Выбрать главу

– En efecto -asintió Varanna-, es magistral, pero todavía le queda mucho que é aprender. A lo mejor no sobre las espadas, pero sí sobre sí mismo, el mundo y su lugar en é e l. No creo que se quede mucho más tiempo con nosotras.

– ¿Ha hablado de abandonar el convento? -Neela frunció el entrecejo.

– No. -La gran señora sacudió la cabeza-. Aún no. Pero será pronto, Neela. Lo percibo. -Suspiró-. Éste ha sido un buen lugar para que creciera, para que plantara los dos pies firmemente en el suelo, pero ahora debe poner esos pies sobre el sendero que recorrerá en la vida, y ese sendero nos lo arrebatará.

– Puede que tenga una razón irresistible para quedarse -repuso Neela.

– ¿Ryana? -La otra negó con la cabeza-. No, ella no será motivo suficiente.

– Ambos se aman. Eso lo puede ver cualquiera.

Varanna volvió a negar con la cabeza.

– Que Ryana lo ama a él, no lo discutiré. Pero en cuanto a Sorak… -Volvió a suspirar-. El amor ya resulta bastante complicado para la gente corriente; para Sorak plantea problemas que muy bien podrían resultar insuperables.

Neela asintió y dijo:

– Entonces nos abandonará, y eso resolverá el problema. A Ryana se le partirá el corazón, pero los corazones rotos pueden sanar.

– Dime, Neela -repuso Varanna con una triste sonrisa-, ¿has estado enamorada alguna vez?

Neela la miró sorprendida.

– No, señora, claro que no.

– Ya imaginaba yo que no -dijo Varanna.

2

En el patio resonaban los crujidos de las espadas de madera mientras Sorak y Tamura avanzaban y retrocedían en la compleja coreografía del combate. El joven tenía menos de la mitad de la edad de Tamura y, a pesar de acabar de realizar un intenso entrenamiento, seguía poseído por la energía de la juventud. De todas formas, Tamura no estaba en absoluto en desventaja; si era la instructora jefe en el manejo de las armas del convento era por un único motivo: era la mejor.

A los cuarenta y tres años, el estado físico de la mujer era superior al de la mayoría de las mujeres que tenían la mitad de su edad, y sus reacciones tan veloces como siempre. Luchaba cubierta con una túnica fina para proteger la blanca piel del sol, los rubios cabellos sujetos en una cola floja tras el cuello. Sorak, que ya se había empapado de sudor durante la sesión de entrenamiento, luchaba con el pecho desnudo, su piel más oscura mucho menos vulnerable a los rayos solares. La negra melena le caía más abajo de los hombros y los finos músculos destacaban con claridad, resaltados por el reluciente sudor. Ryana se sentía excitada mientras lo observaba.

Durante años, lo había considerado un hermano, aunque no estaban emparentados y ni siquiera pertenecían a la misma raza. Pero, últimamente, Ryana había observado un cambio espectacular en sus sentimientos hacia Sorak, aunque, como éste había ocurrido gradualmente, jamás llegó un momento en el que se sintiera con – mocionada por el repentino descubrimiento de que lo amaba. Había tenido tiempo para analizar estos sentimientos y acostumbrarse a ellos, si bien era algo que ella y el joven nunca habían discutido. Aun así, sabía que él debía estar al tanto de sus sentimientos, porque estaban demasiado unidos para que no se diera cuenta. Sin embargo, el muchacho no había dicho o hecho nunca nada que le indicara que sentía lo mismo por ella.

Todas las demás lo sabían, Ryana estaba segura. Todo el mundo estaba enterado. Era algo que sencillamente no podía ocultar, ni deseaba hacerlo, pues se decía a sí misma que no había nada malo en sus sentimientos. Con sólo algunas excepciones, las sacerdotisas villichis permanecían célibes, pero ello no se debía a ninguna regla; era simplemente su elección. Estaba segura de que su amor por Sorak no violaba ningún tabú del convento, aunque algunas de entre las hermanas intentaban que no se dieran tales casos.

– Pisas terreno peligroso, Ryana -le había dicho Saleen mientras trabajaban en sus telares. Saleen era mayor que ella, casi veintidós, y vio cómo Ryana seguía con la mirada a Sorak cuando éste pasó junto a su ventana. El joven se encaminaba a ver a la gran señora con Tigra trotando junto a él.

– ¿A qué te refieres? -repuso la muchacha.

– Sorak -respondió Saleen con una sonrisa-. He visto cómo lo miras. Todas lo han visto.

– ¿Y qué sucede? -inquirió la joven, en tono desafiante-. ¿Me estás diciendo que está mal?

– No -había respondido la otra con suavidad-, no soy quién para decirlo, pero lo considero poco aconsejable..

– ¿Por qué? ¿Por qué es un elfling y una tribu de uno? Eso a mí no me importa.

– Sí, pero tal vez le importe a él -repuso Saleen-. Estás más unida a Sorak que ninguna de nosotras, pero esta misma intimidad a lo mejor te impide ver lo que el resto de nosotras ha visto con toda claridad.

– ¿Y qué es ello? -preguntó ella, poniéndose a la defensiva.

– Tú miras a Sorak como una mujer mira al hombre al que ama, mientras que Sorak te mira como un hermano a su hermana.

– Pero no es mi hermano -protestó Ryana.

– Eso no importa demasiado si simplemente te considera como una hermana -dijo Saleen-. Además, sabes que amar a Sorak no podría ser nunca lo mismo que amar a cualquier otro varón. No pretendo ser una experta en las cosas mundanas, Ryana; pero, a juzgar por todo lo que he oído, a menudo a tan sólo dos personas ya les resulta difícil encontrar juntas el amor. Con Sorak, hay más de dos personas involucradas.

– Me doy perfecta cuenta -respondió la muchacha en tono seco-. No soy una estúpida.

– No; nadie lo dice. Ni estoy sugiriendo que no sabes lo que implica. Sus otros aspectos os hablan a través de él sólo a ti y a la gran señora. Las demás jamás hemos tenido ese privilegio. Pero eso no es señal de que todos los aspectos internos de Sorak puedan sentir amor por ti. No es suficiente que tú ames a todo lo que es Sorak; todo lo que es él tiene que amarte a ti. Y, aunque pudieran, ¿adónde conduciría? ¿Adónde podría conducir? Las villichis no se casan. No tomamos compañero.

– No conozco ninguna regla que lo prohíba.

– ¿Has olvidado tus votos? «… dedicar mi corazón y mi espíritu completamente a la hermandad; dedicar mis energías a la enseñanza de las disciplinas que todas consideramos verdaderas; buscar a otras como yo y ofrecerles ayuda y refugio; ser fiel unas a las otras por encima de todo deseo personal y bienestar material.» Ésos son los votos que hiciste Ryana.

– Pero ahí no hay nada que prohíba el matrimonio o tomar un compañero -protestó ella.

– Ésa es tu interpretación -concluyó Saleen-, pero dudo que la gran señora esté de acuerdo con ella. Recuerda, también, que a Sorak jamás se le pidió que hiciera esos votos, porque él no es villichi. Y ya no es una criatura: es casi un hombre adulto. Nuestra vida está aquí, en el convento, con nuestras hermanas. Sorak es un varón… parte elfo y parte halfling. Los elfos son auténticos nómadas y los halflings, algo parecido; lo llevan en la sangre, él lo lleva en su sangre. ¿Realmente crees que Sorak sería feliz quedándose aquí el resto de su vida? Si decide marcharse, Ryana, no hay nada que se lo impida. Pero tú has hecho tus votos.

Ryana sintió una sensación de vacío en la boca del estómago.

– Nunca ha hablado de dejar el convento. Jamás ha mostrado siquiera el menor deseo de marcharse.

– A lo mejor porque el momento aún no había llegado. O puede que, sabiendo lo que sientes, sea un tema que ha rehuido adrede. Vino a nosotras medio muerto, débil en cuerpo y espíritu. Ahora es fuerte en ambas cosas y está lleno de vitalidad, y ya no necesita el convento, Ryana. Ya no nos necesita, y tú eres la única que no puede o no quiere darse cuenta. Tarde o temprano se irá en busca de su camino en esta vida, y ¿qué harás tú entonces?