—¡Todo a estribor, vamos a acercarnos! —gritó a Temerario.
El animal respondió al instante; sus grandes alas negras los hicieron girar e inclinarse hacia el Fleur-de-Nuit, y Temerario se acercó con más rapidez de lo que un dragón de combate pesado normal habría sido capaz. El enorme dragón enemigo se volvió para mirarlos de forma instintiva. En ese momento, cuando captó un atisbo de los pálidos ojos blancos, el aviador gritó:
—¡Prended la bengala!
Apenas pudo cerrar sus propios ojos a tiempo; el brillante destello fue visible incluso a través de sus párpados y el Fleur-de-Nuit bramó de dolor. Laurence volvió a abrir los ojos para encontrar a Temerario acuchillando con fiereza al otro dragón, clavando profundamente las garras en su vientre, mientras sus fusileros hacían trizas a los ventreros del otro lado.
—Temerario, manten la posición —le pidió Laurence, viendo que corría peligro de caer, llevado por su entusiasmo por acabar con el dragón enemigo.
Temerario dio un respiro, batió las alas de forma aturullada y se apresuró a ocupar su posición en la formación. El alférez de señales de Sutton alzó la bandera verde y todos ellos viraron en un rizo cerrado como si fueran un solo cuerpo, mientras Lily abría ya las quijadas y siseaba. El Fleur-de-Nuit aún volaba a ciegas y vertía sangre al aire mientras su tripulación intentaba alejarle.
—¡Enemigo arriba!, ¡enemigo arriba!
El vigía de estribor de Maximus señalaba frenéticamente hacia arriba. Mientras aún resonaba en sus oídos el chillido del muchacho, les sacudió los tímpanos un rugido sordo y ensordecedor como el trueno que sofocó el grito de aviso: un Grand Chevalier caía en picado sobre ellos. El pálido vientre del dragón le había permitido pasar inadvertido en la densa capa de nubes, por lo que los vigías no le habían visto. Ahora se precipitaba sobre Lily con las grandes fauces completamente abiertas. Doblaba a ésta en tamaño e incluso sobrepasaba en peso a Maximus.
Laurence se sobresaltó cuando vio caer de pronto a Messoria y a Immortalis, y se dio cuenta un poco más tarde de que era el acto reflejo del que Celeritas le había hablado hacía tiempo: una reacción que tenía lugar cuando se les atacaba desde arriba. Nitidus había dado una brusca sacudida a sus alas, pero se había recuperado y Dulcía había conseguido mantener la posición, aunque Maximus había arrancado velozmente y rebasado a los otros. La misma Lily, alarmada, había comenzado a girar por instinto. La formación se había disuelto en el caos, dejándola expuesta por completo.
—¡Preparad todas las armas! ¡Ve derecho por él! —rugió, señalando frenéticamente a Temerario la posición del dragón francés.
La orden resultó innecesaria, ya que, tras haberse quedado detenido en el aire un momento, Temerario ya se había lanzado en defensa de Lily. El Chevalier estaba demasiado cerca para poder rechazarle por completo, pero si ellos conseguían golpearle antes de que él se hiciera con Lily, podrían salvarla de un asalto fatal, y darle ocasión de contraatacar.
Los otros cuatro dragones franceses atacaban de nuevo. Temerario aceleró con súbita velocidad y por poco consiguió pasar ante las zarpas estiradas de un Pécheur-Couronné para colisionar con todas sus garras extendidas contra la gran bestia francesa, que en ese momento hería a Lily en el lomo.
La dragona se retorció y bramó de dolor y rabia; los tres alados estaban ahora enredados y batían las alas con furia en direcciones opuestas, desgarrando y cortando. Lily no podía escupir ácido hacia arriba; tenían que conseguir liberarla de alguna manera, pero Temerario era demasiado pequeño en comparación con el Chevalier. Entretanto, Laurence veía cómo las enormes garras del dragón se hundían profundamente en la carne de Lily, incluso a pesar de que su tripulación respondía golpeando con hachas las garras, duras como el hierro.
—Arroje allí arriba una bomba —ordenó Laurence con brusquedad a Granby.
Debían probar suerte y arrojar una bomba al aparejo del vientre del Chevalier, a pesar del riesgo de errar y terminar hiriendo sin querer a Lily o a Temerario, que continuaba lanzando zarpazos con pasión ciega mientras los ijares se le dilataban en el esfuerzo por tomar aliento; bramaba con tanta fuerza que su cuerpo vibraba y a Laurence incluso le dolían los oídos. El Chevalier temblaba por el dolor, y en algún lugar, al otro lado, Maximus bramaba también, bloqueado a la vista de Laurence por la masa del dragón francés. El ataque empezaba a surtir efecto: el Chevalier rugía con voz profunda y ronca y sus garras soltaron la presa.
—¡Sepáralo! —gritó Laurence—. ¡Temerario, sepáralo, colócate entre él y Lily!
En respuesta, Temerario se soltó a su vez y se dejó caer. Lily gemía, derramando sangre, y perdía altura con rapidez. No bastaba haber conseguido sacarse de encima al Chevalier, los otros dragones eran un peligro igual de grande para ella hasta que pudiera volver a colocarse en posición de combate. Laurence oyó a la capitana Harcourt dar órdenes, aunque no pudo entender las palabras; súbitamente, el aparejo del vientre de Lily cayó como una gran red que se hundió en las nubes. Las bombas, los suministros y el equipaje se precipitaron dando vueltas y se desvanecieron en las aguas del canal; la tripulación se sujetaba ahora al arnés principal en vez de al aparejo.
Aligerada de esta manera, Lily se estremeció e hizo un titánico esfuerzo para volver a batir las alas y subir hacia el cielo. Le estaban envolviendo las heridas en vendas blancas, pero incluso a esta distancia, Laurence podía ver que requerían puntos. Maximus mantenía entretenido al Chevalier, pero el Pécheur-Couronné y el Fleur-de-Nuit bajaban en una pequeña formación de cuña con los otros pesos medios franceses, listos para atacar a Lily otra vez. Temerario mantuvo su posición justo sobre Lily y siseaba de forma amenazante con las ensangrentadas garras flexionadas, pero la dragona ganaba altura muy despacio.
La batalla había degenerado en una melé salvaje, pero ahora los otros dragones británicos, aunque no mantenían orden de ningún tipo, se habían recuperado de su sorpresa inicial. Harcourt estaba ocupada por completo con las dificultades de Lily, y el último dragón francés, un Pécheur-Rayé, luchaba con Messoria un poco más abajo. Los franceses habían identificado con claridad a Sutton como comandante de la formación e intentaban mantenerle apartado de la batalla, una estrategia que, lamentablemente, Laurence tuvo que admirar. Él carecía de autoridad para asumir el mando, ya que era el capitán más joven del grupo, pero sin duda había que hacer algo.
—Turner —tronó, llamando la atención de su alférez de banderas, mientras los otros dragones británicos estaban ya girando y en movimiento antes de que él diera alguna orden.
—Hay una señal, señor: «formad alrededor del líder» —dijo el interpelado al tiempo que señalaba con el brazo extendido.
Laurence miró hacia atrás y vio a Praecursoris describiendo una curva hacia el lugar habitual de Maximus con las banderas de señales ondeando. Choiseul y el gran dragón se habían adelantado al no verse limitados por el ritmo de la formación, pero seguramente sus vigías habían visto la batalla y volvían ahora. Laurence palmeó la cruz de Temerario para llamar su atención hacia la señal.
—Ya lo veo —indicó el dragón, que batió las alas hacia atrás y se colocó en su posición habitual.
Ondeó otra señal, y Laurence hizo que el dragón ganara altura y se acercara a los demás. Nitidus también se ciñó más al grupo y juntos rellenaron el hueco de la formación, donde, en otras circunstancias, hubiera estado Messoria. Apareció la siguiente señaclass="underline" «formación, subid en grupo». Lily recobró los ánimos al verse rodeada de los otros dragones y fue capaz de batir las alas con más energía: al fin había dejado de sangrar. El trío de dragones franceses se había separado; sin duda, no podían esperar tener éxito con una carga colectiva, al menos no en una carga frontal hacia las mandíbulas de Lily; la formación iba a llegar a la altura del Chevalier en un momento.