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Rahel estaba asustada de lo alto que Ammu decía limpio y sucio. Como si estuviera hablando con un sordo.

– Y ahora quiero que vayáis y saludéis como es debido -dijo Ammu-. ¿Vais a hacerlo o no?

Dos cabecitas asintieron dos veces.

El Embajador Estha y la Embajadora Rahel se dirigieron hacia Sophie Mol.

– ¿Adonde crees que mandan a la gente para que se comporte «Pero Que muy Bien»? -le preguntó Estha a Rahel muy bajito.

– Al gobierno -respondió Rahel muy bajito, porque lo sabía.

– Hola, ¿cómo estás? -le dijo Estha a Sophie Mol lo suficientemente alto como para que Ammu lo oyese.

– Corta el rollo, cara bollo -le contestó Sophie Mol a Estha muy bajito. Se lo había enseñado una compañera de clase paquistaní.

Estha miró a Ammu.

La mirada que Ammu le devolvió quería decir No importa lo que hagan los demás si tú has hecho lo que debes.

Mientras cruzaban el aparcamiento del aeropuerto, el calor se deslizó por sus ropas y humedeció de sudor las crujientes bragas. Los niños iban detrás de los mayores, zigzagueando entre los coches aparcados y los taxis.

– ¿A vosotros os pega vuestra madre? -preguntó Sophie Mol.

Rahel y Estha, que no estaban seguros de la intención de la pregunta, no contestaron.

– La mía, sí -dijo Sophie Mol como una invitación a que hablaran-. La mía, hasta me da bofetadas.

– La nuestra, no -dijo Estha.

– ¡Qué suerte! -dijo Sophie Mol.

Qué suerte, eres un chico rico con paga y la fábrica de la abuela que heredar. Sin preocupaciones.

Pasaron por delante del Sindicato de Trabajadores del Aeropuerto, donde estaban haciendo una huelga de hambre simbólica de un día. Y por delante de la gente que miraba a los del Sindicato de Trabajadores del Aeropuerto que hacían una jornada de huelga de hambre simbólica.

Y por delante de la gente que miraba a la gente que miraba a la gente.

Un cartel pequeño que colgaba de un árbol grande decía ¿problemas de venéreas? consulte el dr. o. k. alegría.

– ¿Tú a quién quieres Más en el Mundo? -le preguntó Rahel a Sophie Mol.

– A Joe -dijo Sophie Mol sin titubear-. Es mi papá. Se murió hace dos meses. Hemos venido a reponernos del shock.

– Pero tu papá es Chacko -dijo Estha.

– Chacko no es más que mi auténtico papá -dijo Sophie Mol-, pero mi papá de verdad es Joe. Nunca me pega, bueno, casi nunca.

– ¿Cómo puede pegarte, si está muerto? -le preguntó Estha muy atinadamente.

– Y vuestro papá, ¿dónde está? quiso saber Sophie Mol.

– Está… -Y Rahel miró a Estha buscando ayuda.

– … en otro sitio -dijo Estha.

– ¿Quieres que te diga mi lista? -le preguntó Rahel a Sophie Mol.

– Si quieres… -contestó Sophie Mol.

La «lista» de Rahel era un intento de poner orden en medio del caos. La revisaba constantemente, debatiéndose siempre entre el amor y el deber. No era, ni mucho menos, un indicador real de sus sentimientos.

– A los que más, a Ammu y a Chacko -dijo Rahel-. Luego, a Mammachi…

– Es nuestra abuela -explicó Estha.

– ¿Más que a tu hermano? -le preguntó Sophie Mol.

– Nosotros no contamos -dijo Rahel-, y además Estha puede cambiar. Lo ha dicho Ammu.

– ¿Qué quieres decir? ¿Cambiar a qué? -preguntó Sophie Mol.

– A Cerdo Machista -dijo Rahel.

– Pues no creo -dijo Estha.

– Bueno, da igual, y después de Mammachi, a Velutha, y después…

– ¿Quién es Velutha? -quiso saber Sophie Mol.

– Es un hombre al que queremos mucho -dijo Rahel-, y después de Velutha, a ti.

– ¿A mí? ¿Y por qué me quieres? -dijo Sophie Mol.

– Porque somos primas hermanas, o sea, que tengo que quererte -dijo Rahel. Una mentira piadosa.

– Pero si ni siquiera me conoces -dijo Sophie Mol-, y además yo no te quiero.

– Pero me querrás cuando me conozcas -dijo Rahel, confiada.

– Lo dudo -dijo Estha.

– ¿Por qué? -preguntó Sophie Mol.

– Porque sí -dijo Estha-. Y, además, probablemente Rahel va a ser enana.

Como si querer a un enano fuera algo que quedase fuera de toda posibilidad.

– ¡No es verdad! -dijo Rahel.

– ¡Sí es verdad! -dijo Estha.

– ¡No es verdad!

– ¡Sí es verdad!

– ¡No es verdad!

– ¡Sí es verdad! Mira, somos gemelos -explicó Estha a Sophie Mol-, y ya ves que es mucho más baja que yo.

Rahel no tuvo más remedio que coger aire, sacar pecho y ponerse junto a Estha, espalda contra espalda, en el aparcamiento del aeropuerto, para que Sophie Mol viera que no era mucho más baja que él.

– Puede que sólo vayas a ser una persona diminuta -sugirió Sophie Mol-. Es más que ser enana y menos que… una Persona Normal.

El silencio que siguió era reflejo de la inseguridad provocada por aquella componenda.

En la puerta de acceso a la sala de espera de llegadas una silueta en la sombra, con la boca roja y forma de canguro, le dijo adiós con una pata de cemento a Rahel. Besos de cemento zumbaron por el aire como pequeños helicópteros.

– ¿Sabéis contonearos al andar? -quiso saber Sophie Mol.

– No. En la India no nos contoneamos -dijo el Embajador Estha.

– Pues en Inglaterra, sí -dijo Sophie Mol-. Todas las modelos se contonean en la tele. Mirad, es muy fácil.

Y los tres, capitaneados por Sophie Mol, cruzaron el aparcamiento del aeropuerto contoneándose con el balanceo de las modelos, con dos botellas Águila y un bolsito a la última moda «Made-in-England» brincándoles en las caderas. Enanitos húmedos de sudor que caminaban como personas mayores.

Unas sombras los seguían. Aviones de plata en un cielo azul iglesia, como mariposas nocturnas atraídas por un haz de luz.

El Plymouth azul cielo con alerones tuvo una sonrisa para Sophie Mol. Una sonrisa de tiburón con parachoques cromado.

La sonrisa automovilística de Conservas y Encurtidos Paraíso.

Al ver la baca del coche con los botes de conservas pintados y la lista de los productos Paraíso, Margaret Kochamma dijo:

– ¡Oh, Dios mío! Me siento como si fuera a meterme en un anuncio.