– ¿Puede usted hacer algo al respecto? -preguntó Keefe.
– No estoy seguro -contestó Collins levantándose-. Tampoco en este caso disponemos de pruebas que demuestren que esas visitas revistieron carácter intimidatorio. Es posible que se haya tratado de investigaciones auténticas. Y… es posible también que hayan sido una forma de chantaje.
– ¿Cómo averiguará usted de qué se ha tratado? -preguntó Keefe.
– Llevando a cabo una investigación acerca de los investigadores -repuso Collins.
Al regresar al hotel Beverly Hills, el empleado de la recepción le entregó a Collins un mensaje telefónico junto con la llave de su bungalow.
Desdobló la nota. La llamada se había producido hacía una hora, y el texto decía lo siguiente:
El supervisor del lago Tule te ha dicho que las instalaciones no constituían ningún secreto, que se había hablado de ellas en los periódicos. Esta noche nos hemos pasado varias horas tratando de comprobarlo. El Proyecto Sanguine se ha mencionado en la prensa. Pero las supuestas instalaciones de la Marina en el lago Tule jamás han aparecido en la prensa. Jamás se ha publicado una sola palabra acerca de ellas. He pensado que tendrías interés en saberlo. Josh Collins.
Casi lo había olvidado. Le había prometido a su hijo demostrarle que las instalaciones del lago Tule no eran un futuro campo de internamiento. Tenía que encargarse de aquel asunto. Y tenía además que echar un vistazo a aquella cuestión de la manipulación de las estadísticas criminales de California. Y tenía que aclarar también el asunto de los agentes del FBI que habían sometido a investigación a ciertos legisladores de aquel estado. Y, por encima de todo y superando en importancia a los demás asuntos, estaba el Documento R.
Lo primero era lo primero.
Rodeó el mostrador de recepción recordando que las cabinas de teléfono público se hallaban junto a la entrada del Salón Polo. Dio con ellas y descubrió que no estaban ocupadas.
Se encerró en la cabina más próxima y, marcando larga distancia, telefoneó directamente al domicilio de Ed Schrader, el secretario de Justicia adjunto. Sabía que le despertaría -en Virginia serían casi las tres de la madrugada-, pero deseaba conocer los hechos cuanto antes. Al día siguiente estaría demasiado ocupado.
Contestó al teléfono una voz soñolienta.
– ¿Sí? No me diga que se ha equivocado de número…
– No me he equivocado de número, Ed. Soy Chris. Mire, quiero que averigüe unos datos para mañana a primera hora; es decir, para hoy. ¿Tiene un lápiz a mano?
Collins explicó que la Marina poseía un sistema de comunicación con submarinos desde tierra denominado MBF o Proyecto Sanguine. Una de las principales instalaciones del mismo se hallaba en aquellos momentos en avanzada fase de construcción en el norte de California.
– Averigüe todos los datos que pueda a este respecto. No saldré hacia el programa de televisión hasta aproximadamente las doce y cuarto. Por consiguiente, hasta entonces estaré trabajando en mi suite. Llámeme en cuanto disponga de alguna información. Ahora puede darse la vuelta y seguir durmiendo.
Al abandonar la cabina telefónica, se reunió con su guardaespaldas en el vestíbulo, recorrió con él los sinuosos caminos bordeados de follaje que conducían a su bungalow, le dio las buenas noches y entró.
Paseó brevemente por el salón del bungalow quitándose la chaqueta y la corbata; su mente era un hervidero y trató de ordenar los acontecimientos del día, sobre todo su reunión con Keefe, Yurkovich y Tobias. Las acusaciones que éstos habían formulado contra personas desconocidas del FBI, o tal vez contra alguien de más arriba, habían sido muy graves. Trató de determinar la veracidad de los tres legisladores. No podía imaginarse ningún motivo por el cual alguno de ellos tuviera interés en mentir. ¿Con qué propósito se hubieran podido inventar aquellas historias? ¿Con qué objeto? No podía hallar ninguna respuesta. Por consiguiente, debían de haberle dicho la verdad. No obstante, sabía que no podía actuar sobre la base de lo que ellos le habían dicho. Sin una comprobación personal, no podía informar de ello ni al presidente ni a Tynan ni a Adcock. No estaba seguro de por dónde debía empezar. Esperaría al día siguiente, cuando tuviera el cerebro más despejado.
Desabrochándose la camisa, penetró en el dormitorio medio a oscuras y pasó al cuarto de baño y encendió la luz. Se desnudó, se lavó, se cepilló los dientes, se examinó las ojeras y extendió la mano hacia la percha de detrás de la puerta en la creencia de que allí se encontraba el pijama. Pero el pijama no estaba allí y entonces pensó que la camarera lo debía de haber extendido sobre la almohada de la cama de matrimonio.
Apagó la luz del cuarto de baño y se dirigió desnudo y a tientas hacia la cama, en la que una franja de luz que se filtraba por la semicerrada puerta del salón iluminaba directamente su pijama. Iba a ponérselo, deseoso de meterse inmediatamente en la cama y echarse a dormir, cuando, en el momento de agacharse, advirtió de pronto que algo cálido y carnoso le rozaba el muslo derecho.
Sobresaltado, emitió un jadeo entrecortado y bajó rápidamente la mano, percibiendo que otra mano estaba ascendiendo por su muslo.
El corazón empezó a latirle con fuerza.
– Pero, ¿qué demonios…? -balbució.
– Ven a la cama, cariño. Te estaba esperando -le dijo una suave voz femenina.
Collins estaba demasiado ocupado buscando desesperadamente el interruptor de la lámpara y no podía apartar la mano de la mujer, que ahora le estaba aprisionando el miembro.
A los pocos instantes la débil luz de la lámpara arrojó sobre la cama un semicírculo amarillo é iluminó a la muchacha. Ésta se estaba acercando al borde de la cama y le miraba sonriente, al tiempo que extendía la mano entre sus piernas y le acariciaba. Collins estaba como petrificado, demasiado desconcertado como para poder hablar o actuar. La muchacha era joven, de poco más de veinte años, con largo cabello rojizo, rojos labios fruncidos, palpitante pecho, vientre plano y un alargado triángulo de vello púbico.
– Hola -le dijo con vocecita de chiquilla-. Me llamo Kitty. Ya pensaba que no ibas a volver nunca.
– ¿Quién demonios es usted? -estalló por fin Collins bajando la mano y asiendo la de la muchacha para obligarla a soltarle el miembro-. Se ha equivocado. No es aquí…
– Éste es el número de bungalow que me han dado. Me han dicho que esperara al señor Collins.
Entonces no se trataba de un error. ¿Cuál de sus amigos de los viejos tiempos habría sido capaz de gastarle aquella clase de broma pesada?
– ¿Quién le ha dicho que viniera aquí? -preguntó.
– Soy un regalo de un amigo suyo.
– ¿De qué amigo?
– No me ha dicho su nombre. Jamás lo hacen. Pero me ha pagado en efectivo. Doscientos dólares. Soy muy cara. -La muchacha esbozó una sonrisa.- Me ha dicho que era una sorpresa, que a usted le iba a gustar. Le prometo que le gustará, señor Collins. Ahora, venga aquí como un buen chico…
– ¿Cómo… cómo ha podido entrar?
– Algunos empleados de aquí ya me conocen. Doy buenas propinas. -La muchacha le examinó.- Menudo encanto es usted. Me gustan los hombres altos. Pero habla demasiado. Ahora venga aquí con Kitty. Le prometo que pasará un buen rato. Me quedaré toda la noche.
– ¡Ni hablar! -dijo Collins casi gritando, agarrándola por la muñeca en el momento en que ella iba a extender de nuevo la mano. Consiguió apartarle el brazo-. Ahora váyase, salga de aquí ahora mismo… No quiero aquí ni a usted ni a nadie. Alguien ha querido gastarme una broma, una broma infantil…
– Pero es que me han pagado…
– ¡Váyase! -Collins la asió por ambos brazos y la obligó a incorporarse.- Vístase y márchese de aquí inmediatamente.
– Nadie me había tratado así.