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Pero se daba cuenta de que no era así. Había algo más, un oscuro trasfondo que había estado intentando ignorar. Pero existía y ahora ya lo sabía.

El sabor de la suave boca de Annie al dejarse llevar por el beso, sus firmes pechos contra su torso, el fresco olor de su piel… Todo era demasiado agradable, demasiado embriagador y excitante.

De repente se dio cuenta de que estaba deseando a una mujer embarazada y ese pensamiento le devolvió la cordura…

Se separó de ella al mismo tiempo que ella lo hacía. Matt estaba arrepentido, pero Annie estaba furiosa.

– ¡Dios mío! ¡He sido una idiota! -gritó enfadada mientras buscaba su cepillo de dientes con la mirada-. Me largo de aquí.

– No, no -dijo él tomándola por los hombros para que lo mirara a la cara-. Mira, Annie. No sé qué ha pasado. No pensaba con claridad. Es tarde, estoy cansado y… Yo no soy así, de verdad. Nunca me comporto así.

Annie se calmó un poco y Matt aprovechó para soltar sus hombros. Ella se quedó parada.

– Aquí estás segura, de verdad. Mira, hay un cerrojo, puedes cerrar la puerta por dentro si lo deseas. Necesitaría un hacha para entrar.

– ¿Lo prometes? -preguntó intentando encontrar respuestas en los ojos de Matt-. Porque no he venido aquí para esto.

– Ya lo sé -dijo él con un gruñido-. Pero es que eres… -explicó algo avergonzado-. Es que eres tan atractiva… Fue una reacción automática y natural. Además, yo no te agarré a ti. Fuiste tú. Y yo no supe resistirme.

Sabía que estaba cavando su propia tumba, pero una vez empezada su explicación, las palabras fluyeron sin control. Annie levantó las cejas indignada.

– ¿Qué quieres decir? ¿Que me eché a tus brazos?

Matt dudó antes de contestar. Se preguntaba si estaba realmente indignada o sólo nerviosa con la situación. Creyó que se trataba más de nervios que de otra cosa y su boca dibujó media sonrisa. Llegados a ese punto, apostó por una salida humorística.

– Más o menos.

– ¡Fuera de aquí! -gritó ella señalando la puerta.

Era obvio que estaba pretendiendo estar más enfadada de lo que se sentía. La miró y se rió mientras sacudía la cabeza divertido.

– Muy bien, Annie. Creo que tienes todo lo que necesitas. Te veré por la mañana.

– Si aún estoy aquí.

– Sí, claro, claro.

Se paró en la puerta y se giró de nuevo para mirarla. Ella seguía allí, pero el enfado había desaparecido y su cara parecía más joven y encantadora que nunca. Estaba quieta, devolviéndole la mirada, envuelta en su camisón y su bata. Los rizos castaños flotaban libres enmarcando su cara. Deseaba acercarse a ella, tomarla entre sus brazos y acunarla toda la noche.

Sus pensamientos lo estremecieron y se los quitó rápidamente de la cabeza. Tenía que controlar sus impulsos. No sabía de dónde procedía esa urgente y repentina necesidad de cuidarla. Era un buen médico, dedicado e inteligente. Pero nunca había sentido ese profundo sentido de compromiso con la humanidad que había observado en alguno de sus colegas. Le encantaba la medicina, pero era un trabajo y su carrera, no una misión en la vida. Lo que sentía en ese momento era algo nuevo para él y temía que pudiera ser peligroso.

Se preguntaba si habría sido un error llevarla a su casa. Seguro que sí. Ahora tenía que cargar con ella.

Recordó el viejo proverbio que decía que si salvas la vida de una persona eres responsable de ella desde ese momento. Él se había hecho cargo de sus problemas y ahora tenía que intentar arreglarlos. Quizás no debería haberse metido en su vida.

Pero era tarde para arrepentimientos. Ella estaba allí y el temía que su presencia fuera a cambiar su existencia.

– Que duermas bien -le dijo finalmente.

– Tú también -respondió ella con un susurro. Matt salió de la habitación llevándose la mirada de Annie grabada en la mente.

– ¿Matt? ¿Eres tú?

Su hermana mayor, Rita, había abierto la puerta de su habitación y lo miraba medio dormida.

– ¿Qué haces?

– Nada. Vuelve a la cama. Mañana te cuento.

– Vale -asintió ella con un bostezo y cerrando la puerta.

Matt sonrió y se dirigió hacia su habitación al otro extremo del pasillo. Era curioso, pero le molestaba tener que compartir a Annie con el resto de la familia. No estaba preparado para eso. Era un tesoro que él había encontrado y lo quería todo para él. O quizá fuera que no quería tener que explicarles qué era lo que estaba naciendo con ella. Por qué quería que trabajara para él. Por qué no había podido soportar la idea de verla viviendo en aquel peligroso barrio.

No quería enfrentarse a esas preguntas, porque ni él mismo conocía las respuestas.

Capítulo 4

ANNIE abrió los ojos y sonrió, aún medio dormida. Era un placer dormir entre sábanas tan suaves y en una habitación como aquélla.

Oyó un portazo que le borró la sonrisa de la cara. Recordó a Matt besándola inesperadamente. Parecía que la vida siempre la colocaba en situaciones difíciles en los momentos menos oportunos. No podía dejarse llevar por la corriente. Estaba en territorio enemigo e iba a tener que ser fuerte y resuelta.

Se levantó de la cama y se puso la bata. Abrió un poco la puerta para comprobar que no había nadie y se dirigió al baño. Por fortuna, no estaba ocupado. Entró e intentó cerrar por dentro, pero no fue capaz de averiguar cómo funcionaba el cerrojo.

Volviéndose, echó un vistazo a su alrededor. Los azulejos eran brillantes y de un precioso azul. Había una enorme bañera antigua a un lado, una ventana en el techo y un gran espejo de tres cuerpos. Ese baño era tan grande como todo su apartamento.

– Muy, muy bonito -susurró.

No le costaría trabajo acostumbrarse a ese tipo de vida. Hasta cepillarse los dientes sería un placer en un sitio así. Soñaba con tener tiempo suficiente como para darse un largo y relajante baño en la gran bañera. Se acercó al lavabo de mármol y abrió el grifo. Era dorado y el agua fluía por él como si fuese plata líquida.

Se quedó hipnotizada viendo como caía sobre el cepillo de dientes. Con el ruido no oyó que alguien llamaba a la puerta. Ya había comenzado a cepillarse cuando la puerta se abrió y una joven rubia con un albornoz rojo entró rápidamente.

– Perdona, Rita, pero tengo que…

La mujer se quedó de piedra mirando a Annie. Ésta intentó sonreír pero, con la boca llena de espuma, parecía más un perro rabioso que otra cosa.

– ¡Oh! -exclamó Annie con voz apagada-. Hola.

– ¡Vaya! -dijo la otra chica-. Lo siento, pensé que era mi hermana quien estaba aquí -explicó mientras salía del baño-. Una cosa, ¿quién eres? -preguntó volviéndose de nuevo hacia ella.

– Soy Annie -dijo ella mientras se limpiaba la boca con una toalla-. Matt me…

– ¡Ah! ¡Vale! -la interrumpió sorprendida-. No digas más.

– No, espera. Quiero explicarte… -intentó Annie acercándose a ella.

– No hace falta -contestó la joven sacudiendo la cabeza-. Yo soy Jodie.

– Hola, Jodie -dijo ella sonriendo-. Yo soy Annie.

– Hola.

Jodie debía de tener veintitantos, cerca ya de los treinta, la misma edad de Annie. Tenía una melena rubia hasta los hombros y unos ojos marrones y cálidos. Era simpática, pero estaba claro que no acababa de entender qué hacía esa extraña en su baño. Annie vio que sus ojos se fijaban en su camisón y en su más que obvio embarazo. Su expresión delató su gran sorpresa.

– Bueno, te dejo para que sigas con… Con lo que fuera que hacías aquí dentro.

– Sólo estaba cepillándome los dientes -explicó Annie.

– Ya veo -dijo Jodie-. ¿Dónde está Matt?

– No lo sé -contestó Annie tras pensar un segundo.

– Bueno, iré a buscarlo -dijo Jodie con el ceño fruncido.

– ¡Espera!

Jodie se dio la vuelta para mirarla.