Se deslizó por el jardín igual que una sombra, como si acechara conejos, quedando petrificado al lado de un matorral o pegado al tronco de un árbol cuando oía pasos. Otras dos parejas de soldados recorrieron las avenidas, la segunda de ellas tan cerca de él que hubiera podido tocarlos con sólo dar dos pasos. Mientras se alejaban entre los setos y los árboles, cogió una flor de frágiles pétalos rojos y se la puso sonriendo en el pelo. Aquello era más divertido que robar pasteles de manzana los días anteriores a la fiesta solar, y más fácil. Las mujeres siempre mantenían una férrea vigilancia sobre sus pasteles, mientras que aquellos estúpidos militares no despegaban los ojos de las losas del suelo.
No tardó en llegar junto a la blanca pared del palacio propiamente dicho, y se deslizó a lo largo de ella oculto tras una hilera de rosales trepadores agarrados a una celosía. Había un gran número de ventanas arqueadas justo encima de su cabeza, pero previó que sería más complicado explicar su intromisión por una ventana que por una puerta. Aparecieron dos soldados más y se quedó inmóvil, calculando que pasarían a tres pasos de distancia de él. Por la ventana que había arriba llegaban las voces de dos hombres, emitidas en el volumen justo que le permitía distinguir las palabras.
—… de camino a Tear, Gran Amo —decía uno con tono asustado y obsequioso.
—Que desbaraten sus planes, si pueden. —Aquella voz era más fuerte y profunda, propia de un hombre acostumbrado a mandar—. Le estará bien merecido si tres chicas inexpertas son capaces de hacer fracasar sus propósitos. Siempre fue un necio, y continúa siéndolo. ¿Se sabe algo del muchacho? Él es quien puede destruirnos a todos.
—No, Gran Amo. Ha desaparecido. Pero, Gran Amo, una de las muchachas es la hija de Morgase.
Mat estuvo a punto de girarse antes de volver a hacerse cargo de la situación. Los soldados, cada vez más cerca de él, no parecían haber percibido su súbito movimiento entre la espesura de los tallos de los rosales. «¡Moveos, idiotas! ¡Idos y dejadme ver quién es este individuo!» Se había perdido parte de la conversación.
—… se ha mostrado demasiado impaciente desde que recobró la libertad —criticaba la profunda voz—. Aún no ha aprendido que los mejores planes tardan en madurar. Quiere comerse el mundo en un día, y apoderarse de Callandor además. ¡El Gran Señor lo condene! Cabe la posibilidad de que haga prisionera a la muchacha e intente utilizarla, cosa que podría ser perjudicial para mis propios planes.
—Como vos digáis, Gran Amo. ¿Debo ordenar que se la lleven de Tear?
—No. Si se enterara, ese necio lo interpretaría como un acto de enemistad contra él. ¿Y quién puede saber lo que ha decidido vigilar aparte de la espada? Encargaos de que muera discretamente, Comar. Que su muerte no atraiga la menor atención. —Su risa cavernosa sonó rica en matices—. Esas ignorantes mujeres de la Torre tendrán serias dificultades para hacer que vuelva a la vida después de esta desaparición. Bien mirado, eso jugará también a nuestro favor. Cumplid con presteza esta orden. Rápidamente, sin dar tiempo a que la atrape él.
Los dos soldados estaban casi a su lado; Mat maldijo la lentitud de su paso.
—Gran Amo —observó con incertidumbre el otro desconocido—, tal vez no sea tan sencillo. Sabemos que se dirige a Tear, pero el barco en el que viajaba fue localizado en Aringill, y para entonces las tres lo habían abandonado ya. Ignoramos si ha tomado otra embarcación o si prosigue a caballo. Y tal vez cueste encontrarla una vez que se halle en Tear, Gran Amo. Puede que si vos…
—¿Es que ahora no hay más que ineptos en el mundo? —exclamó ásperamente la autoritaria voz—. ¿Creéis que podría trasladarme a Tear sin que él se enterara? Por el momento, no quiero enfrentarme a él. Traedme la cabeza de la muchacha, Comar. ¡Traedme las tres cabezas, o de lo contrario rogaréis para que yo os arranque la vuestra!
—Sí, Gran Amo. Se hará como decís. Sí. Sí.
Los guardias pasaron junto a él, sin desviar la vista del frente, y Mat sólo aguardó a verles las espaldas para saltar y agarrarse a la gruesa piedra del alféizar y auparse a una altura que le permitiera mirar por la ventana.
Apenas si reparó en la alfombra tarabonesa de flecos del suelo, por la que alguien habría pagado una abultada bolsa de plata. Una de las grandes puertas esculpidas estaba cerrándose. Un hombre alto, ancho de hombros y con una amplia caja torácica que tensaba la verde seda de su chaqueta bordada con hebras de plata miraba fijamente la puerta con oscuros ojos azules. Su negra barba casi rasurada tenía una franja blanca en la barbilla. Considerado en su totalidad, ofrecía el aspecto de un hombre duro, habituado al mando.
—Sí, Gran Amo —dijo de repente, y Mat casi se soltó del alféizar. Pensaba que aquél era el individuo de voz profunda, pero la que acababa de oír era la que sonaba acobardada. Ahora no tenía ese matiz de humildad, pero era la misma—. Se hará como vos decís, Gran Amo —repitió con amargura—. Yo mismo decapitaré a esas tres jovencitas, ¡En cuanto las encuentre! —Salió con paso firme por la puerta, y Mat volvió al suelo.
Permaneció un momento acurrucado detrás de la rosaleda. Había alguien en palacio que quería ver muerta a Elayne y que, de paso, había sentenciado también a Egwene y Nynaeve. «¿Qué diablos estarán haciendo, de camino a Tear?» Tenían que ser ellas.
Sacó la carta de la heredera del trono del forro de la chaqueta y la miró con entrecejo fruncido. Tal vez, con ella en la mano, Morgase lo creería. Describiría a uno de los hombres. En todo caso, ya no le quedaba tiempo para seguir escondiéndose. Aquel corpulento individuo podría partir hacia Tear antes incluso de que él encontrara a Morgase e, hiciera lo que hiciera ésta, no habría entonces garantía de poder detenerlo.
Haciendo acopio de aire, Mat se coló entre dos de las celosías a las que se encaramaban los rosales, a costa de algunos pinchazos y enganchadas, y se puso a caminar por la avenida de losas tras los soldados. Sosteniendo la carta de Elayne ante él de modo que el sello con el lirio dorado fuera visible, repasó mentalmente lo que se proponía decir. Cuando pretendía ocultarse, los guardias surgían por todas partes como setas después de la lluvia, pero ahora recorrió una buena parte del jardín sin ver siquiera uno. Pasó frente a varias puertas. Pese a ser consciente del riesgo en que incurriría penetrando en el palacio sin permiso, estaba planteándose seriamente entrar por una de ellas cuando ésta se abrió y de ella salió un joven oficial sin yelmo que llevaba un nudo dorado en el hombro.
El hombre llevó de inmediato la mano a la empuñadura de la espada y, para cuando Mat le hubo mostrado la carta, ya había desenfundado parte de su hoja.
—Elayne, la heredera del trono, envía esta carta a su madre, la reina Morgase, capitán. —Asía el sobre de forma que el sello con el lirio quedara en lugar prominente.
El oficial miró rápidamente a uno y otro lado con sus oscuros ojos, como para comprobar si había más gente.
—¿Cómo has entrado en este jardín? —No desenvainó más la espada, pero tampoco la enfundó—. Elber está en las puertas de afuera. Aunque es un idiota, no habría permitido que nadie se paseara a su antojo por el palacio.
—¿Un gordo con ojos de ratón? —Mat maldijo su precipitación al hablar, pero el oficial asintió con la cabeza; esbozó también una sonrisa, aun cuando ello no afectó a su actitud vigilante y recelosa—. Se ha enfadado al enterarse de que venía de Tar Valon y no me ha dado siquiera ocasión de enseñar la carta ni de mencionar el nombre de la heredera del trono. Como me ha amenazado con arrestarme si no me iba, he escalado la pared. Prometí que entregaría esto a Morgase en persona, capitán. Lo prometí, y yo siempre cumplo mis promesas. ¿Veis el sello?
—Otra vez ese maldito muro del jardín —murmuró el oficial—. Deberían triplicar su altura. —Fijó la mirada en Mat—. Teniente de la guardia, no capitán. Soy el teniente de guardia Tallanvor. Reconozco el sello de la heredera del trono. —La hoja de su espada volvió a quedar finalmente cubierta por la vaina. Tendió una mano, la izquierda—. Dame la carta y yo se la llevaré a la reina. Después de acompañarte afuera. No todo el mundo te trataría tan bien si te encontrara vagando por aquí.