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– Eso es muy…

Estaba a punto de decir generoso, pero se detuvo. La palabra más apropiada era controlados

– Espera un segundo. ¿Vives aquí con tu familia?

– Así es.

– ¿Esta casa está llena de miembros de tu familia?

– Sí, eso es.

Annie tragó saliva. Ella era una McLaughlin, aunque él aún no lo supiera. Y los Allman y los McLaughlin eran como los Montesco y los Capuleto. No se hablaban ni se mezclaban. Y ella estaba a punto de meterse en la boca del lobo. No sabía si sería una buena idea.

– Venga, Annie -dijo él con gesto impaciente mientras salía del coche y abría la puerta de ella-. Intenta no hacer mucho ruido. Todo el mundo está durmiendo.

– ¿Quién vive contigo ahora? -preguntó mientras miraba nerviosa a las ventanas de la segunda planta.

– Veamos -comenzó él mientras la conducía a través del césped-. Mi padre, mis dos hermanas, Jodie y Rita, mi hermano David y yo.

Annie se paró en seco. Estaba horrorizada. Era demasiado para asumir en tan poco tiempo.

– No puedo. No puedo entrar.

– ¿Por qué no? -preguntó extrañado.

– Porque… ¿Qué va a pensar tu familia?

– Te preocupa demasiado lo que piense la gente -repuso él con un gruñido-. Olvídate de ellos. Les contaré lo que pasa por la mañana -agregó mientras veía que Annie seguía sin moverse-. ¿Qué otra opción tienes?

Estaba en lo cierto, no tenía ninguna otra opción. Odiaba estar en esa situación. Lo miró con frustración y algo de enfado. Pero sabía que o entraba allí o tendría que dormir en el coche.

– Escucha, no te preocupes por nada -dijo intentando convencerla-. Tenemos un montón de dormitorios vacíos.

– ¿Tendría una habitación para mí sola? -preguntó sorprendida.

– Claro.

Annie tocó su brazo y lo miró a los ojos.

– Entonces… Déjame aclarar algo. No estás intentando meterme en tu habitación, ¿verdad?

Matt abrió la boca para decir algo, pero la cerró y rió.

– Annie, Annie… -comenzó con acento sureño-. Estás tan nerviosa como un gato en un perrera. ¿Siempre sospechas de todo el mundo? ¿Piensas que todas las personas que conoces son malas?

– Las buenas son muy difíciles de encontrar -dijo mirando la casa-. Pero aún tengo esperanzas puestas en ti.

– No eres la única, yo también -contestó con una sonrisa.

Matt tiró de su brazo para conseguir que lo mirara a la cara.

– Annie, estoy interesado en dos cosas: conseguir el empleado que buscaba y que tu bebé esté bien. ¿De acuerdo?

– El bebé está bien -dijo ella a la defensiva.

– ¡Genial! Consigamos que siga así.

Annie se quedó donde estaba, mirándolo con seriedad. Su bello rostro aparecía transformado por la luz del porche, pero su determinación era clara como el día. Sabía que había algo más allí que un médico preocupado por un paciente. No entendía qué podía ser y eso hacía que siguiera sospechando de él.

– Sabes que lo más seguro es que dé el bebé en adopción, ¿verdad? -le recordó ella.

Una sombra de dolor cruzó el rostro de Matt, al menos eso le pareció a Annie.

– Ya me lo dijiste.

– ¿ Y por qué te molesta tanto? -insistió ella.

– ¿Quién ha dicho que me moleste? -dijo dándole la espalda para volverse segundos más tarde-. Lo que pasa es que… Bueno, sólo quiero asegurarme de que tienes las cosas claras.

Su comentario la deprimió profundamente. «¿Cómo puede pensar que es una decisión que he tomado a la ligera? ¡Ha sido el dilema más doloroso que he tenido en mi vida!», pensó ella.

– Lo he pensado mucho. Tienes que creerme.

– Mucha gente no lo hace. Sólo deja que las cosas pasen sin pensar en las consecuencias -dijo esperando que sus palabras removieran algo dentro de ella-. Y más adelante, se arrepienten.

Estuvo a punto de enfrentarse con Matt, pero se dio cuenta de que era de él de quien hablaba. Él se arrepentía de algo, lo veía claro como el agua. No podía preguntarle de qué se trataba, no tenía la suficiente confianza como para hacerlo. Pero sí necesitaba respuesta a otra pregunta que le rondaba en la cabeza.

– Matt, ¿por qué fuiste a mi casa esta noche? ¿Estabas seguro de que me convencerías para que fuera contigo incluso antes de ver el jaleo que había allí?

– Claro -dijo con franqueza y los ojos más oscuros que nunca-. No podía dormir pensando en que el bebé y tú estabais en ese cuchitril.

– Así que decidiste ir para controlar mi vida, ¿no?

– Annie, puedes sentirte tan ofendida como quieras -dijo él con la poca paciencia que le quedaba-. No me importa. He hecho lo que creía que tenía que hacer. Denúnciame si quieres -añadió mientras se dirigía a la puerta de entrada.

– Pues a lo mejor lo hago -susurró ella, empezando a seguirlo.

No era una amenaza seria. La verdad era que no estaba ofendida ni enfadada. Muy dentro sentía alivio por tener a alguien en quien confiar y sentirse apoyada, aunque no fuera durante mucho tiempo. Estar sola y embarazada era un infierno. Ahora tenía un amigo, aunque fuera un Allman.

Avanzaron en silencio y subieron las escaleras. Todo estaba a oscuras. Matt la llevó por un largo pasillo para después parar y abrir una puerta.

– Ésta es la tuya.

Mantuvo la puerta abierta y Annie echó un vistazo. Era una habitación pequeña pero con buenos muebles. Había una cómoda con un gran espejo, un escritorio con una silla y una cama de cuento con dosel.

– ¡Vaya! -exclamó algo alarmada por lo lujoso del dormitorio-. ¿Estás seguro de que no es la habitación de alguien?

– Por ahora es tuya -le dijo-. Pero vas a tener que compartir el baño. El de las chicas es el del extremo sur del pasillo y el de los chicos el del extremo norte.

Había dejado de escucharlo. Annie seguía hipnotizada con la habitación. Estaba decorada con mucho gusto. Había algunos cuadros antiguos que reflejaban la vida en el campo siglos atrás. Las cortinas y la colcha eran de la misma tela del dosel. Era el tipo de habitación con la que soñaba cuando era una adolescente. Sobre todo durante los tiempos más duros, cuando ella y su madre tenían que dormir en el coche.

– No me merezco esto -dijo sacudiendo la cabeza.

Matt frunció el ceño al verla disfrutar de la habitación. Había algo que lo estaba alterando y no sabía qué era.

Se dio cuenta de que muchas cosas de las que Annie hacía lo alteraban profundamente. Como lo agradable que había sido sentir su cuerpo cuando se había echado a sus brazos en el apartamento. Como la visión de sus pechos cuando la bata se abrió. O como cuando lo miraba con tal intensidad que parecía que podía leerle el alma y dejar al descubierto unos secretos que él creía a salvo.

– No se trata de si lo mereces o no -dijo con brusquedad-. Ésta está disponible. Eso es todo.

– Eso es todo -repitió ella mientras daba vueltas por la habitación para parar frente a él-. ¡Esto es genial! ¡Muchas gracias, Matt!

Se dejó llevar por la gratitud y, de manera impulsiva, lo rodeó con los brazos y le dio un beso en la mejilla.

Sorprendido, se giró hacia ella. Sus cuerpos se encontraron. Y allí estaba de nuevo el cuerpo de Annie, suave y firme al mismo tiempo. Su presencia hizo que Matt perdiera el sentido común y el buen juicio. Su boca encontró la de Annie y se dio cuenta de que no tenía sentido luchar contra lo inevitable. Iba a besarla.

Estaba claro que había estado pensando en ella. De hecho, no se la podía quitar de la cabeza. Había ocupado todos sus pensamientos desde que se desplomara en el suelo en el restaurante. Ella había sido lo que lo había mantenido despierto en la cama durante dos horas, mirando al techo hasta que había decidido levantarse y tomar cartas en el asunto. Pero creía que había estado pensando en ella sólo como en la bella y atractiva mujer qué llevaba un bebé dentro. En su mente, justificaba su obsesión pensando sólo en el bebé.