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Así que estaba sin coche, sin teléfono y sin nada. El parque estaba oscuro y vacío. No había un alma alrededor. Y lo peor de todo, se había puesto de parto.

Durante unos minutos perdió el control. No podía creerse lo que estaba pasando, la angustia la invadía. Llegó como pudo hasta el edificio donde estaban los baños y la sala multiusos. Los baños estaban abiertos y no muy sucios, pero la puerta de la sala estaba cerrada. Se alegró al menos de conocer bien el lugar, porque recordaba que solían esconder una llave extra sobre el marco de la puerta. Tomó una caja de plástico y se subió a ella. Buscó en el hueco que había entre dos ladrillos y, ¡allí estaba!

– ¡Después de tanto tiempo! -murmuró asombrada y agradecida.

Abrió la puerta y entró. No había cambiado mucho desde su infancia. Había armarios llenos de materiales para manualidades, un montón de sillas plegables y una larga mesa. Había luz y un fregadero con agua que funcionaba. Estaba bastante limpio.

De camino de nuevo al coche tuvo que pararse y practicar las respiraciones que le habían enseñado para poder soportar el dolor. Cuando llegó a su automóvil, recogió ropa que aún tenía en el maletero y volvió a la sala de reuniones. Allí empezó a preparar una especie de cama en el suelo donde poder echarse.

Tomó lápiz y papel y comenzó a apuntar la frecuencia y duración de las contracciones con la ayuda de su reloj. Por suerte, estaba recordando mucho de lo aprendido durante sus estudios de enfermería. Empezó a ganar confianza y a creer que podría hacerlo sola.

– Al fin y al cabo las mujeres parían solas antiguamente -se dijo para animarse-. Y ellas no sabían nada de medicina.

Pasó una hora. Bebió algo de agua e intentó andar durante las contracciones. Una hora más tarde, no podía ni mantenerse en pie. Afuera era ya noche cerrada, pero la bombilla que colgaba en el centro del techo mantenía iluminada la sala. Se preguntó si alguien podría distinguirla desde la autopista y acercarse a ver qué pasaba. Pensó en lo que Matt estaría haciendo y qué pensaría.

No podía creerse cómo había conseguido embrollar las cosas tanto. Si hubiera sido honesta con todo el mundo desde el principio, seguramente no estaría en esa situación.

– ¡Aaaah! ¡Billy! -gritó sin aliento cuando llegó otra contracción.

Cada vez eran más fuertes y seguidas, casi imposibles de superar, y no podía evitar gemir. Era tanto el dolor que empezó a pensar que no podría sobrevivir aquellas circunstancias ella sola. Pero cuando llegó el momento de empujar, se olvidó de sus miedos y se dispuso a darlo todo o morir en el intento. Cuando el bebé empezó a salir, quería verlo fuera y respirando tan pronto como fuera posible.

– ¡Aaaah!

Esa contracción fue insoportable. Soplaba y respiraba tan bien como podía, pero no se sentía mejor en absoluto. No creía que pudiera conseguirlo. Aquélla pasó, pero llegó otra enseguida sin que tuviera tiempo apenas de recobrar el aliento. La última estaba siendo aún peor que la anterior. No podía más.

– ¡Aaah! ¡Matt! -gritó desesperada.

Y entonces ocurrió un milagro y él apareció.

– ¡Annie, Annie! ¡Cariño mío! -exclamó mientras se abalanzaba sobre ella, comprobaba la dilatación y llamaba a una ambulancia desde su móvil, todo al mismo tiempo.

– Aguanta, cariño. Ya sé que quieres empujar, pero trata de no hacerlo hasta que esté preparado.

«¿Que aguante?», pensó ella. Eso sería como decirle al planeta que dejara de rotar. No podía impedirlo, ¡el niño quería salir e iba a ser ya!

Pero, por fortuna y para asombro de Annie, fue capaz de sostenerlo dentro durante otras dos contracciones.

– ¡No puedo! -le dijo a Matt gimiendo-. ¡No puedo!

– Lo estás haciendo fenomenal, Annie. Ya veo la cabeza -le dijo mientras colocaba la mano en su tripa-. Se acerca otra contracción, Annie. Y esta vez puedes empujar, estoy listo.

Empujó con un grito que debió de hacer que temblaran las paredes de la sala.

– ¡Muy bien! Aquí está la cabeza. ¡Empuja de nuevo!

Hizo lo que le decía con toda la fuerza que le quedaba y notó que salía el niño.

– ¡Aquí está! -dijo Matt emocionado.

Lo sostuvo para que Annie pudiera verlo. Era largo y estaba cubierto de algo blanco. Era lo más bonito que había visto en su vida.

– Te presento al señor William -añadió él.

– Billy -le recordó ella sin apenas fuerzas mientras alargaba la mano para tocarlo-. Billy Matthew Torres.

– ¿Estás segura?

– Desde luego -le dijo ella, llena de alegría y orgullo.

Matt se inclinó y la besó en los labios. Estaba demasiado exhausta para responderle. Exhausta pero completamente feliz.

– ¿Cómo me encontraste? ¿Cómo lo supiste?

– Bueno, tardé un tiempo. Demasiado. Todo fue tan confuso… No supe que te habías ido hasta que Millie me lo dijo. Y empecé a preocuparme. Volví a la casa a buscarte y, al ver que no estabas, me volví loco. Entonces recordé la conexión que tienes con este sitio y vine para acá.

Annie oyó la sirena de la ambulancia entrando en el parque. Tenía la imagen de su hijo grabada en la mente y no quería ver otra cosa. Cerró los ojos y, agotada por el gran esfuerzo, se durmió.

Se despertó en una habitación de hospital. Matt estaba sentado al lado de la cama, esperando a que Annie abriera los ojos. Le sonrió.

– Tengo un bebé -le dijo feliz y aún medio dormida.

– Así es -repuso él mientras se acercaba para tomar su mano-. Y hemos descubierto que eres toda una campeona dando a luz.

– ¿De verdad?

– De las mejores. Además, el bebé está fenomenal y ha pesado casi cuatro kilos.

Annie rió con ganas hasta que el dolor la detuvo.

– ¡Aaah! Aún tengo dolores por todas partes.

– No me extraña. Lo de anoche fue una maratón, Annie. Y tú has ganado la carrera.

Cerró los ojos y recordó todo lo que había vivido en el restaurante. Pensó en Josh, Cathy, Emily y la disputa entre las dos familias.

– ¿Estás enfadado conmigo?

– La verdad es que estoy furioso.

– ¿Sí? -preguntó abriendo los ojos y mirándolo.

– Sí. Por muchas cosas -respondió besando su mano-. Pero seguramente no por lo que piensas.

– ¿Por qué entonces?

– Lo primero que me dolió fue que te fueras del restaurante en plena noche, sin más y sin decir nada a nadie. Te pusiste en peligro, Annie. Fue una locura por tu parte hacer lo que hiciste.

– Lo sé, pero es que anoche estaba muy mal. Supongo que fue porque estaba poniéndome de parto sin saberlo y todo eso. El caso es que no podía pensar con claridad. Lo siento muchísimo.

– Muy bien. Pero por otro lado estoy enfadado porque veo que no confías en mí.

– ¿Qué quieres decir?

– Annie… -comenzó mientras besaba de nuevo su mano-. ¿Qué pensabas que iba a hacer cuando supiera lo de Emily?

Ella no pudo contestar.

– Annie… ¿Cómo pudiste pensar que podría romper esa familia? Estaría haciéndole daño a mi propia hija si lo hiciera. Estaba obsesionado intentando encontrarla porque quería asegurarme de que estaba bien. Y, a menos que la hubiera encontrado en malas condiciones, nunca me planteé intentar luchar por la custodia del bebé. Eso hubiera sido pensar en mis necesidades y no en el bienestar de mi hija. Yo no podría hacer eso. Sólo quería saber que estaba bien.

– Por supuesto -reconoció mirándolo-. Entonces, ¿no vas a intentar recuperarla?