—Aquí, aquí.
Al principio Ulin pensó que era el rumor del viento, pero el sonido se repitió, esta vez más alto. En el fondo de la enorme cueva, Ulin distinguió a nueve personas, ocho de las cuales llevaban la armadura de los Caballeros de Takhisis bajo las capas forradas de piel. La novena, una mujer joven, vestía la armadura plateada de los Caballeros Solámnicos de la Orden de la Corona. Aunque sus manos y su cara estaban cubiertas de escarcha, la mujer parpadeaba.
—¡Aquí! —gritó uno de los Caballeros de Takhisis.
Ulin y Groller avanzaron, pero Gilthanas permaneció en la entrada de la caverna.
—La guarida de Gellidus —murmuró y añadió en voz más alta:— Ulin, si vamos a liberar a los sobrevivientes, tendremos que hacerlo lo antes posible. No podemos quedarnos aquí. El dragón podría sentir hambre y regresar a su guarida para picar algo.
Groller y Ulin rompían frenéticamente el hielo que les impedía avanzar. Sólo seguían con vida dos de los Caballeros de Takhisis y la solámnica, aunque esta última parecía muy débil. Los restantes caballeros estaban sepultados bajo el hielo. Las demás criaturas de la cueva también estaban cubiertas por una capa de hielo que en algunos casos tenía más de dos centímetros de grosor.
—El Blanco —dijo el primer Caballero de Takhisis que liberaron. El hombre se tambaleó, incapaz de mantenerse erguido sobre sus congeladas piernas—. Nos sorprendió en el valle. Supuse que nos mataría al llegar aquí.
—Pero os reservó para otra ocasión —concluyó Ulin.
El joven Majere auxilió a la dama solámnica mientras Gilthanas y Groller salían rápidamente de la caverna llevando en andas a los Caballeros de Takhisis.
Una vez que se hubieron alejado del valle, se detuvieron a interrogar a los caballeros.
—Soy Fiona Quinti —se presentó la solámnica. Se quitó el yelmo, dejando caer una cascada de rizos rojos—. Vengo del oeste de Ergoth del Sur y soy nueva en la Orden, en el castillo Atalaya del Este.
—Te dirigías a la Tumba de Huma —dijo Gilthanas en voz baja—. ¿Qué pensabas hacer allí? ¿Y por qué estabas con los Caballeros de Takhisis?
—Estaba cazando ciervos con cuatro compañeros cuando nos atacaron los hombres de la Reina Oscura. Mataron a los demás, pero a mí no —dijo mirando con furia a los Caballeros de Takhisis.
El más joven de los caballeros le dirigió una mirada fulminante.
—Necesitábamos por lo menos una persona viva —explicó—, para que llevara la lanza.
—Para Khellendros —añadió el otro caballero—. Nosotros no podemos tocarla. Ella fue la que opuso menos resistencia y por lo tanto resultó más fácil hacerla prisionera.
—¿Nos mataréis ahora? —preguntó el caballero más joven.
—Me gustaría —respondió Gilthanas—, pero temo que Groller y Ulin no estén de acuerdo conmigo. Son más benévolos que yo.
El elfo bajó la vista al suelo y recordó su cautiverio en manos de los caballeros de la Reina Oscura. Luego los miró y frunció el entrecejo. Por fin desvió la vista hacia el cielo. Seguía muy preocupado por el Dragón Blanco.
—¿Y qué habríais hecho con la lanza si hubierais conseguido apoderaros de ella? —preguntó Ulin.
—Debíamos entregársela al dragón —se apresuró a responder el mayor de los caballeros.
—¿Y luego?
—Luego nos darían nuevas órdenes. Habríamos viajado a otro sitio.
—¿Hay otros caballeros buscando objetos mágicos?
El mayor de los caballeros cabeceó.
—No lo sé. Yo sólo cumplía órdenes. No puedo adivinar los deseos de Tormenta sobre Krynn.
Ulin se volvió a mirar a la mujer y notó que sus ojos eran de un intenso color verde. Parecía muy joven.
—¿Hay otros solámnicos en Atalaya del Este?
—Sí —respondió ella—, unas dos docenas. Protegemos a los elfos y a los humanos, y estoy segura de que mis compañeros me estarán buscando. Mi oficial no descansará hasta descubrir qué nos ocurrió a mí y a los demás.
—Cuando terminemos aquí, buscaremos la forma de llevarte a casa.
—Gracias, forastero —dijo ella.
Ulin se presentó e hizo lo propio con Gilthanas y Groller. Furia rápidamente trabó amistad con Fiona; se acurrucó junto a ella mientras descansaban, y caminó a su lado cuando reanudaron la marcha hacia la tumba.
Al final del día, hasta los Caballeros de Takhisis habían aceptado unirse a la misión y jurado abandonar la Orden. Regresar ante el Azul o ante el comandante de su unidad con las manos vacías significaría una muerte segura.
Sin embargo, Ulin sospechaba que los caballeros los acompañaban con la secreta intención de apoderarse de la lanza y salvar el pellejo, de modo que decidió vigilarlos. Advirtió que Fiona tampoco les quitaba los ojos de encima.
Cuando entraron en el valle de Foghaven, los héroes pasaron con sigilo junto a las ruinas de una pequeña fortaleza. Aflojaron el paso para descender por una cuesta escarpada y traicionera y se perdieron entre la niebla que cubría el valle de Foghaven.
—No os separéis y seguid andando hacia el norte —ordenó Gilthanas—. La tumba está cerca.
Ulin se volvió para mirar a los Caballeros de Takhisis. Le resultaría difícil vigilarlos con tanta niebla.
—¿Cuánto falta? —preguntó mientras saltaba unos montículos de nieve para alcanzar a Gilthanas.
—Aproximadamente una hora —respondió el elfo apretando el paso.
Entretanto, Groller, que iba en la retaguardia con Fiona y Furia, parecía inquieto, como si sus aguzados sentidos lo hubieran alertado de otra irregularidad. Caminaba despacio, dando grandes zancadas y sus pies se enterraban en la nieve cada dos por tres.
—¿Ves? —preguntaba repetidamente a Fiona—. ¿Ves?
Furia correteaba con nerviosismo entre la niebla y desaparecía de vez en cuando de la vista para reaparecer junto a Groller poco después. El semiogro, incapaz de oír sus movimientos, daba un respingo cada vez que el lobo surgía de entre la niebla.
El grupo avanzó lentamente por la llanura y sólo se detuvo al llegar a un puente. El ancho arco de mármol se alzaba sobre unas aguas burbujeantes que despedían vapor y cubrían el puente con una película de hielo.
—La niebla se forma cuando las fuentes termales del este del valle se unen con las aguas frías del lago —explicó Gilthanas—. Ahora cruzaremos ese punto. Gracias al Blanco, la niebla es más espesa porque ambos torrentes de agua se mezclan con el aire glacial.
Uno tras otro, los aventureros cruzaron a gatas el resbaladizo puente. Luego todos se reunieron al otro lado, donde la niebla se disipaba ligeramente hacia el norte.
—¡Mirad allí! —gritó Ulin—. ¡El Blanco!
Un gigantesco dragón surgió de entre la niebla; su enorme cuerpo, sólido como una roca, envuelto en las volutas grises y blancas del vapor.
Los miembros del grupo se separaron: unos avanzaron, preparados para atacar, y otros retrocedieron en dirección al puente.
—¡Esperad! ¡Esperad! —gritó Gilthanas riendo y agitando las manos—. ¡Es una estatua! El Monumento al Dragón Plateado. ¿No veis que no se mueve?
La gigantesca cara tallada desapareció detrás de un velo de niebla.
Ulin se relajó y suspiró.
—¿Has olvidado contarnos algo más?
El grupo volvió a formar una fila india, y Gilthanas, que seguía riendo para sí, tomó la delantera. De repente se paró en seco e irguió los hombros.