Выбрать главу

Ella se resistió. Le gustaba demasiado sentir su mano en la espalda, pero odiaba sentir que la estaban controlando.

– ¡Eh! ¡Espera! Me estás presionando y no me gusta.

– ¿Necesitas tiempo para pensar en ello? -le preguntó él.

– Sí, así es.

– Muy bien. Tendrás tiempo de sobra para pensar mientras vamos en coche hasta la clínica.

– Pero…

– ¿Qué quieres? -la interrumpió él-. ¿Que te lleve en brazos de nuevo?

Annie inhaló con fuerza y se mordió el labio.

– No -contestó de mala gana mientras dejaba que la condujera fuera de la habitación. Parecía que no tenía otra opción.

Capítulo 2

NO ESPERARÁS que me quite la ropa, ¿verdad?

Lo primero que notó Annie al llegar a la clínica fue que estaba vacía. Era tarde y se imaginó que el resto de los empleados ya se habrían ido a casa. Eso hizo que se sintiera algo incómoda además de recelosa. Todo lo que estaba ocurriendo era nuevo para ella, pero estaba aprendiendo a no confiar en nadie. Sobre todo en hombres atractivos y zalameros como aquél, Se puso la chaqueta alrededor de los hombros y miró a Matt como si fuera el representante arquetípico de ese tipo de hombre.

– Porque no quiero que me hagas ningún tipo de examen para el que tenga que desnudarme -repitió ella.

Matt se dio la vuelta para mirarla y estalló en carcajadas, para sorpresa de Annie.

– No será necesario -dijo finalmente para calmarla.

La condujo hasta una habitación llena de máquinas para exámenes médicos. Matt la miró y vio cómo se cubría el cuerpo con la chaqueta.

– ¿Siempre te cubres con ropa como si estuviera a punto de nevar antes de que te examine un médico? -le preguntó él.

– No con mi médico de verdad -se defendió ella.

– ¿Y qué crees que soy yo? -le preguntó mientras le indicaba con un gesto que se sentara en la silla al otro, lado de la mesa-. ¿Un médico de mentira?

– Eso está por ver.

Matt le colocó el brazalete del tensiómetro en el brazo mientras le dirigía una sarcástica mirada.

– ¿Y quién es tu médico de verdad?

– El doctor Marin.

Matt asintió con la cabeza. Ajustó el brazalete, lo infló y escuchó con atención mientras observaba la presión bajar en el indicador.

– ¡Ah, sí! Raúl Marin -dijo mientras le quitaba el aparato-. Su hijo y yo éramos amigos en el instituto.

Tomó nota de su tensión arterial y se volvió para preparar el equipo de monitorización fetal.

– Si lo prefieres, puedo llevarte a su clínica. Es tarde, pero…

– Pero es que no necesito un médico. Lo que necesito es irme a casa -lo interrumpió ella.

No entendía cómo se había dejado convencer para ir allí. Lo que necesitaba era volver a casa, meterse en la cama, acurrucarse bajo las sábanas y esperar a que todo aquello pasara. Pero Matt no dejó que su comentario le hiciera desistir.

– Creo que deberíamos hacer algunas pruebas más ahora mismo. Para asegurarme de que tú y el bebé estáis bien.

– Bueno, si tú estás seguro, el mundo podrá dormir tranquilo esta noche.

Matt ignoró su sarcasmo y continuó tomando notas. Después le indicó que se tumbara en la camilla.

– Veamos cómo está el pequeño -dijo él.

– El pequeño -repitió ella.

Le gustó cómo sonaba aquello. Había evitado conocer el sexo del bebé. Tampoco había pensado en nombres. Si iba a dar el bebé en adopción, tenía que intentar no encariñarse demasiado con él. Eso haría que todo fuese aún más duro. Pero cuando Matt lo llamó el pequeño, Annie sintió que el corazón le daba un vuelco y tuvo que esforzarse para no derramar ninguna lágrima. El, en cambio, parecía dispuesto a sentir afecto por ese bebé. Annie no podía dejar que Matt supiese que ese simple gesto la había emocionado.

– Muy bien, doctor.

– Llámame Matt -dijo él mirándola a los ojos.

– ¿Qué te parece señor Allman? -repuso ella. Su comentario produjo un gesto de impaciencia en la cara de Matt.

– Como quieras, Annie. Llámame Dumbo si eso hace que te sientas más segura -dijo él, algo molesto mientras desenredaba unos cables del aparato y se acercaba a ella-. Ahora intenta relajarte y acabaremos enseguida.

Instintivamente, Annie puso una mano protectora sobre su tripa. El bebé estaba bien. Estaba segura de ello. Al menos tanto como podía estarlo. Tomaba todas las vitaminas prescritas y acudía a todos los controles médicos, a pesar de lo costosos que eran. Estaba considerando seriamente la posibilidad de entregar su bebé en adopción, pero sólo porque ella, o él, le preocupaba. Quería al bebé y por eso tenía que hacer ese sacrificio. Nunca se había sentido tan unida a nada en todo su vida como se sentía a ese bebé.

– ¿Cuánto cobras? -le preguntó mientras lo observaba preparar el monitor.

Llevaba algo de dinero y no quería que él pensara que estaba esperando que no le cobrara nada.

– La primera consulta es gratis -dijo él para salir del paso.

A Annie no le sentó nada bien su respuesta. No quería la caridad de nadie. Ella podía pagar, aunque a veces le resultara difícil.

– Si regalas consultas a todo el mundo, no sé cómo vas a conseguir ingresar lo suficiente para mantener a tus empleados.

Matt terminó de colocarle la cinta del monitor alrededor de la barriga y comenzó a reírse con ganas.

– ¡Qué suerte! Acabo de contratar a alguien que sabe de verdad cómo funcionan los negocios. Sigue trabajando así de bien y te nombraré directora de la clínica.

Se estaba riendo de ella, pero aún así, no podía evitar sentirse halagada por sus palabras.

– Tú no puedes nombrarme nada.

Matt ni siquiera se molestó en contestar. Ya se había dado cuenta de que la mayoría de las palabras de Annie eran sólo una armadura que intentaba mantenerlo alejado de ella. Entendía que quisiera protegerse, pero estaba empeñado en que ella no perdiera de vista lo que era verdaderamente importante en ese momento: el hijo que llevaba en sus entrañas.

Hacía ya a algunas semanas que venía fijándose en ella. La veía cada vez que se acercaba al Café de Millie a tomar algo. Había estado observando cómo evolucionaba su gestación, aunque nunca le había dirigido la palabra hasta ese mismo día. Su mirada, inteligente y viva, lo había atraído tanto que se preguntaba a veces cómo sería su vida. No se le había pasado por alto que Annie no lucía ninguna alianza en su dedo, lo que le recordaba su propia y complicada situación.

Sólo hacía unas semanas que un antiguo amigo de Matt, que estaba de paso por la ciudad, lo había llamado y le había preguntado de manera inocente por Penny Hagar, una chica con la que Matt había estado saliendo en Dallas un par de años atrás. También le había preguntado sobre el bebé, dando por hecho que Matt estaba al tanto.

– ¿Bebé? -había preguntado él sorprendido-. ¿De qué bebé me estás hablando?

No tenía ni idea de que Penny hubiera estado embarazada de él cuando lo dejaron. Desde ese día, había concentrado toda su energía en encontrar a Penny y a su hijo. No tuvo demasiada suerte en localizarlos, así que decidió contratar a un investigador privado. Tampoco éste le había podido dar ninguna pista por el momento. Descubrir que era padre había conseguido que fuera mucho más consciente de todos los bebés que veía por la calle. Le daba la impresión de que el mundo estaba lleno de bebés, incluido el que Annie llevaba en su vientre. Un bebé al que su madre estaba dispuesta a entregar en adopción.

– ¿Cuántos empleados tienes? -preguntó Annie con curiosidad sobre los que podían llegar a ser sus compañeros de trabajo.

– ¿En esta clínica? Hay otro médico de familia, como yo, una recepcionista que hace las veces de contable, una enfermera titulada y otra en prácticas.

– Entonces, ¿cuál sería mi puesto? -preguntó ella intentando memorizar toda la información que estaba recibiendo.