Выбрать главу

—Señor, creo que debemos partir —le dijo a Gardner, controlando el tono de su voz—. Como ésta es la primera vez que Temerario vuela siguiendo este rumbo, es mejor que volvamos antes de que oscurezca.

—Desde luego —repuso Gardner, tendiéndole la mano—. Vaya con Dios, capitán. Espero volver a verle pronto.

Pese a las excusas de Laurence, no estuvieron de vuelta en la base hasta después de anochecer. Tras ver cómo Temerario atrapaba unos cuantos atunes de gran tamaño, Nitidus y Dulcia manifestaron deseos de probar también ellos con la pesca, mientras que Temerario se mostraba más que contento de proseguir con su exhibición. Los tripulantes más jóvenes no estaban del todo preparados para la experiencia de ir a bordo de un dragón en plena cacería. Pero después de la primera bajada en picado se acostumbraron a la sensación, cesaron en sus gritos de pavor y no tardaron en tomarse todo aquello como un juego.

Laurence descubrió que ni su mal humor era capaz de sobreponerse al entusiasmo de los muchachos, que gritaban como locos cada vez que Temerario levantaba el vuelo con otro atún retorciéndose entre sus garras. Algunos de ellos incluso le pidieron permiso para descolgarse por los costados del dragón y así zambullirse cuando Temerario capturaba a su presa.

El vuelo de regreso a la costa fue algo más lento, pues Temerario se había atiborrado de atún. Mientras canturreaba feliz y satisfecho, volvió la cabeza y, con un brillo de agradecimiento en los ojos, le dijo a Laurence:

—¿No te parece que ha sido un día agradable? Hacía mucho tiempo que no teníamos un vuelo tan espléndido como éste.

Laurence descubrió que su enojo se había esfumado, por lo que no necesitó disimularlo al responder.

Las lámparas de la base empezaban a encenderse como enormes luciérnagas que se recortaban contra las oscuras siluetas de las arboledas dispersas, y la dotación de tierra movía sus antorchas entre ellas al tiempo que Temerario descendía al suelo. La mayoría de los oficiales jóvenes seguían empapados y empezaron a tiritar cuando se deslizaron a tierra por los costados del cálido corpachón del dragón. Laurence les dio permiso para que se retiraran a descansar y se quedó de guardia junto al propio Temerario, mientras los asistentes terminaban de desenganchar los arneses. Hollin le dirigió una mirada de reproche cuando los hombres le trajeron las cinchas del cuello y los hombros, que estaban incrustadas de escamas, espinas y entrañas de pez, y que ya empezaban a oler mal.

Temerario estaba tan contento y bien alimentado que Laurence no se molestó en pedir disculpas. Tan sólo dijo en tono alegre:

—Me temo que por nuestra culpa tendrá un trabajo muy pesado, señor Hollin, pero al menos no habrá que darle de comer esta noche.

—Sí, señor —dijo Hollin, en tono fúnebre, y organizó a sus hombres para la tarea.

Tras quitarle el arnés, los miembros del equipo limpiaron la piel del dragón. Habían desarrollado la técnica de pasarse cubos en cadena como una brigada de bomberos para lavarlo después de las comidas. Más tarde, Temerario dio un enorme bostezo, eructó y se tumbó en el suelo con una expresión tan plácida que Laurence se rió al verlo.

—Tengo que ir a entregar estos despachos —dijo—. ¿Vas a dormir, o quieres que te lea esta noche?

—Perdóname, Laurence, pero creo que tengo demasiado sueño —respondió Temerario, bostezando de nuevo—. Me es difícil entender a Laplace incluso cuando estoy muy espabilado, y no quiero correr el riesgo de perderme algo.

Como Laurence ya tenía bastantes problemas leyendo el francés en el que estaba redactado el tratado sobre mecánica celeste de Laplace y pronunciándolo de forma que Temerario lo entendiese —y eso que no hacía el menor esfuerzo por captar los principios que él mismo leía en voz alta—, aceptó las palabras del dragón de buen grado.

—Muy bien, amigo mío. En ese caso, te veré por la mañana —accedió, y se quedó acariciando la nariz de Temerario hasta que los ojos del dragón se cerraron y su pausada respiración reveló que se había quedado profundamente dormido.

Al recibir los despachos y el mensaje de viva voz, el almirante Lenton frunció el ceño con preocupación.

—Esto no me gusta nada, nada —dijo—. Así que Bonaparte está trabajando tierra adentro… Laurence, ¿cree que puede estar construyendo más barcos en la costa para agregarlos a su flota sin nuestro conocimiento?

—Tal vez consiga fabricar algunas naves de transporte toscas, señor, pero nunca buques de guerra —repuso Laurence enseguida, muy convencido—. Y ya dispone de transportes grandes y en abundancia en todos los puertos de la costa. Me cuesta imaginar que pueda querer más.

—Y todo eso es en las cercanías de Cherburgo, no de Calais, aunque la distancia es mayor y nuestra flota está más cerca. No lo entiendo, pero Gardner tiene razón: estoy convencido de que Bonaparte planea alguna jugada, pero no podrá llevarla a cabo hasta que su armada llegue.

Lenton se puso en pie de repente y salió de la oficina. Sin saber muy bien si debía considerar que con aquel gesto le había despedido, Laurence le siguió. Así atravesaron el cuartel general, salieron al exterior y llegaron al claro donde Lily convalecía tendida en el suelo.

La capitana Harcourt estaba sentada junto a la cabeza de su dragona y le acariciaba todo el rato la pata delantera. Choiseul estaba con ella y leía en voz baja para ambos. El dolor seguía nublando los ojos de Lily. Pero había una señal más esperanzadora: era evidente que Lily había comido, ya que los asistentes aún estaban limpiando una gran pila de huesos reducidos a astillas.

Choiseul apartó la mirada del libro y, después de susurrar algo al oído de Harcourt, acudió junto a ellos.

—Está casi dormida. Les ruego que no la despierten —dijo en tono muy suave.

Lenton asintió e indicó con una seña a Choiseul y Laurence que se apartaran unos pasos con él.

—¿Qué tal se recupera? —preguntó.

—Según los médicos, muy bien, señor. Dicen que su curación está siendo todo lo rápida que cabía esperar —respondió Choiseul—. Catherine no se ha apartado de su lado.

—Estupendo —dijo Lenton—. En ese caso, serán tres semanas, si es que el cálculo inicial sigue siendo acertado. Bien, caballeros, he cambiado de opinión. En vez de hacer que Temerario se turne con Praecursoris, voy a enviarlo a patrullar todos los días. Usted no necesita esa experiencia, Choiseul, pero Temerario sí. Tendrá que ejercitar a Praecursoris por su cuenta.

Choiseul hizo una reverencia. Si estaba en desacuerdo, no dio muestra de ello.

—Me complace servirle en lo que pueda, señor. Tan sólo tiene que indicarme la forma.

Lenton asintió.

—Por ahora, quédese con Harcourt todo el tiempo posible. Estoy seguro de que usted sabe bien lo que es tener una bestia herida —dijo.

Choiseul volvió con Harcourt y Lily, que se había quedado dormida. Lenton, frunciendo el ceño por algún pensamiento privado, se alejó con Laurence.

—Laurence —dijo—, quiero que practique maniobras de formación con Nitidus y Dulcia mientras patrulla. Sé que no ha recibido entrenamiento en formaciones reducidas, pero Warren y Chenery le pueden ayudar. Si es necesario, quiero que Temerario sepa dirigir a un par de combatientes ligeros para luchar por separado del grupo.

—Muy bien, señor —dijo Laurence, un tanto perplejo.

Estaba ávido por pedir una explicación, y le resultaba difícil reprimir la curiosidad.

Llegaron al claro de Excidium, que se estaba adormilando. La capitana Roland conversaba con la dotación de tierra mientras inspeccionaba una pieza del arnés. Los saludó inclinando la cabeza y se unió a ellos en su paseo de regreso al cuartel.

—Roland, ¿puede arreglárselas sin Auctoritas ni Crescendium? —le espetó Lenton.