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– ¡Eso lo será su padre! -le espetó.

Él reaccionó con una gran sonrisa. Toda su cara se iluminó. Tenía unos dientes perfectos y blancos, realmente impresionantes.

– No tenía ni idea de que lo conociera -dijo él.

Annie se dio cuenta de que se acercaba a una zona de alto riesgo. Estaba sucediendo algo que debía evitar a toda costa. Le gustaba ese hombre, parecía una buena persona. Algo aún más peligroso que su innegable atractivo sexual. Se había hecho cargo de la situación con naturalidad, con esa actitud un poco machista que tienen muchos hombres. No le pasó desapercibido su musculoso torso, imposible de esconder bajo su polo. La manera en la que estaba colocado frente a ella, con una rodilla en el suelo, le recordó la imagen de un caballero medieval esperando a que su amada le entregara un pañuelo en prenda antes de partir hacia la batalla.

Sacudió la cabeza, intentando controlar su alocada imaginación y enfadada consigo misma por dejarse llevar tan fácilmente por ella. Sentía que se estaba portando como una niña. Durante su infancia, había sustituido la realidad que la rodeaba por una fantasía en la que ella era una princesa perdida. Pero eso era sólo un sueño infantil en el que no podía volver a caer. Demasiada fantasía sólo la haría perder el sentido de la realidad y caer en una zona de peligro. Al fin y al cabo, era una mujer adulta y estaba a punto de ser madre. Había llegado la hora de abandonar todos los sueños. La vida era muy dura y tenía que ser fuerte para sobrevivir.

Aun así, iba a tenerlo difícil con un hombre tan atractivo y elegante frente a ella. Llevaba un polo azul, unos pantalones vaqueros de última moda y una chaqueta de ante. Todo le sentaba de maravilla y dejaba adivinar la perfección de su anatomía. Su porte contrastaba con su verde uniforme de camarera como la noche y el día. También dejaba claro, de un solo vistazo, su muy distinta situación económica y social. Él tenía todo el aspecto de comprar en las mejores tiendas de ropa. Ella, en cambio, parecía llevar años sin ir de compras. Lo menos parecido a una princesa de verdad.

Apartó la mirada de él, consciente de pronto de que estaban solos en la habitación. No se sentía cómoda y, además, tenía que volver al trabajo. No podía permitirse perder el empleo. Sabía que.no encontraría a mucha gente dispuesta a contratar a una mujer embarazada de siete meses.

– ¿Puedo irme ya? -le preguntó.

– Pues no, no puede -le contestó él con voz serena-. Aún está pálida y no me gusta nada su pulso.

– Hay algunas cosas de usted que tampoco me gustan, pero tengo la suficiente educación como para no nombrarlas -le replicó Annie.

– Imposible -contestó él con un gesto divertido.

– ¿El qué es imposible? -preguntó ella algo nerviosa.

– Que haya algo que no le guste de mí -explicó con una sonrisa fulminante-. Soy un tipo estupendo, todo el mundo lo dice.

Era lo último que le faltaba a Annie. No sólo era guapísimo y elegante, sino que además era popular.

– Pues no sé a quién habrá encargado esa encuesta, pero no todo el mundo opinaría igual, señor -dijo ella con algo de fanfarronería típicamente texana.

– Doctor -la corrigió él algo sorprendido.

– ¿Doctor qué?

– Doctor Allman. Pero tú puedes llamarme Matt Allman.

Annie sacudió la cabeza. Estaba empezando a ser molesto y tenía que saber lo que pensaba de él. No sabía si estaba intentando reírse de ella. Creía que no, pero estaba claro que estaba disfrutando tomándole el pelo. Era como si se sintiese atraído por ella. Pero Annie descartó rápidamente esa idea de su cabeza. No creía que ningún hombre como él se pudiera sentir atraído por una mujer embarazada de otro y vestida de camarera. Tendría que controlar mejor su fantasiosa imaginación.

– Me tenía que haber imaginado que era un Allman. Ahora lo entiendo todo.

– ¿El qué?

Annie se sonrojó, sin saber qué contestar. Los Allman eran una de las familias fundadoras del pueblo. Pero recordaba que cuando era pequeña y vivía allí, esa familia no tenía muy buena reputación. Se les consideraba casi como forajidos, aunque lo más seguro fuera que se hubiera tratado sólo de los cotilleos malintencionados de algunas gentes. El caso era que siempre había considerado que esa familia era de algún modo peligrosa.

– Explica el hecho de que tenga más aspecto de rebelde sin causa que de médico.

– ¿Rebelde? -repitió él saboreando la palabra y entrecerrando los ojos-. Me gusta la idea.

– Claro que le gusta. Es un Allman.

Él se quedó pensando. La miraba como si estuviera intentando formarse una opinión sobre ella. Annie le sostuvo la mirada, decidida a no ceder en nada. Pero por dentro estaba hecha un flan y se preguntaba qué pensaría de ella. Seguramente que era una camarera bocazas y no muy agradecida por lo que estaba haciendo por ella. O quizá que era una pesada. O, peor aún, una desheredada con el pelo enmarañado.

Ninguna de las opciones era muy agradable y deseó saber cómo actuar para dejar de ser tan desagradable. A veces se lamentaba por lo extremista de su personalidad. Parecía que sólo había dos opciones: o estaba completamente loca por alguien o se comportaba de manera totalmente hostil. Escarmentada como estaba, se había prometido no dejarse llevar nunca más por la pasión ni enamorarse de nadie. Así que sólo le quedaba la opción de la hostilidad y se mostraba siempre fría, dura y antipática.

Aunque quizá no fuera una mala decisión, porque eso le procuraba una especie de armadura para protegerse y no caer en errores del pasado. Como el que la había dejado sola y embarazada. Pensaba que era bueno para ella que hombres como ese doctor, atractivo y sexy, supieran que no se iba a dejar impresionar por ellos. Estaba dispuesta a mostrarse maleducada y cínica si con ello la dejaban tranquila. Era mejor que supieran de antemano cómo era y ella no debía olvidar nunca a qué situación le podía conducir la vida si se dejaba llevar de nuevo por un romanticismo estúpido y sin sentido.

– Pues sí, soy un Allman. Y eso, ¿qué significa para usted?

– ¿De verdad lo quiere saber?

– Sí.

– Muy bien -dijo ella suspirando-. Yo me crié aquí y siempre he tenido una imagen de los Allman como los vaqueros del lugar, siempre demasiado cerca del lado peligroso e ilegal de la vida. Recuerdo que siempre estaban metidos en peleas y causando problemas. Sobre todo a los McLaughlin.

Él se rió, lo que trajo el rubor a las mejillas de Annie, insegura ante la reacción de él. No era posible que supiera la relación que ella tenía con los McLaughlin, nadie lo sabía. Así que no podía tratarse de eso.

– Vuelvo al pueblo y me entero de que los Allman son ahora los nuevos reyes del mambo. ¿Qué ha pasado?

Las cosas habían cambiado mucho en Chivaree. Los Allman, antes unos muertos de hambre, dirigían una empresa de mucho éxito. Los McLaughlin, en cambio, habían pasado de ser una familia muy poderosa a atravesar tiempos muy duros, lo que debía de haber sido muy complicado para ellos.

Annie tenía trece años cuando su madre le dijo la verdad. Le contó que su padre era William McLaughlin, en cuya familia ella había estado trabajando. Esa familia era tan importante en el pueblo que nunca se decidió a contar su secreto a nadie, aunque se sentía orgullosa de ello. Cada vez que volvía a Chivaree y veía a algún McLaughlin sentía una conexión con ellos que no podía contar a nadie.

Ahora que se encontraba sola y a punto de ser madre, su instinto la había conducido de vuelta a Chivaree, donde vivía su familia paterna. Estaba decidida a averiguar unas cuantas cosas sobre ellos. Necesitaba saber si era verdad lo que su madre le había contado y si ellos estarían dispuestos a aceptarla o si se negarían a acogerla.

Aún no había decidido qué iba a hacer. No sabía con qué miembro de la familia sería mejor hablar ni qué le iba a contar. Su padre había muerto unos años antes, con lo que había perdido la oportunidad de llegar a conocerlo. Pero él había tenido otros tres hijos, todos varones. Se preguntaba cómo la recibirían si apareciera de repente en la puerta de su casa.