¿Sería posible? ¿Sería acaso posible?
Collins parpadeó mirando a Rick, que se hallaba todavía sentado en el suelo con las piernas cruzadas junto al sillón.
– Oye, Rick, yo quería preguntarte… -empezó a decir Collins con cierta vacilación.
– ¿Sí, señor Collins? -dijo el muchacho levantando la mirada.
– Que esto quede entre nosotros, ¿eh?, pero, a pesar de la advertencia de tu abuelo en el sentido de que no volvieras a hacer esa trampa… es decir, a ocultarte detrás de las cortinas para grabar las conversaciones… ¿volviste… bueno, volviste a hacerlo alguna otra vez?
Pues claro que volví a hacerlo. Lo hice muchísimas otras veces.
– ¿No temías que tu abuelo volviera a pillarte?
– No -repuso Rick muy tranquilo-. Me andaba con mucho cuidado. Y, además, resultaba muy divertido correr ese riesgo.
– Pues fuiste muy valiente -dijo Collins-. ¿Volviste a grabar conversaciones de tu abuelo?
– Pues claro. Casi todas las conversaciones eran del abuelo. Era el que siempre hablaba aquí. Debiera usted oír algunas de las grabaciones que le hice.
Collins miró fijamente a Rick. Ándate con cuidado, le dijo una voz interior… con mucho cuidado. No le asustes.
– Así es que seguiste grabando las conversaciones de tu abuelo. ¿Incluso aquella última noche en que se hallaba en compañía del director Tynan y sufrió el ataque? -preguntó Collins conteniendo la respiración.
– Sí -repuso el muchacho-. Aunque la verdad es que pasé mucho miedo escondido ahí cuando todo el mundo empezó a correr.
– ¿Quieres decir una vez que tu abuelo hubo sufrido el ataque?
– Sí -contestó Rick-. Pero grabé todo lo que se había estado hablando antes.
– No bromees, Rick. No puedo creerlo. ¿De veras grabaste la última conversación de Noah, de tu abuelo, con el director Tynan… lo grabaste todo en cinta?
– Fue muy fácil. Tal como le he grabado a usted hace unos minutos. El director Tynan estaba sentado precisamente donde ahora se encuentra usted. El abuelo estaba donde ahora estaba sentada la abuela. El señor Adcock estaba en aquella silla. Hablaban del Documento R, lo mismo que usted y la abuela hace un rato.
Collins se incorporó despacio en su asiento, advirtiendo que los brazos se le ponían de piel de gallina y que un estremecimiento helado le recorría el cuerpo. Las últimas palabras de Noah Baxter y su propia corazonada habían resultado fructíferas. Trató de conservar la calma.
– ¿Dices que el director Tynan y tu abuelo hablaron del Documento R? ¿Les oíste hablar de eso? ¿No te equivocas?
– El abuelo no habló de él. Quien hablaba era el director Tynan.
– ¿Y eso cuándo dices que fue?
– Antes de que se llevaran al abuelo al hospital. La última vez que el director Tynan estuvo aquí. Estaba hablando con el abuelo cuando se puso repentinamente enfermo.
– ¿Y oíste todo lo que dijo el director Tynan?
– Pues claro -repuso Rick-. Estaba detrás de la cortina, igual que hoy. Y tenía el cassette en marcha. Grabé sus palabras igual que hoy he grabado las de usted.
– ¿Salió bien la grabación? Quiero decir, ¿se podían escuchar las voces con claridad?
– Ya ha oído usted el aparato, es perfecto -contestó Rick con orgullo-. A la mañana siguiente volví a pasar la cinta cuando la abuela se fue al hospital. No me había perdido ni una sola palabra. Todo estaba allí.
– Menudo aparato tienes -dijo Collins chasqueando la lengua-. Me tendré que comprar uno igual. -Se detuvo.- Oye, ¿y qué hiciste con la cinta? ¿La borraste? ¿O la tienes todavía por ahí?
Pareció como sí a Collins se le detuviera el corazón mientras aguardaba la respuesta del muchacho.
– No, nunca borro las cintas -dijo Rick.
– Entonces, ¿la tienes aquí?
– Ya no. No conservo ninguna con la voz del abuelo. Cuando el abuelo se puso enfermo, cogí la última cinta, escribí en ella «ASJ», que quiere decir «Abuelo Secretario de Justicia», y «Enero», y después la puse con las demás y las coloqué todas en el cajón de arriba del archivador especial del abuelo junto con las cintas que él tenía grabadas, para que no se perdieran.
– Y el archivador del abuelo se lo llevaron de aquí, ¿verdad?
– Sí, pero sólo durante algún tiempo.
– Rick, ¿recuerdas lo que había en aquella última cinta que grabaste de tu abuelo y el director Tynan? ¿Recuerdas lo que se dijo acerca del Documento R?
Collins esperó. Y pudo comprobar que era cierta la expresión que se solía utilizar en tales casos: la gente esperaba conteniendo la respiración.
El muchacho hizo una mueca.
– No prestaba demasiado atención… lo único que me interesaba era grabar la cinta. Y a la mañana siguiente, cuando la volví a pasar, sólo quise comprobar si lo había grabado todo.
Pero algo de lo que oíste sí lo recordarás. Antes has dicho que oíste al director Tynan hablar del Documento R.
– Y es cierto -insistió Rick-. Habló de él. Pero ya no me acuerdo. El director Tynan no hacía más que hablar y hablar. Y entonces el abuelo se puso repentinamente enfermo… y todo el mundo empezó a correr y la abuela lloraba… y yo me asusté y apagué el aparato y me quedé allí escondido hasta que vino la ambulancia. Cuando todos se fueron hacia la puerta, salí de detrás de la cortina y subí corriendo a mi dormitorio.
– ¿Y no recuerdas ninguna otra cosa?
– Lo siento, señor Collins, pero…
– Es suficiente -dijo Collins dándole al muchacho unas palmaditas de gratitud en el brazo.
Hannah Baxter regresó al salón.
– ¿Ya está el niño otra vez dándote la lata y molestándote con el magetófono, Christopher?
– De ninguna manera. Hemos mantenido una interesante conversación. Rick me ha sido muy útil.
– En cuanto a Harry Adcock -dijo Hannah-, acabo de echar un vistazo a la agenda de citas de Noah. Sí, tanto Vernon como Harry estaban anotados para la visita de aquella noche.
– Eso pensaba yo -dijo Collins haciéndole un guiño a Rick y levantándose-. Ahora tengo que irme en seguida. Gracias por la molestia, Hannah. Y gracias también a ti, Rick. Si alguna vez buscas trabajo en el Departamento de Justicia, llámame.
Mientras se dirigía hacia la puerta, Collins pensó que no era posible que siguiera lloviendo y estuviera nublado. Pero así era. La luz del sol brillaba únicamente en el cerebro de Collins. Sólo quedaba una oscura nube.
El archivo personal de Noah Baxter, con la reveladora cinta de Rick, se encontraba en el despacho particular del director del FBI en el edificio J. Edgar Hoover.
– Pagano -dijo Collins al subir a su automóvil-, déjeme en la primera cabina telefónica que vea. Tengo una llamada importante.
10
Eran las primeras horas de la tarde cuando el automóvil dejó a Chris Collins frente al ornamentado edificio rojo que albergaba la Imprenta del Gobierno.
– Estacione el automóvil entre las calles G y H -le ordenó Collins a Pagano, y añadió-: Pase a recogerme dentro de una media hora.
Pasó al lado de un grupo de jóvenes negros que se hallaban conversando junto a la entrada y continuó hacia el interior, pero no se molestó en entrar en la Sala de Publicaciones. Tras consultar su reloj, volvió sobre sus pasos y salió de nuevo a la acera. Miró precavidamente a su alrededor para comprobar que no le seguían. No había nadie sospechoso a la vista. Estaba casi seguro de que Tynan no se habría molestado en hacerle seguir después de la escena del otro día y de su consiguiente rendición. A pesar de ello, le había entregado una llave de su casa al colega de Pierce, Van Allen, para que éste llevara a cabo un registro electrónico de la vivienda y se cerciorara de que aquella noche pudiera hablar tranquilamente por teléfono.
Satisfecho, Collins echó a andar en dirección a la Oficina Central de Correos. Al llegar a la esquina de la calle E, giró a la izquierda y se dirigió hacia la Estación Unión.
La lluvia había cesado y el aire aparecía diáfano. Respirando hondo, Collins siguió andando a grandes zancadas, embargado por el júbilo y la emoción. Iba a ser difícil, lo sabía, pero ahora se abría ante él una posibilidad.