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—Sólo podré estar contigo en el desierto durante una breve temporada, pequeño —dijo Feril en voz alta con chasquidos y silbidos.

—Corre conmigo por la arena. Disfruta conmigo de mi bella, bellísima tierra. Hay desierto de sobra para todos.

—Es un desierto muy hermoso —reconoció Feril—, pero necesito saber...

—Caza insectos conmigo. Crujientes escarabajos. Dulces mariposas. Jugosos saltamontes. Muy, muy jugosos saltamontes. Hay suficientes para todos.

—No me interesan los insectos —explicó Feril.

El lagarto pareció decepcionado y dio media vuelta.

—Por favor, no te marches —silbó ella, arrodillándose junto al lagarto.

—¿De qué hablan? —preguntó la kender, que los observaba con su habitual curiosidad—. ¿Sabes de qué hablan, Rig? Lo único que oigo son silbidos. Parecen un par de teteras.

—Calla —la riñó el marinero.

—Ojalá supiera usar así la magia —protestó Ampolla—. Podría hablar con cualquier cosa..., con todo. —La kender se cruzó de brazos y miró al suelo, o al menos a la porción de suelo que alcanzaba a ver bajo su fina túnica anaranjada que el viento tórrido y seco agitaba entre sus cortas piernas. La túnica era otro motivo de irritación. Esa mañana, cuando Ampolla había subido a la cubierta luciendo la larga prenda naranja, guantes y cinturón verdes, Rig le había dicho que parecía una calabaza madura. Ese comentario había bastado para que se decidiera a dejar el sombrero y a ponerse sandalias marrones, en lugar de las botas naranjas a juego—. Palin, ¿no puedes hacer algún conjuro para que todos entendamos lo que dice el lagarto?

—Habla de su inmenso desierto —dijo Feril con una rápida mirada a Ampolla. Acarició la cabeza del lagarto y continuó silbando y chasqueando.

—En verdad es un desierto increíblemente grande —coincidió Ampolla mientras contemplaba el mar de arena que se extendía en todas direcciones. Tenía que forzar la vista para ver los palos del Yunque al norte del horizonte. Tan delgados y lejanos estaban que la kender pensó que parecían agujas de coser pinchadas sobre la blanca tela del paisaje—. Sé que es un desierto muy grande porque vi un mapa. Dhamon lo compró en Palanthas hace varias semanas, antes de que nos internáramos en el desierto, cuando Shaon aún estaba con nosotros. —Hizo una pausa al notar que los labios de Rig se crispaban ante la mención del nombre de Shaon—. Naturalmente —prosiguió rápidamente—, Dhamon no conservó el mapa mucho tiempo. Los dracs nos atacaron y asustaron a los caballos, y el mapa estaba en el caballo de Dhamon, que vaya a saber dónde se encuentra ahora. ¿Crees que estará vivo? ¿Necesitaremos otro mapa? O puede que el lagarto nos solucione el problema. Ya sabes, que dibuje un mapa en la arena con la cola. O quizá...

—¡Calla! —protestaron Palin y Rig casi al unísono.

La kender hizo un puchero, hundió los talones en la arena y miró fijamente al lagarto de cola ensortijada que a su vez miraba con atención a Feril.

—Eres muy listo —silbó la kalanesti.

—Muy, muy listo —añadió el lagarto. Se sentó sobre las pequeñas patas traseras y admiró el terso rostro cobrizo y los ojos brillantes de la elfa—. Soy la criatura más lista de este maravilloso desierto.

—Apuesto a que sabes mucho de lo que sucede aquí.

—Lo sé todo —respondió el lagarto hinchando su pequeño pecho.

—¿Qué sabes del Dragón Azul?

—¿Azul? —El lagarto extendió la cola un instante y parpadeó con expresión perpleja—. ¿Marrón como el barro?

—Azul como el cielo —corrigió Feril.

El lagarto se enfrascó en sus pensamientos.

—¿Un lagarto muy, muy grande? —Feril asintió en silencio—. ¿Con alas de pájaro?

—Sí; el dragón que vuela.

—Haz como yo y no te acerques al lagarto muy, muy grande —aconsejó la criatura de la cola ensortijada—. O te devorará muy, muy rápidamente.

Ampolla tiró de la pernera del pantalón de Rig.

—Me pregunto si Feril le ha dicho al lagarto que esto fue idea tuya. Los demás habríamos preferido ir a Ergoth del Sur en busca del Blanco. Tú tienes la lanza de Dhamon y podrías matarlo.

—Es mi lanza.

—Ahora sí —admitió Ampolla—. Pero hace muchos años pertenecía a Sturm Brightblade, que la usó en la Guerra de la Lanza. Luego fue propiedad de unas personas que la desarmaron y guardaron las piezas como recuerdo. Después Dhamon y Palin volvieron a armarla y perteneció a Dhamon hasta su muerte. Tendrías que haberla traído contigo por si nos topamos con algún dragón. No deberías haberla dejado en el barco con Groller y Jaspe. Quizá tengamos que ir a Ergoth del Sur, después de todo.

—Claro que iremos a Ergoth del Sur —dijo Rig con énfasis.

—De acuerdo, pero aun así creo que deberías haber traído la lanza.

Rig suspiró y murmuró:

—Oye, Ampolla: yo no sé usar la lanza. ¿Contenta?

—Yo creía que sabías usar cualquier arma. Feril dice que eres un arsenal andante.

—Sé usar espadas, dagas, garrotes, boleadoras y un par de armas más. Pero una lanza es algo muy distinto. Es pesada y exige usar las dos manos. Primero quiero practicar un poco, familiarizarme con ella. Si utilizara un arma que no conozco bien, podría hacer más mal que bien.

—En otras palabras, no quieres que Palin sepa que no sabes usar la lanza. Por eso hablas en voz baja; para que él no se entere.

—Ampolla... —gruñó Rig.

—En fin. ¿Para qué ibas a cargar con una lanza tan grande en el desierto? Sólo te haría sentir más calor, sudar y ponerte de mal humor. ¿Sabes? Deberías dársela a alguien que sepa usarla. Quizá a Groller o incluso a...

—Es mi lanza —repitió el marinero—. Tendré tiempo de sobra para practicar en el camino a Ergoth del Sur. Varias semanas o incluso meses.

—Deberíamos emprender viaje a Ergoth del Sur ahora mismo.

—Ya he dicho que lo haremos, pero sólo después de que encontremos la guarida del Dragón Azul. El dragón mató a Shaon, y también a Dhamon mientras agonizaba. Dicen que los dragones tienen grandes tesoros. Y me propongo llevarme todo lo que pueda.

—Bueno, nunca he participado en la búsqueda de un tesoro —dijo Ampolla con alegría—. A pesar del calor, será muy emocionante. Aunque me sorprende que Palin haya aceptado el plan. Él sí que quería ir a Ergoth del Sur.

Rig suspiró.

—Palin ha aceptado porque soy el capitán del barco y me necesita para llegar a Ergoth del Sur.

—He aceptado porque creo que estudiar la guarida de un dragón muerto nos ayudará a aprender muchas cosas sobre los dragones —corrigió Palin—. Podría darnos pistas de cómo vencer a los que siguen vivos.

—Eso siempre y cuando encontremos la guarida —terció Ampolla—. Los pájaros con los que habló Feril esta mañana no resultaron de gran ayuda. Y ahora este lagarto... Bueno; vaya a saber lo que dice.

—Chist —dijo Feril—. No me dejáis oír a mi amiguito.

—El lagarto muy, muy grande se lo come todo —prosiguió la criatura de cola ensortijada—. Come camellos y...

—No volverá a comer nada —silbó Feril—. Está muerto. Lo mató un amigo mío.

El lagarto cerró los ojos y su lengua de color rojo oscuro flameó, cosa que Feril interpretó como una señal de alivio.

—Estoy muy, muy contento de que haya muerto.

—Queremos ver dónde vivía.

—El agujero del lagarto es oscuro y muy, muy apestoso. Huele como la muerte.

—¿Has estado allí?

—Sólo una vez. Entré a cazar escarabajos, pero me marché enseguida. Apesta. Se me quitaron las ganas de comer escarabajos.

—¿Nos llevarás allí?

—No. —El lagarto arrugó su nariz escamosa, extendió la cola y se volvió hacia el sudeste—. El lagarto muy, muy grande vivía por allí. Cerca de las rocas que tocan el cielo. Una larga caminata desde aquí: dos, tres, cuatro días. Pero no será tan larga para ti. Quizás un solo día. —Miró las largas piernas de Feril—. Me alegro mucho de que haya muerto. Ven a correr conmigo por la arena. Busquemos jugosos saltamontes.