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– Tú buscas proteger al muchacho -dijo-. Yo sólo busco educarlo.

– No puede aprender lo que queréis enseñarle. Y el resto de nosotros no necesita esas enseñanzas.

– ¿Hay otros en la tribu, además de ti, que posean aptitudes paranormales? -preguntó Varanna, inclinándose al frente llena de interés. Aquí, por fin, estaba la explicación de la imposibilidad de Sorak para desplegar sus poderes, y era que no los poseía, en cierto sentido. Eran los otros miembros de la tribu quienes los tenían.

– ¿Tribu? -inquirió el Guardián-. ¿Por qué nos llamas eso?

– Sois muchos que formáis una tribu dentro de un solo cuerpo -explicó Varanna-, una «tribu de uno». Es raro, pero no sin precedentes. Yo misma he conocido otros dos casos, aunque eso fue hace muchos años. Y no le hacéis ningún bien a Sorak manteniéndolo ignorante de su propia naturaleza. Sabe que es diferente de los demás, y no tan sólo por ser un elfling; sabe que posee poderes que no puede sacar a la luz, pero no sabe el motivo. Es esto lo que lo confunde y angustia. No podéis proteger a Sorak de la verdad sobre sí mismo. Si insistís en vuestros esfuerzos para protegerlo, no haréis más que causarle dolor y pena.

– El niño sufrió cuando lo abandonaron en el desierto -dijo el Guardián-. Nosotros lo protegimos de su sufrimiento. Él estaba dispuesto a dejarse morir y nosotros le dimos las fuerzas para seguir adelante.

– Pero existe un límite a las fuerzas, que podéis darle -replicó Varanna-. A pesar de vuestros esfuerzos, habría muerto de no haberlo encontrado la pyreen. Ella lo trajo aquí para que le diéramos cobijo y los conocimientos necesarios para comprender lo que es. Este conocimiento de sí mismo lo hará más fuerte, y, con la preparación adecuada, aprenderá a vivir más fácilmente con aquello en lo que se ha convertido y a utilizar sus aptitudes con más eficacia. Existe poder en una tribu que está unida; pero, mientras mantengáis a Sorak apartado de la verdad sobre sí mismo, será siempre débil.

El ente permaneció en silencio un rato, meditando sobre sus palabras; cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono más relajado, aunque cauto todavía.

– Hay sabiduría en vuestras palabras. Sin embargo, si sabíais la verdad sobre nosotros, podríais haberle contado todo esto a Sorak vos misma. ¿Por qué os habéis abstenido?

– Porque también a mí me preocupa el bienestar del chico. Y no es suficiente decirle simplemente a alguien la verdad. Ha de estar preparado para oírla.

– Entonces, puede que haya llegado el momento -respondió el Guardián-. El muchacho siente un gran aprecio y respeto por vos. Preparadlo para experimentar esta verdad. Luego, a nuestro modo, nosotros se la revelaremos.

Y, sin que tuviera tiempo para reaccionar, Sorak volvió a mirarla, con una expresión de perplejidad en el rostro.

– Perdonadme, señora -se disculpó-, debo de haberme dormido. He tenido un sueño muy curioso.

Ése había sido el principio del auténtico despertar de Sorak. Poco a poco, y con mucho cuidado, Varanna le había contado la verdad sobre sí mismo, una verdad que, hasta aquel instante, ni siquiera sospechaba. Y, mientras ella hablaba, el Guardián mitigaba con dulzura la ansiedad y aprensión del muchacho. Durante las semanas que siguieron, el Guardián dejó que Sorak descubriera poco a poco más cosas sobre su multiplicidad. Al principio, el extraño proceso de aprendizaje tuvo lugar, en su mayor parte, mientras Sorak dormía y soñaba. Luego, cuando el contexto de su situación empezó a resultarle familiar, el niño experimentó la aparición gradual de sus otras personalidades, sin sufrir lapsos, pero permaneciendo inconsciente a cierto nivel mientras ellas dominaban en su cuerpo. De todas formas fue un proceso lento, que todavía seguía desarrollándose.

Desde el inicio del viaje interior de autodescubrimiento de Sorak, el Guardián había sido su guía y Varanna su mentora. La mujer estudió los diarios de las dos sacerdotisas que habían padecido la misma situación, pasando varias horas cada día en la biblioteca del templo para intentar relacionar sus experiencias con las del joven. En ciertos aspectos, a Sorak le resultó más fácil porque las diferentes personas de su interior tenían propensión a cooperar, y no parecía existir ninguna competencia entre ellas. Varanna creía que todo esto era el resultado de lo que Sorak había padecido en el desierto; para sobrevivir en el desolado desierto athasiano, sus diferentes aspectos habían tenido que trabajar todos unidos.

Cada atardecer, Sorak iba a las habitaciones de Varanna, y ambos comentaban las progresivas revelaciones del Guardián, y, con el tiempo, el muchacho llegó a aceptar y comprender su condición. A medida que pasaban los años, aprendió a comunicarse con su tribu interior y a funcionar con ellos, así como a ceder y dejar que actuaran a través de él. Era, no obstante, un viaje que no estaba ni mucho menos acabado. Tanto la intuición como la información recogida de los diarios de las otras dos mujeres le decían a Varanna que aún le esperaban nuevos descubrimientos. Y, recientemente, había llegado a la conclusión de que todavía le quedaba a Sorak otro viaje que realizar, un viaje físico, y que no tardaría en embarcarse en él.

Devolvió su atención a la sesión de entrenamiento con armas que tenía lugar en el patio, donde Sorak y su instructora se enfrentaban en un simulacro de combate con espadas de madera. Tamura era la instructora jefe en el manejo de las armas del convento, y a los cuarenta y tres años de edad era aún joven según las pautas villichis. Su condición física era excelente y ninguna de las otras sacerdotisas se acercaba siquiera a su habilidad con las armas; sin embargo, a pesar de estar aún en la adolescencia, Sorak era ya un digno contrincante. Ése, se dijo Varanna, era su don particular. Cada una de sus personalidades poseía una habilidad propia, y la de Sorak era la del dominio de las armas. Manejaba la espada y la daga tan bien como cualquier campeón de gladiadores, y Tamura se enorgullecía de su fabuloso alumno. Le lanzaba gritos de ánimo a cada golpe bien dado y, de las demás alumnas que contemplaban el combate, nadie mostraba más admiración que Ryana, cuya maestría con las armas igualaba casi la de Sorak.

Ambos habían estado siempre muy unidos, pensó Varanna; pero, a medida que maduraban, los sentimientos de Ryana hacia Sorak se habían tornado inconfundiblemente más fuertes. Y no eran los sentimientos de una hermana hacia su hermano. En apariencia, no había nada malo en ello, se decía Varanna. No tenían vínculos de sangre. Sin embargo, con Sorak, existían muchas cosas bajo la superficie, y a la sacerdotisa le preocupaba esta nueva evolución.

Ryana era villichi, pero también humana, y Sorak era un elfling, tal vez el único de su especie. En el caso de que pasaran el resto de sus días en el convento, una relación entre ambos no tendría por qué resultar problemática, pero en el mundo exterior no sería aceptada fácilmente. Además, Varanna no sabía si Sorak podía engendrar hijos; los mestizos solían ser estériles, pero no siempre. Como villichi, Ryana jamás tendría hijos propios, tanto si Sorak los quería como si no. Estos dilemas potenciales eran, posiblemente, insignificantes, pero existían otros que no lo eran.

– Lucha como un demonio -observó Neela, acercándose por detrás de la gran señora. Se detuvo junto a ella, observando el combate del patio-. Aún es joven, y ya ha aventajado a Tamura. Quizá sea hora de buscar otro instructor.