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Ya era de noche en Washington cuando el reluciente Boeing inició el descenso, flotando cada vez a menor altura sobre la pista de aterrizaje del Aeropuerto Nacional.

Chris Collins observó desde la ventanilla cómo se iban acercando las luces de la pista. Poco después el aparato tomó tierra y él se dispuso a enfrentarse con la emoción de la llegada.

Minutos más tarde, siguió a los pasajeros que iban desembarcando del aparato para dirigirse al edificio de la terminal.

A quien primero distinguió fue a su guardaespaldas Hogan, que le estaba mirando con una ancha sonrisa, cosa inédita en él.

– Felicidades, señor secretario de Justicia -dijo Hogan haciéndose cargo de la maleta de ejecutivo de Collins-. Me inquieté al ver que se había marchado sin mí. Pero creo que ha merecido la pena correr el riesgo.

– Ha merecido la pena cualquier cosa -repuso Collins-. No llevo equipaje. Lo único que me hacía falta era la maleta de ejecutivo.

– Chris…

Collins observó que Tony Pierce se había adelantado a saludarle. Pierce le estrechó la mano mientras se dirigían a la escalera mecánica y después se sacó del bolsillo un periódico y lo desdobló ante Collins. Los grandes titulares en tinta negra rezaban lo siguiente:

CONSPIRACIÓN CONTRA EL PRESIDENTE, LA NACIÓN EN PELIGRO, TYNAN COMPLICADO,

LA ENMIENDA XXXV DERROTADA…

– ¡Chris, lo ha conseguido usted! -exclamó Pierce jubilosamente-. ¿Lo vio usted? La votación del Senado de California se retransmitió por televisión. La Enmienda XXXV fue rechazada por cuarenta votos contra cero. Por unanimidad.

– Lo vi -dijo Collins-. Me encontraba en la tribuna de invitados.

– Y después, la rueda de prensa. Las principales cadenas de televisión interrumpieron sus programas para retransmitirla. Duffield y Glass convocaron una rueda de prensa conjunta y revelaron cómo se había producido el cambio de opinión. Revelaron el papel que usted había desempeñado. Revelaron el contenido del Documento R.

– Eso no lo vi -dijo Collins-. Al disiparse la niebla, tomé el primer avión para regresar a casa.

– Bueno, Chris, ha realizado usted una hazaña.

– No, Tony -dijo Collins moviendo la cabeza-. La hemos realizado todos, incluidos el coronel Baxter, el padre Dubinski, mi hijo Josh, Olin Keefe, Donald Radenbaugh, John Maynard, Rick Baxter, Ishmael Young y usted. Todos.

Habían llegado al automóvil, que no era el que solía utilizar Collins sino el del propio presidente, a prueba de balas. El chófer, manteniendo la portezuela trasera abierta, le saludó con orgullo.

Collins miró a Pierce con una mira inquisitiva.

El presidente desea verle. Ha pedido verle en cuanto usted regresara.

– Muy bien.

Collins estaba a punto de subir al vehículo cuando Pierce apoyó la mano en su hombro.

– Chris…

– ¿Sí?

– ¿Sabe usted que Vernon Tynan ha muerto?

– No lo sabía.

– Hace un par de horas. Se ha suicidado. De un disparo en la boca.

Collins reflexionó unos instantes y dijo:

– Como Hitler.

– Adcock ha desaparecido.

– Como Bormann -dijo Collins asintiendo.

Ambos subieron al automóvil. Mientras el chófer se sentaba al volante, Pierce le dijo:

– A la Casa Blanca.

Cuando llegaron al pórtico sur de la Casa Blanca, observaron que McKnight, el principal ayudante del presidente, les estaba aguardando para darles la bienvenida. Collins y Pierce fueron acompañados a través de la Sala de Recepción Diplomática hasta el ascensor de la planta baja. Tomaron el ascensor hasta la segunda planta y se dirigieron al Salón Amarillo, precedidos por McKnight.

Se estaba celebrando una fiesta que Collins no esperaba. Pudo ver al vicepresidente Loomis, al senador Hilliard y a su mujer, a la secretaria del presidente, señorita Ledger, y al secretario de Asignaciones, Nichols. Después, junto a los sillones Luis XVI que había a ambos lados de la chimenea, vio a Karen conversando con el presidente Wadsworth.

Karen se percató de su presencia y, apartándose del presidente, cruzó corriendo el salón y se arrojó en sus brazos.

– Te quiero, te quiero -dijo llorando-. Oh, Chris…

Collins observó por encima del hombro de su mujer que el presidente estaba acercándose. Se separó de Karen y se adelantó para saludar al presidente. En el rostro de éste se observaba una extraña expresión, una expresión que Collins no pudo dejar. de relacionar con la de Lázaro resucitado.

– Chris -dijo el presidente ceremoniosamente, estrechándole la mano con sincera cordialidad-. No tengo palabras para agradecerle que me haya salvado la vida y haya salvado la vida de toda nuestra nación. -El presidente sacudió la cabeza.- Fui un necio. Ahora puedo decirlo. Perdóneme. Estaba muy desorientado. Me parece que cuando se teme perder una batalla, se aferra uno a cualquier excusa y no se da cuenta de que ya está metido en ella. -El presidente esbozó una sonrisa.- Pero esta batalla no se ha perdido, porque la caballería ha llegado a tiempo. -Escudriñó el rostro de Collins.- ¿Se ha enterado de lo de Vernon Tynan?

– Sí. Lamento que haya tenido que terminar así.

– En el transcurso de estos últimos meses no debía de estar en sus cabales. De otro modo, no se le hubiera ocurrido semejante barbaridad. Menos mal que usted no cejó en su empeño. Jamás podré pagarle la deuda que he contraído con usted. Si puedo hacer algo…

– Puede usted hacer dos cosas -dijo Collins sin andarse con rodeos.

– Dígame de qué se trata.

– Hay un hombre a quien, al igual que en su caso, es necesario resucitar de entre los muertos. Ha desempeñado un importante papel y le ha ayudado a usted. Quisiera que ahora le ayudara a él. Deseo que le conceda el perdón presidencial y que le devuelva su buen nombre.

– Prepáreme el decreto y lo firmaré. ¿Cuál es la segunda cosa?

– Lo peor ya ha pasado -dijo Collins-, pero seguimos enfrentándonos con el problema que dio lugar a esta insensata conspiración. El problema del crimen. La represión no será capaz de resolverlo. Tal como dijo un sabio, las hogueras encendidas no iluminan la oscuridad. Tiene que haber una mejor solución…

– Y la habrá -le interrumpió el presidente-. Esta vez vamos a hacerlo bien. En lugar de modificar la Ley de Derechos para resolver nuestros problemas, utilizaremos esta misma Ley de Derechos, como es debido. Mañana a primera hora nombraré una comisión especial, usted y Pierce formarán parte de ella, para que investigue las actividades del FBI, elimine todo lo que haya sido fruto de la influencia de Tynan y elabore una serie de medidas encaminadas a reestructurar la Oficina según unas nuevas normas. Tras lo cual, Chris, tengo el propósito de reunirme con usted para discutir un nuevo programa de medidas económicas y sociales que terminen con la ilegalidad y la criminalidad. Vamos a hacer algo efectivo. Hemos pasado por un momento de peligro, pero ahora vamos a conservar nuestra democracia.

– Muchas gracias, señor presidente -dijo Collins asintiendo-. Mire -añadió vacilando-, durante el viaje de regreso he estado pensando que en Argo City un amigo mío dijo que, cuando el fascismo llegue a los Estados Unidos, será porque los ciudadanos norteamericanos habrán votado a su favor. Esta vez estuvieron a punto de hacerlo. Ahora que saben todo lo que deben saber, quizá no vuelvan jamás a estar tan cerca de ello, Y tal vez nosotros podamos ayudarles a recordar esta lección.

– Lo haremos. Se lo prometo. Vamos a resolver lo que humanamente sea posible resolver. -El presidente tomó a Collins del brazo.- Pero esta noche, no. -Hizo señas a Karen para que se acercara.- Esta noche vamos a brindar por el futuro. Es posible que nos tomemos dos y hasta tres copas. Y veremos la película del último programa de televisión. Descansemos una hora (este lujo, por lo menos, nos lo podemos permitir) antes de reanudar nuestro trabajo.

***