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Sonó un golpe y un grito en el pasillo. Intentó relajarse. Eran los mismos de siempre: la pareja del apartamento de al lado. Cada dos por tres ella tiraba las cosas de su pareja por la ventana y él subía hecho una furia y aporreaba la puerta de su piso cuando ella le negaba el paso. Sabía que gritarían durante horas, como muchas otras noches. Entonces ella le dejaría entrar y comenzarían a tirarse los platos a la cabeza y a gritar. Lo más surrealista era que, después de la pelea, llegaba la reconciliación. Y eran tan ruidosos haciendo el amor como peleándose.

En el piso que estaba al otro lado del de Annie alguien puso la música muy alta. Parecía música de algún exótico país. Sabía que lo hacían para no oír a los otros pelearse, pero aquello era casi peor. Gimiendo, colocó la almohada sobre su cabeza. «¿Cómo voy a empezar en un trabajo nuevo mañana si ni siquiera me dejan dormir tranquila?», pensó molesta.

Algo chocó contra la pared e hizo que se sobresaltara aún más. Aquello era inadmisible. Peor aún, era espeluznante. Tenía el presentimiento de que cualquier día iba a ocurrir algo grave de verdad. Matt tenía razón. Tenía que encontrar otro sitio, pero no sabía cómo. Sólo tenía dinero suficiente para ir tirando. Lo mínimo para comer y pagar el alquiler. Eran tiempos duros.

La mujer gritó de nuevo y Annie se estremeció. Aquello era insoportable. Lo peor era no saber si debería llamar a la policía de nuevo o no. No sabía si gritaba de verdad o lo estaba usando como arma contra su novio. No creía que pudiera aguantar más.

De repente oyó otra voz y Annie levantó la cabeza para oír mejor. Los gritos subían de tono y los golpes sonaban como si hubiera una pelea allí en toda regla. Y de pronto no se oyó nada más. Sólo silencio.

Se incorporó extrañada de que parara todo de repente. Aquello era nuevo.

Alguien llamó a su puerta, lo que hizo que saltara de la impresión. Su corazón latía con tanta fuerza qué le dolía el pecho. Cerró los ojos un segundo para recuperarse, salió de la cama y se acercó en silencio hasta la puerta. Escuchó, intentando averiguar quién sería el individuo que estaba al otro lado. Quizá fuera el hombre de al lado o la mujer que había estado chillando toda la noche. O a lo mejor la otra voz que había escuchado en el pasillo minutos antes.

– ¿Annie? ¿Estás ahí? ¿Estás bien?

Tardó unos segundos en darse cuenta de que se trataba de Matt Allman. Cuando lo hizo la invadió una gran alegría.

– ¿Matt? -dijo ella mientras corría los cerrojos y abría la puerta-. ¿Qué haces aquí?

Verlo allí la hizo sentir muy bien. Parecía tan guapo, alto, fuerte y viril… Era justo lo que necesitaba en ese momento. Se sintió tan aliviada que hizo algo completamente inesperado y ridículo. Se echó a sus brazos.

Sólo duró unos segundos. Rápidamente se recompuso y se separó de él. Todo fue muy rápido, pero el recuerdo de sus brazos alrededor de su casi desnudo cuerpo dejó en Annie una gran impresión.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó entrando de nuevo en el apartamento.

Aún estaba medio dormida y pensó que quizá fuera sólo una aparición. A pesar de que el tacto de sus brazos, fuertes y protectores, había sido muy real y aún perduraba en su piel.

– He venido a buscarte -le respondió con calma-. Recoge tus cosas. Nos vamos.

– No… -comenzó a decir, perpleja-. No puedo irme ahora en mitad de la noche…

– Pues recoge deprisa antes de que se haga más tarde -repuso él de forma algo brusca.

Matt echó un vistazo al pasillo y volvió su mirada de nuevo hacia ella, sin que se le pasara por alto cómo su esbelto cuerpo se adivinaba a través del ligero camisón de encaje.

– Déjame pasar, te ayudaré con las cosas.

Annie sabía que no era inteligente dejar que pasara a su piso en plena noche. La manera en que acababa de mirarla le recordó lo transparente que era su camisón. Y hasta una mujer embarazada podía resultar tentadora con una prenda así y a altas horas de la madrugada.

Se miró y pensó en pedirle que esperara en el pasillo hasta que se pusiera algo encima, pero antes de que pudiera decirle nada, Matt entró y cerró la puerta por dentro.

– Venga. Voy a sacarte de aquí.

Annie sacudió la cabeza y buscó su bata con la mirada.

– No puedo. ¿A dónde iba a ir? -dijo mientras se ponía la bata y la ataba alrededor de la cintura-. Aquí es donde vivo y…

Matt agarró su brazo. Ella lo miró sorprendida. Estaba claro que hablaba muy en serio.

– Mira, si quieres que me porte como un cavernícola, lo haré. Estoy decidido. No voy a dejar que duermas en este sitio ni una noche más.

– Pero…

– Annie, piensa un poco. Cuando llegué aquí había una batalla campal en el pasillo. Tuve que ponerme duro para conseguir que pararan. No puedes vivir en un sitio como éste. ¿No has pensado en llamar a la policía?

– Ya lo intenté una vez y vinieron, pero no les gusta acercarse a este barrio.

– Annie, hablo muy en serio -dijo con un gemido-. Te vienes conmigo. No tienes otra opción.

Lo miró a los ojos, convencida de que no iba a con-seguir nada discutiendo con él.

– De acuerdo -dijo mirando el armario-. Deja que me cambie y…

– No hay tiempo para eso. Sólo necesitas un cepillo de dientes y ya está. Mañana vendremos a recoger el resto de tus cosas.

Matt se hizo cargo de todo y en cuestión de pocos minutos estaba sentada en el asiento de su coche y atravesando calles oscuras y desiertas. Llevaba puesto el camisón, la bata y unas zapatillas. Su pelo estaba enmarañado y sujetaba con fuerza el cepillo de dientes en su mano. Lo único que llevaba con ella.

– No sé por qué dejo que hagas esto -dijo sin acabar de creerse lo que estaba sucediendo.

La miró y una sonrisa suavizó su rostro.

– Yo tampoco, pero supongo que es porque en el fondo sabes que tengo razón.

– Imagino que tú casi siempre tienes la razón, ¿verdad? -dijo ella con un suspiro.

– La verdad es que sí -repuso él encogiéndose de hombros.

Se quedó callada un rato, pensando en qué iba a pasar después. Suponía que la llevaba a su casa. No creía que pudiera llevarla a ningún otro sitio a esas horas de la noche. Debía de estar loca para hacer algo así. Era verdad que en su apartamento tenía que escuchar muchas peleas, pero allí sólo era una espectadora. En el apartamento de Matt lo más seguro era que se convirtiera en uno de los combatientes. Porque si él pensaba que tendría que darle algo a cambio en señal de gratitud, estaba equivocado.

Annie estaba furiosa. Todos los hombres eran iguales. Parecía que todos sintieran que tenían que encargarse de cada mujer embarazada y soltera que pululaba por ahí. Estaba harta de esos tipos. Suponía que Matt se dirigiría hacia la zona donde estaban todos los modernos edificios de apartamentos, pero siguió su camino.

– ¿A dónde me llevas? -preguntó sorprendida.

– A casa -contestó bruscamente sin apartar la mirada de la carretera.

Annie frunció el ceño mientras observaba las sencillas casas que iban dejando atrás.

– ¿A casa de quién?

– Aquí es -anunció Matt.

Metió el coche en la entrada de una casa que en su día había sido humilde, pero que con el tiempo se había transformado en una gran mansión.

– La residencia de los Allman -dijo mientras contemplaba el edificio.

Ella se quedó mirándolo también. Era enorme. Tenía tres plantas, un elaborado tejado y una torre cilíndrica. A Annie le pareció una casa de cuento de hadas, con ventanas donde se apoyaban las princesas y huecos por donde huían los villanos.

– Tiene un aspecto bastante extraño, pero es que a mi padre le encanta mejorarla y añadir más habitaciones y adornos -explicó Matt-. Si se sale con la suya, cada Allman que se case acabará viviendo aquí con su familia. Por eso intenta hacerla grande.