La señal flameó de nuevo: «Maximus, suéltate». Éste seguía enzarzado en una pelea cuerpo a cuerpo con el Chevalier, y los disparos de los fusileros resonaban con estrépito por ambos lados. El gran Cobre Regio propinó un tajo final con las garras y empujó a su enemigo, aunque lo hizo un instante antes de lo debido, porque la formación aún no se había elevado lo suficiente y se necesitaban todavía algunos momentos más para que Lily fuera capaz de golpear.
La tripulación del Chevalier se dio cuenta ahora del nuevo peligro e hizo retroceder al gran dragón en medio de un inmenso griterío. Aunque sangraba por muchas heridas, el dragón francés era tan grande que éstas no le dificultaban en exceso, y todavía era más capaz de elevarse que la malherida Lily. Después de un momento, Choiseul envió la señal «formación, mantenga la altitud», y renunciaron a la persecución.
A lo lejos, los dragones franceses se acercaron unos a otros en un grupo poco compacto y giraban mientras consideraban su próximo ataque, pero entonces todos dieron media vuelta al unísono y volaron rápidamente hacia el noreste; incluso el Pécheur-Rayé se soltó de Messoria. Los vigías de Temerario gritaban y señalaban hacia el sur. Cuando Laurence miró a su espalda, vio a diez dragones que se dirigían hacia ellos a gran velocidad, con las banderas británicas ondeando en el Largario que lideraba la formación.
El Largario era Excidium, sin duda; él y su formación los acompañaron el resto del viaje hasta la base de Dover y los dos ejemplares pesados de Abrojo Espinoso se turnaron en la tarea de apoyar a Lily por el camino. La dragona avanzaba a un ritmo razonable, pero llevaba la cabeza gacha e hizo un aterrizaje bastante brusco. Las patas le temblaban tanto que la dotación consiguió saltar del arnés poco antes de que se desplomara en el suelo. El rostro de la capitana Harcourt estaba inundado de lágrimas; lloraba sin reparo alguno mientras corría hasta la cabeza de Lily. Permaneció acariciándola y musitando dulces palabras de ánimo mientras los cirujanos realizaban su trabajo.
Laurence ordenó a Temerario que tomara tierra en el extremo de la pista de aterrizaje de la base con el fin de que los dragones heridos dispusieran de más espacio. En el curso de la batalla, Maximus, Immortalis y Messoria habían recibido heridas dolorosas, aunque no realmente serias, nada en comparación con las que había sufrido Lily, cuyos débiles gemidos de dolor apenas eran audibles. Laurence reprimió un estremecimiento y palmeó de nuevo las elegantes líneas del cuello de Temerario; le estaba profundamente agradecido a su rapidez y gracilidad, que le habían evitado el destino de los otros.
—Señor Granby, descarguemos pronto. Luego, si le place, veamos qué podemos hacer para acomodar a la tripulación de Lily; tengo la impresión de que no les ha quedado nada de equipaje.
—Muy bien, señor —contestó Granby, que giró para dar las órdenes enseguida.
Llevó varias horas acomodar a los dragones, descargarlos y alimentarlos. Por fortuna, la base era enorme, abarcaba un terreno de casi cien acres que incluía los pastos del ganado y no hubo ninguna dificultad para encontrar un claro grande y cómodo para Temerario. Éste aún temblaba por la excitación de haber asistido a su primera batalla y por la profunda tensión sufrida por el bienestar de Lily. Fue la primera vez que comió sin apetito y Laurence al final dio orden de retirar los restos de las reses.
—Podemos cazar mañana —le explicó al dragón—. No es preciso que comas a la fuerza.
—Gracias. Lo cierto es que en este momento no tengo demasiado apetito —reconoció Temerario, que apoyó la cabeza en el suelo con cuidado.
Permaneció tranquilo mientras le limpiaban hasta que los tripulantes se fueron y lo dejaron a solas con Laurence. Sus ojos estaban cerrados y apenas se le veían unas ranuras, y durante un momento Laurence se preguntó si se había quedado dormido; entonces los abrió un poco más y preguntó bajito:
—Laurence, ¿siempre es así después de una batalla?
Laurence no necesitó preguntar a qué se refería; la tristeza y la pena del dragón eran evidentes. Resultaba difícil tener claro qué contestar. Deseaba tranquilizarlo a toda costa, pero también él se sentía todavía tenso y airado, y aunque la sensación le era familiar, su persistencia, no. Había tomado parte en muchos lances bélicos no menos letales y peligrosos, pero este último había diferido de los anteriores en un aspecto cruciaclass="underline" cuando el enemigo cargó hacia ellos, no amenazaban a su barco, sino a su dragón, que ya era para él la criatura más querida del mundo. Tampoco podía contemplar las heridas de Lily o de Maximus o cualquier otro integrante de la formación con distancia; aunque no se trataba de Temerario, eran auténticos camaradas de armas. No era lo mismo, en absoluto, y el ataque por sorpresa le había pillado sin haber sido capaz aún de hacerse a la idea de ello.
—Me temo que en muchas ocasiones suele ser más difícil después, en especial cuando un amigo ha resultado herido o ha muerto —respondió al fin—. He de reconocer que esta acción es especialmente difícil de soportar, ya que por nuestra parte no había nada que ganar, ni tampoco lo buscábamos.
—Sí, eso es cierto —comentó el dragón, con el collar colgando suelto en torno al cuello— Ayudaría poder pensar que hemos peleado tan duro y que Lily ha resultado herida por una causa, pero ellos acudieron a abatirnos y ni siquiera fuimos capaces de protegernos.
—Eso no es del todo cierto, tú protegiste a Lily —le contradijo Laurence—. Míralo de este modo: los franceses efectuaron un ataque muy inteligente y habilidoso. Nos tomaron por sorpresa con una fuerza que nos igualaba en número, pero nos aventajaba en experiencia. Los derrotamos y los rechazamos. Eso es algo de lo que enorgullecerse, ¿no?
—Supongo que sí —contestó Temerario, acomodando los hombros mientras se relajaba; luego, añadió—: Sólo deseo que Lily se recupere.
—Esperemos que así sea. Ten la certeza de que se hará todo lo humanamente posible por ella —contestó Laurence al tiempo que le acariciaba el hocico—. Ahora, venga, debes estar cansado, ¿no quieres dormir un poco? ¿Te leo algo?
—Dudo que pueda dormir —contestó Temerario—, pero sí me gustaría que me leyeras. Voy a tumbarme aquí tranquilo y así descanso.
Bostezó en cuanto terminó de hablar y se quedó dormido antes de que a Laurence le diera tiempo de tomar el libro. El tiempo había cambiado al fin, y las cálidas y cadenciosas espiraciones de su nariz levantaban pequeñas nubéculas en el aire frío.
Laurence le dejó dormido y se encaminó deprisa hacia los cuarteles generales de la base. Linternas colgadas iluminaban el camino que atravesaba los campos de los dragones, aunque más adelante se podían ver las luces de las ventanas. Un viento de levante traía el aire salado desde el puerto, mezclado con el olor cúprico de los cálidos dragones, que apenas percibía de tan familiar que le resultaba. En el segundo piso tenía una habitación caldeada, con una ventana que daba a los jardines traseros. Ya habían desempaquetado su equipaje. Miró los trajes arrugados con pesar; era evidente que los criados de la base tenían los mismos conocimientos en empaquetado que los aviadores.
A pesar de lo tardío de la hora, oyó un gran alboroto de voces exaltadas cuando se acercó al comedor de los oficiales de mayor rango. Los otros capitanes de la formación estaban reunidos en torno a la gran mesa donde apenas habían probado bocado.