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– Seguro que habría estado orgullosa de usted -dijo ella sin saber por qué quería consolarlo.

– Ya lo sé. Yo siempre presumía de ella. Era un ángel. ¿Sabías que salvó a tu madre de morir antes de que se fuera de Chivaree?

A Annie se le encogió el corazón. Se sentó en la cama.

– No sé de qué me habla.

– Marie encontró a tu madre temblando y llorando en el parque del Coyote. Era pleno invierno. No tenía a dónde ir. La trajo a casa, le dio de comer y le hizo una cama en el sofá. Recuerdo lo pequeña y desdichada que parecía tumbada allí. Al día siguiente, la llevó en coche hasta la casa de su hermano, en San Antonio.

– Mi tío Jorge.

– Eso es. Supongo que se quedó con él hasta que naciste tú.

– Sí.

– Tu madre te trajo por aquí un par de veces, cuando tenías dos o tres años. Seguramente no te acordarás de ello. Después de esas visitas no supimos más. Marie se preguntaba de vez en cuando qué habría sido de vosotras. Y ahora estás aquí, en la misma casa donde estuvo ella. La vida es un misterio.

Y con eso, se levantó y salió del dormitorio. Annie se quedó paralizada por lo que acababa de oír. Pero enseguida se dio cuenta de que tenía que hacer algo al respecto, y pronto.

Capítulo 9

MATT estaba sentado en el restaurante de Millie, contemplando el plato que acababan de servirle: huevos revueltos con salsa mexicana y frijoles. Había estado corriendo en la pista de atletismo y ésa era su recompensa por el esfuerzo realizado.

– ¿No va a anular esta comida los beneficios que consigues haciendo ejercicio? -bromeó Millie.

– ¿No sabes que hay que alimentar los músculos?

– Si tú lo dices… Parece que sabes de lo que hablas -dijo ella yendo hacia otra mesa.

Miró de nuevo el plato. Tenía una pinta estupenda. Estaba empezando a prepararse una tortilla de maíz rellena de huevos cuando apareció Annie frente a él, como salida de la nada. Se dejó caer en el asiento opuesto a Matt y suspiró aliviada.

– Menos mal que te he encontrado aquí -dijo tomando su vaso de agua y bebiendo un buen trago-. Estaba muerta de sed.

Tenía aspecto de cansada y sofocada, pero seguía siendo preciosa. Le encantaba cómo su rebelde pelo enmarcaba su cara. Adoraba sus brillantes ojos, interesados en todo lo que había a su alrededor. Le gustaban sus manos y cómo las movía al hablar.

Sacudió la cabeza como intentando evitar que su mente siguiera pensando en ella de ese modo. No era el momento. Estaba claro que necesitaba contarle algo.

– ¿Qué ha pasado?

– He tenido que venir andando hasta aquí. Se me ha estropeado el coche otra vez y…

– ¡Vaya, Annie! Te dije que me dejaras llevar ese trasto al taller de Al.

– No -dijo ella con firmeza-. Es mi responsabilidad. Me encargaré de ello.

Se encogió de hombros. Quería decirle que tendría que hacer algo al respecto porque las palabras no iban a arreglar el coche, pero se calló. Sabía que Annie necesitaba ser independiente.

– Y, ¿qué pasa? -preguntó mientras comenzaba a comer-. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

– Llamé al piso de Rafe y me dijo que a lo mejor estarías aquí.

– ¿Ha pasado algo? -preguntó preocupado.

– No, no es eso. Pero… -dijo ella vacilante- Pero, verás. He estado hablando con tu padre.

Matt dejó la comida sobre el plato.

– ¡Oh, no! ¿Qué te ha dicho? ¿Ha hecho algo?

– Bueno, lo primero que me preguntó fue si tú eras el culpable de esto -dijo mirándose la barriga. Matt sólo gruñó por respuesta-. Le dije que no, que el bebé no tiene nada que ver contigo.

– ¿Y eso lo decepcionó? -inquirió él con media sonrisa.

– No lo sé -contestó ella pensando en otra cosa-. Eso no me molestó, pero… Matt -dijo tomando su mano-, creo que debería ser más sincera contigo. Hay algo que no te he contado y ahora puede que sea demasiado tarde.

– ¿A qué te refieres? -dijo él sin aliento.

– Es algo que me horroriza contarte -explicó con lágrimas en los ojos-. Y va a ser difícil de explicar.

– Muy bien -dijo Matt con decisión mientras apartaba el plato-. Vámonos de aquí. Vayamos a algún sitio donde podamos hablar.

– Pero acabas de empezar a comer…

– No importa -aseguró él dejando dinero sobre la mesa y ayudándola a levantarse-. Tengo el coche aquí mismo.

Pasaron al lado del merendero, donde unos hombres estaban terminando de montar una nueva barbacoa para la fiesta familiar que los Allman iba a celebrar una semana antes de la boda. Era ese mismo viernes.

Matt abrió la puerta del coche y la ayudó a entrar. No tenía ni idea de lo que Annie tenía que contarle, pero estaba seguro de que no le iba a gustar. Aún así, sabía que no cambiaría nada, porque estaba loco por ella.

Unos minutos después aparcaron en un bosque de enebros que crecía al lado de la autopista. Matt apagó el motor y se giró para mirarla. Ella se había recuperado bastante y se la veía serena y tranquila.

– ¿Estás bien?

– Si, claro que sí -repuso ella-. No sé qué me pasó antes, lo siento. Las hormonas me están volviendo loca desde que estoy embarazada.

– Dijiste que tenías algo que decirme… -dijo él mientras apartaba con suavidad dos rizos de su cara. No podía evitar tocarla.

– Sí -dijo mirándolo a la cara con preocupación-. Tu padre supo quién era. Él conoció a mi madre. Y yo tengo que contártelo antes de que lo haga él.

– Annie, no sé de qué estás hablando -dijo él intentando parecer calmado.

Ella respiró profundamente y se forzó a hablar.

– Mi padre era William McLaughlin. Josh, Kenny y Jimmy McLaughlin son mis hermanastros.

– ¿Qué?

– ¿Te acuerdas que te conté que mi madre se enamoró de uno de los jóvenes de la familia donde trabajaba? Pues fue en el rancho de los McLaughlin.

– Me estás tomando el pelo. ¿Quieres decir que eres una McLaughlin?

– Sí -asintió ella cerrando los ojos, como si esperase un estallido de furia por parte de él.

Se quedó mirándola largo rato para después estallar en carcajadas.

– ¿Te estás riendo? -dijo ella abriendo los ojos-. ¿Crees que tiene gracia?

– Annie, no sé si reír o llorar -aseguró tomando su mano entre las de él-. Todo esto es surrealista. Que seas parte de una familia a la que, como miembro de los Allman, he jurado odiar toda mi vida… ¡Es una locura!

– Pero es la verdad.

– ¿Y mi padre lo sabía?

– En cuanto le dije cómo me llamaba me reconoció. Me contó que tu madre fue la que ayudó a la mía a salir de la ciudad cuando los McLaughlin la echaron de la casa por estar embarazada.

– El mundo es un pañuelo -dijo él intentando asimilar la información.

– Sí. Sobre todo Chivaree.

– Así que por eso estabas tan empeñada en seguir trabajando en su rancho. ¿Lo saben?

– ¿Cathy y Josh? -preguntó ella-. No. No he conseguido juntar el valor necesario para decírselo. Antes quería llegar a conocerlos…

– No lo entiendo. ¿Por qué no se lo contaste al principio?

– Yo me hago la misma pregunta -confesó visible-mente arrepentida-. Debería haberlo hecho, pero quería ver cómo eran, intentar averiguar si me aceptarían o no. Y ahora me pregunto si he hecho bien al meterme en su perfecta familia con mi oscura historia detrás. ¿Qué tiene mi historia que ver con ellos?

– Todo -dijo él apretando su mano-. Vamos a decírselo. Iré contigo.

– ¡No! ¡Ahora no! -exclamó sorprendida-. Son encantadores. Los aprecio demasiado como para aparecer y arruinar de un plumazo la imagen que tienen de su padre.

– No te preocupes por eso. Todo el mundo sabe que su padre era un mujeriego -dijo sin pensar que estaba hablando también del padre de Annie.