus se había enfrentado a tigones en el circo y, aunque permaneció en tensa alerta, comprendió que el comportamiento del animal no era agresivo. En cuanto a Timor, el sumo templario no se asustaba con facilidad.
Era un hábil superviviente que se había enfrentado al odio de los súbditos de Kalak y a la cólera del voluble tirano ahora ya difunto y había navegado por aquel torbellino sin perder jamás la serenidad. Había soportado el frenesí de la revolución y conseguido asegurar para los templarios una continuada posición de fuerza dentro del nuevo gobierno, al tiempo que presidía una sutil campaña diseñada para provocar un cambio de actitud hacia los templarios entre los ciudadanos de Tyr. Donde antes a los templarios se los injuriaba como a opresores al servicio del tirano, ahora al menos se los toleraba, y la inteligente campaña oral de Timor que presentaba a los templarios como víctimas de Kalak, más aún que los otros ciudadanos, empezaba a arraigar.
Los templarios, se decía ahora, nacían bajo un legado de servicio al rey-hechicero y nunca se les había dado la posibilidad de dirigir su propio destino. No poseían magia propia -eso, al menos, era cierto- y los poderes
que habían manejado llegaron a ellos a través de Kalak. En sí, estaban embrujados, atrapados en una vida de esclavitud al tirano con la misma efectividad que lo estaban los esclavos que trabajaban en las fábricas de ladrillos. Y, al igual que los esclavos, la muerte de Kalak los había liberado por fin.
No obstante, al contrario que los esclavos, los templarios trabajaban bajo el peso de la culpa que compartían, y así pues buscaban redimirse sirviendo al nuevo gobierno. Que persiguieran esta redención mientras seguían viviendo en su propio y lujoso recinto aislado, separado por una muralla de los ciudadanos corrientes de Tyr, era algo que jamás se mencionaba. Tampoco se mencionaba nunca, y era un secreto para todos excepto un puñado de los cómplices más íntimos y de confianza de Timor, el hecho de que el sumo templario fuera un profanador camuflado que conspiraba para derrocar al gobierno revolucionario y hacerse con el poder para los templarios, con él como nuevo monarca.
Como tal, el enjuto y enigmático templario de mirada pensativa y voz sepulcral escuchó con sumo interés lo que Sorak tenía que contar. Si lo que aquel pastor elfling decía era cierto -que algún aristócrata de Nibenay había enviado espías a Tyr- estaba claro que el Rey Espectro de Nibenay tenía la mirada puesta en la ciudad y estaba ansioso por evaluar su vulnerabilidad. Esto, se dijo Timor, podría interferir con sus propios planes.
– ¿Por qué has venido a nosotros con esta información? -preguntó Sadira cuando Sorak hubo terminado.
– Porque no soy más que un simple pastor -respondió él-, y pensé que al consejo de Tyr le parecería valiosa.
– En otras palabras, esperabas que te recompensaríamos por ella -dijo el consejero Kor con ironía-. ¿Cómo sabemos que nos dices la verdad?
– Os he dado nombres y descripciones -replicó Sorak-, y os he dado todos los detalles que conozco de su plan. También os he hablado del ataque que los salteadores planean realizar contra la caravana. Vosotros mismos podéis investigar todo esto. En cuanto a mi recompensa, me contentaré con aguardar hasta que os hayáis convencido de que la información que os he facilitado es correcta.
Timor apretó los labios pensativo.
– Se podría tardar bastante en investigar estas acusaciones -dijo.
– No me importa permanecer en la ciudad entretanto -repuso Sorak.
– ¿Y que hay de tus rebaños? -inquirió el templario, observando al joven con atención-. ¿Quién cuidará de ellos en tu ausencia?
– No he dejado ningún rebaño desatendido -respondió él, lo que era totalmente cierto puesto que no tenía rebaños que cuidar-. Permanecer en la ciudad mermará mis ganancias, pero estoy dispuesto a soportar una pérdida de poca importancia a corto plazo si se ha de producir una ganancia a largo plazo.
– ¿Dónde te encontraremos si necesitamos volver a hablar contigo? -inquirió Sadira.
– Tengo entendido que puede encontrarse alojamiento barato en los barrios cercanos al mercado elfo -dijo Sorak-. Si el capitán Zalcor fuera tan amable de escoltarme, quizá podría obtener una habitación pequeña y barata, y así él sabría dónde encontrarme.
– Capitán Zalcor -indicó Sadira-, acompañe a este pastor a la zona cercana al mercado elfo y ocúpese de que encuentre habitación. -Se volvió a Sorak-. Mientras estés en la ciudad, pastor, el consejo te agradecerá que permanezcas donde se te pueda encontrar. Estudiaremos el informe que nos has traído, y si es exacto se te recompensará.