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– ¡Pero… él no puede dormir aquí! -había protestado una de ellas, una muchacha de quince años cuya cama hubiera quedado junto a la de él.

– ¿Y por qué no? -inquirió Varanna.

– Pero, señora… ¿cómo nos desvestiremos?

– Sacándoos las túnicas por encima de las cabezas, como siempre habéis hecho -respondió ésta-. A menos que exista otro método para desvestirse que yo no conozco.

– Pero, señora… ¡el chico nos verá! -se quejó la joven sacerdotisa.

– ¿Y? -preguntó Varanna, malhumorada-. ¿Os avergüenza vuestro cuerpo? ¿O es que vuestra desnudez os hace sentiros vulnerables ante un varón, incluso uno que no es más que un chiquillo? Si es ése el caso, entonces siempre os sentiréis vulnerables, ya que la ropa es la más endeble de las armaduras.

– No…, no es decente -tartamudeó vacilante otra joven sacerdotisa.

– ¿Estás sugiriendo que mis acciones son indecorosas? -Varanna enarcó las cejas.

– Nnno, señora, pero… pero… es un varón, después de todo, y si nos ve desnudas, eso le dará ideas lascivas.

– ¿De verdad? ¿Qué clase de ideas lascivas?

– Ya…, ya sabéis. -La sacerdotisa enrojeció.

– No; dime.

La muchacha aspiró con fuerza mientras las otras se agrupaban a su alrededor, expectantes por oír su respuesta.

– Los hombres sólo piensan en una cosa cuando se trata de mujeres -dijo ella.

– Ah, ya veo -repuso Varanna-. ¿Y estáis todas tan asustadas e indefensas que le tenéis miedo a un simple niño?

– No, señora, claro que no, pero… -aspiró con fuerza y lo soltó-: Creara tensión y hostilidad.

– Sólo si vosotras lo permitís -respondió Varanna-. Sorak no es más que un niño; sus pensamientos y actitudes hacia tales cosas todavía no se han formado. Si lo aceptáis y tratáis como a un hermano, él os querrá y aceptará como a hermanas. Si le enseñáis a respetar a las mujeres, eso es lo que aprenderá; pero si le ocultáis vuestros cuerpos, como si fueran anormales, él sentirá curiosidad y acabará considerando el cuerpo desnudo de una mujer como fruta prohibida. Y si lo tratáis de modo diferente sólo porque es un hombre, él llegará a tratar a las mujeres de modo diferente sólo porque son hembras. Si existen cosas en la forma en que los hombres actúan y piensan que consideréis censurable, aquí está vuestra oportunidad de formar el carácter de un varón que no actúa ni piensa así. Y, si todos vuestros esfuerzos fracasan en este empeño, a lo mejor es porque hay algún defecto en la forma en que vosotras actuáis y pensáis.

– Puede colocar su lecho junto al mío, señora -anunció una voz joven y firme-. No tengo miedo.

Varanna se volvió hacia Ryana con una sonrisa. Con seis años, era la sacerdotisa más joven del convento y, en muchos aspectos, diferente de las otras. A diferencia de la mayoría de las villichis, que nacían con cabellos rubios y ojos azules o gris claro, los cabellos de Ryana eran totalmente blancos y sus ojos, de un llamativo tono verde; también poseía un cuerpo normalmente proporcionado, alta para ser una chica y esbelta, pero sin las alargadas extremidades y cuello habituales de las villichis. Si se tenía en cuenta únicamente su aspecto externo, habría sido difícil descubrir que era villichi, y sin embargo había nacido con grandes poderes paranormales y un espíritu muy independiente, por lo que resultaba más inteligente de lo normal para su edad. Llevaba ya casi un año en el convento. Sus frustrados y acosados padres eran humildes ciudadanos de Tyr con otros cuatro hijos, todos ellos normales, y no habían tenido el menor inconveniente en ceder la responsabilidad del cuidado de Ryana, quien había resultado más de lo que podían controlar.

– ¿Veis? -dijo Varanna-. La más joven y más pequeña de vosotras posee un corazón que es más firme y valeroso. Todas deberíais ver en Ryana un ejemplo de lo que realmente significa ser villichi.

Las palabras de Ryana habían avergonzado a las otras, que aceptaron a regañadientes a Sorak en su alojamiento. Colocaron su cama junto a la de Ryana y, a partir de ese día, ésta se hizo responsable del chiquillo como una protectora hermana mayor, a pesar de que eran casi de la misma edad. Era Ryana quien informaba diariamente a Varanna de los progresos del niño, y la primera vez que éste habló fue para pronunciar el nombre de Ryana. Ambos se convirtieron en inseparables.

Los temores de las otras sacerdotisas jóvenes sobre tener un elfling varón entre ellas resultaron injustificados, y muy pronto empezaron a llamarlo «hermanito». Adoptaron también al cachorro de tigone como mascota, pero éste, aun cuando toleraba sus caricias, era a todas luces el animal de Sorak, y éste lo llamó Tigra. Por las noches, dejaban salir a Tigra a cazar, y, poco antes del amanecer, la encargada de la puerta oía siempre sus arañazos en las gruesas puertas de madera pidiendo entrar. Cuando no estaba fuera cazando, la criatura dormía a los pies de la cama de Sorak o lo seguía como una sombra, que, con el paso del tiempo, fue creciendo hasta convertirse en una sombra enorme.

Sorak también creció. Mientras Varanna contemplaba cómo se entrenaba en el patio, los musculosos brazos y pecho brillando de sudor, recordaba lo escuálido y demacrado que estaba cuando la venerable Al´Kali lo había llevado por vez primera al templo. Se había convertido en un muchacho magnífico, fuerte y muy apuesto. No, se dijo, corrigiéndose mentalmente, no un muchacho, ya que no era humano en realidad; pero, de todos modos, la mezcla de elfo y halfling en sus progenitores le había dado un aspecto totalmente humano, a excepción de las puntiagudas orejas, que la espesa melena negra que le caía hasta los hombros a menudo ocultaba. Era alto, casi metro ochenta, y sus facciones, tal delicadas y é á lficas cuando era un niño, se habían tornado angulosas y bastante llamativas, aunque no poseía ninguno de los rasgos exagerados de un elfo; exagerados, al menos, desde el punto de vista de un humano. Tenía las orejas del mismo tamaño y aspecto que las humanas, a excepción de las puntas afiladas, y los ojos hundidos y muy oscuros. Las cejas ya no eran delicadamente arqueadas como cuando era niño, sino altas y estrechas; la nariz era afilada, casi ganchuda, pero no falta de atractivo; los pómulos, sobresalientes y el rostro, afilado.

En conjunto, Sorak poseía una apariencia más bien salvaje y atormentada. La clase de rostro en el que la gente se fijaría inmediatamente y recordaría, de la misma forma que recordaría su mirada directa e inquietante; la clase de mirada que obligaba a la gente a desviar los ojos. Había algo en aquella mirada que siempre señalaría a Sorak como alguien diferente. Varanna no podía explicar qué era con exactitud, pero sabía que todo el mundo lo vería. Había una turbulencia en sus ojos que insinuaba la tempestad que acechaba tras ellos.

Durante toda su vida, Varanna sólo se había tropezado dos veces con el fenómeno que las villichi llamaban «una tribu de uno». Las dos personas afectadas eran mujeres; ambas habían nacido villichis y ambas habían padecido terribles ultrajes de pequeñas. Las dos mujeres eran sacerdotisas mayores en el templo cuando ella era una simple chiquilla, y hacía años que habían muerto. Varanna no había vuelto a conocer ningún otro caso. Era una afección tan poco común que, por lo que sabía Varanna, nadie en Athas la conocía excepto las villichis. Sin embargo, hacía tiempo que sospechaba que ser una tribu de uno no tenía nada que ver con nacer villichi, sino con alguna experiencia dolorosa e insoportable en las primeras etapas de la vida a la que la joven mente simplemente era incapaz de enfrentarse, por lo que se fragmentaba en entidades incorpóreas.