Rahel estaba sentada con las piernas cruzadas (en el taburete que estaba sobre la mesa).
– Esthappen Desconocido -dijo.
Abrió el cuaderno y leyó en voz alta.
«Cuando Ulises volvió a casa, su hijo juez le dijo padre creí que no ibas a volver, han venido muchos príncipes y todos se querían casar con Pene Lope, pero Pene Lope decía que me casaré con el hombre que pueda atravesar los doce anillos, y todos fallaron, y ulises fue al palacio vestido de pordiosero y preguntó que si podía probar y todos los hombres se rieron de él y le dijeron si nosotros no podemos, pues tú tampoco, y el hijo de ulises dijo que se callaran y le dejaran probar y él cogió el arco y disparó justo entre los doce anillos.»
Debajo había correcciones de alguna lección anterior.
Aprendido Ninguno Carruajes Puente Porteador Sujeto
Aprendido Ninguno Carruajes Puente Porteador Sujeto
Aprendido nenguno
Aprendido Niuno
Una sonrisa se enroscó en los bordes de la voz de Rahel.
– El orden ante todo -dijo.
Ammu había trazado una línea ondulante a lo largo de la página con un lápiz rojo y había escrito: ¿Y el margen? ¡Haz el favor de unir las letras!
«Cuando vamos por la calle en la ciudad tenemos que ir siempre por la
– ¡Qué chico más morboso! -le dijo Rahel a Estha. Y, al volver la página, algo le atenazó la garganta, le quitó la voz, se la sacudió y se la devolvió sin sonrisa en los bordes. La siguiente redacción de Estha se titulaba Pequeña Ammu.
Con las letras unidas. Con las mayúsculas más altas y con rabitos ensortijados. La sombra que se recortaba en el hueco de la puerta estaba muy quieta.
«El sábado fuimos a una librería de Kottayam a comprar un regalo a Ammu porque su cumpleaños es el 17 de noveimbre. Le compamos un Diario y lo escondimos en el amaño y luego empezó a ser de noche. Y entonces le dijimos que si quieres ver tu regalo y ella dijo sí que quiero verlo, y escribimos en el papel Para nuestra pequeña Ammu con el cariño de Estha y Rahel y se lo dimos a Ammu y ella dijo qué regalo tan bonito es justo lo que quería y luego estuvimos ablando un poco y hablamos del Diario y luego le dimos un beso y nos fuimos a la cama.
Rahel y yo estuvimos ablando y luego nos dormimos y tuvimos un sueño.
Y luego me levanté y tenía mucha sed y fui al cuarto de Ammu y le dije tengo sed. Y Ammu me dio agua y luego me iba a mi cama y Ammu me llamó y me dijo quédate a dormir conmigo y me acurruqué a su espalda y estuve hablando con ella y me dormí. Y luego me levanté y volvimos a oblar y luego tuvimos una fiesta a media noche, y tomamos naranja y cafe y plátano, y luego vino Rahel y nos comimos otros dos plátanos más y le dimos un beso a Ammu porque ya era su cumpleaños y luego le cantamos cumpleaños feliz. Y luego por la mañana Ammu nos dio vestidos nuevos de regalo, a Rahel de maharaníy a mi de Nehru.»
Ammu había corregido las faltas de ortografía y debajo de la redacción había escrito: Si estoy Hablando con alguien, sólo puedes interrumpirme si es algo muy urgente. Y si tienes que interrumpirme, has de decir «Perdón». Si no haces caso de estas instrucciones, te castigaré muy severamente. Corrige los errores, por favor.
Pequeña Ammu.
Que nunca corrigió sus errores.
Que tuvo que hacer las maletas y marcharse. Porque no tenía derecho a nada. Porque Chacko le dijo que ya había destruido demasiadas cosas.
Que regresó a Ayemenem con asma y un ruido en el pecho que parecía un hombre gritando desde lejos.
Estha nunca la vio así.
Desvariando. Enferma. Triste.
La última vez que Ammu volvió a Ayemenem, a Rahel la acababan de expulsar del Convento de Nazaret (por decorar cacas de vaca y tropezarse deliberadamente con sus compañeras mayores). Ammu se había quedado sin el último de una serie de empleos -recepcionista en un hotelucho de mala muerte- porque se había puesto enferma y había faltado demasiados días a trabajar. Le dijeron que el hotel no podía afrontar el gasto. Necesitaban una recepcionista que tuviera mejor salud.
En aquella última visita, Ammu se pasó la mañana con Rahel en su cuarto. Con las últimas monedas de su exiguo sueldo había comprado a su hija unos regalitos que había envuelto en papel marrón con corazones de papel pegados: un paquete de cigarrillos de chocolate, una cajita pequeña de lápices Phantom y un cómic. Eran regalos para una niña de siete años. Rahel tenía casi once. Era como si Ammu creyera que, si se negaba a aceptar el paso del tiempo, si deseaba que el tiempo se detuviese en las vidas de sus gemelos, el tiempo se detendría. Como si la mera fuerza de voluntad fuese suficiente para mantener en suspenso la niñez de sus hijos hasta que tuviera dinero para llevárselos a vivir con ella. Entonces podrían retomar todo donde lo dejaron. Comenzar de nuevo desde los siete años. Ammu le contó a Rahel que también le había comprado un cómic a Estha y que lo guardaría hasta que consiguiera otro trabajo y ganase lo suficiente para alquilar una habitación en la que estar los tres juntos. Entonces iría a Calcuta a buscar a Estha y se lo daría. Le dijo que ese día no estaba lejano, podía ser en cualquier momento, que pronto el asunto del alquiler no sería un problema porque había presentado una solicitud para trabajar en las Naciones Unidas y se irían todos a vivir a La Haya con una niñera holandesa que los cuidaría. O si no, decía Ammu, podía quedarse en la India y hacer lo que siempre había pensado, abrir una escuela. Decía que elegir entre dedicarse a la educación o hacer un trabajo para las Naciones Unidas no era fácil, pero lo importante era recordar que tener la posibilidad de elegir ya constituía un gran privilegio.
Por el momento, hasta que tomara una decisión, seguiría guardando el regalo de Estha.
Aquella mañana Ammu habló incesantemente. Le preguntaba muchas cosas a Rahel, pero no le dejaba contestar. Si Rahel intentaba decir algo, Ammu la interrumpía con una idea diferente o con otra pregunta. Parecía aterrorizada ante cualquier respuesta de persona adulta que pudiera darle su hija y descongelara el tiempo congelado. El miedo la había vuelto locuaz, y pretendía mantenerlo a raya con su parloteo.