El cafre más bajo, un hombre corpulento de aproximadamente metro noventa de estatura, llevaba un zurrón de cuero al hombro y empuñaba una porra llena de púas en la mano izquierda. El otro cafre era un palmo más alto y exploraba el terreno con expresión alerta. Su cara angulosa reflejaba inquietud y sus fosas nasales parecían temblar. Feril comprendió que ya los había olido.
Acarició una hoja del helecho y se dirigió a ella:
—Únete a mí —susurró.
Sus sentidos se deslizaron con facilidad por las hojas y los tallos hasta llegar a la raíz. El bosque embrujado le permitía practicar sus encantamientos casi sin esfuerzo, y su mente pronto alcanzó a las plantas que rodeaban a los caballeros y a los cafres. Notó que Palin se acuclillaba a su lado.
El cafre más alto se detuvo en seco y se volvió hacia el helecho detrás del cual se ocultaban los tres amigos. Jaspe se puso en pie, empuñando el martillo en la mano derecha. Calculó la distancia que lo separaba del cafre y arrojó el arma. El martillo giró varias veces en el aire antes de golpear al grandullón en el estómago y derribarlo de espaldas.
Palin había comenzado a pronunciar otro encantamiento, uno de los primeros que había enseñado a su hijo. Consistía en un ingenioso uso del calor y no produciría llamas que amenazaran el bosque. En cuanto recitó las últimas palabras del hechizo, los caballeros gritaron, arrojaron sus espadas y lucharon por quitarse la armadura. El metal se había calentado y el calor se intensificaba progresivamente, abrasándoles la piel.
Entretanto, el cafre más alto había conseguido ponerse en pie. Su compañero arrojó el zurrón y alzó la porra armada de púas. Localizó al enano y corrió hacia él, pero cayó de bruces en el aterciopelado helecho. Las enredaderas habían reptado por el suelo para enlazar sus tobillos. Otras plantas trepadoras rodeaban las muñecas y el cuello del cafre, fluían como el agua sobre su cuerpo y lo sujetaban con fuerza, prácticamente sofocándolo bajo sus hojas.
Otras plantas habían atrapado al cafre más alto. Mientras luchaba contra ellas, Jaspe se acercó, cogió su martillo y lo balanceó con actitud amenazadora. El cafre consiguió liberarse y dirigió una mirada fulminante al diminuto hombre de la barba.
Palin y Feril se acercaron a los caballeros, apartaron con los pies las piezas de armadura caídas y cogieron las espadas. El calor no afectaba a Palin, que observó cómo el musgo y las enredaderas se extendían hasta cubrir los yelmos y las cotas de malla. El hechicero se quedó atónito al ver la insignia de un oficial en uno de los petos.
Los caballeros sólo se habían quedado con las prendas protectoras que usaban bajo la armadura. Fueron lo bastante prudentes para no atacar a Palin, pero no pudieron evitar mirarlo con furia.
—No me obliguéis a mataros —dijo el hechicero mientras estudiaba las caras de sus adversarios—. Lord Breen —prosiguió al reconocer la cara del caballero más maduro, el presunto sucesor de Mirielle—, ya hemos derramado demasiada sangre. Yo, en vuestro lugar, me marcharía cuanto antes de este bosque.
Palin notó que el caballero parecía aliviado, convencido de que él y sus hombres salvarían la vida. Los Caballeros de Takhisis ignoraban que los draconianos los perseguirían y no tenían intenciones de dejarlos escapar. El hechicero recordó que el aurak no quería testigos.
—¡Aquí está! —exclamó Jaspe. El enano miró brevemente dentro del zurrón, alzó la vista hacia el cafre y blandió su martillo para dejar claras sus intenciones. Luego se dirigió a Palin:— Sabes que los caballeros nos perseguirán. Hay un oficial entre ellos, de modo que no renunciarán fácilmente al Puño de E'li. Esperarán a que estemos dormidos o...
Palin hizo una seña al enano y a Feril para que se apartaran de los prisioneros y caminó unos pasos sobre las huellas de los caballeros, en dirección a la torre de los draconianos.
—Si tienes razón y nos siguen —dijo al enano—, los asesinos del aurak los encontrarán rápidamente.
Cuando hubieron llegado a una distancia prudencial de los caballeros, se ocultaron detrás de un fragante arbusto y aguardaron.
—Yo tenía razón, naturalmente —susurró el enano con orgullo—. ¿Lo ves?
Unos instantes después, los cafres se levantaron e iniciaron la persecución. Los caballeros los siguieron con las armas en alto.
Para Palin fue una decepción que el enano estuviera en lo cierto. Aunque Steel Brightblade era un Caballero Negro, en el pasado se había comportado honrosamente. Había escoltado a los hermanos muertos de Palin hasta su patria, había rezado sobre su tumba y se había arriesgado a que lo ejecutaran después de la huida de Palin.
Feril señaló hacia el norte y los guió en dirección al claro donde habían dejado a Usha. En el camino habló con las plantas, pidiéndoles que cubrieran sus huellas. Continuaron avanzando incluso cuando la oscuridad descendió sobre ellos, guiados por los aguzados sentidos de la elfa.
Más de una semana después y sólo un día antes de que se cumpliera el plazo que les habían dado los qualinestis, encontraron a Usha en compañía de media docena de arqueros elfos.
Jaspe sacó el cetro del zurrón y se los enseñó. Parecía una pequeña maza de madera pulida. El mango estaba adornado con bandas plateadas y doradas y la esfera que lo coronaba tenía incrustaciones de diamantes, granates y esmeraldas.
—De modo que lo conseguisteis —observó la elfa más alta, cautivada por las brillantes piedras preciosas—. Nos alegramos. Sólo lamentamos no haber podido ayudarte como tú has ayudado a los qualinestis, Palin Majere.
Usha corrió a abrazar a Palin.
—¡Estás sano y salvo!
—Tu esposa nos convenció de nuestro error. Nos dijiste la verdad, pero nos negamos a escucharte. Espero que aceptes nuestras disculpas.
—Usha puede ser muy persuasiva —dijo Palin sonriendo a su mujer—. No os guardo rencor. Ya tenemos el cetro y yo he recuperado a mi esposa.
La elfa asintió, y un instante después ella y sus amigos desaparecieron silenciosamente entre la vegetación.
Usha besó a Palin, pero enseguida se apartó, frunció la nariz y miró fijamente a su marido.
Al igual que Jaspe y Feril, el hechicero estaba agotado, sucio y olía a sudor. Usha, por el contrario, parecía tan descansada y fresca como si acabara de despertar de una larga siesta.
—Ankatavaka no está lejos —dijo Palin. Hizo una mueca de disgusto al ver que había ensuciado a su esposa al abrazarla—. Allí nos bañaremos, nos cambiaremos de ropa y descansaremos un poco. Luego os transportaré a todos a la Ciudadela de Goldmoon.
—¿Y Ulin?
—No se ha puesto en contacto conmigo —respondió el hechicero—. Espero que lo haga cuando lleguemos a Ankatavaka.
Usha respiró hondo.
—Confío en que esté bien.
—Claro que lo está —dijo Jaspe mientras echaban a andar hacia la costa—. Es un Majere, ¿no? Y los Majere están hechos de buena madera. Muy pronto se reunirá con nosotros. Y ya que has mencionado la ropa...
El enano abrió el zurrón para que Usha pudiera ver dentro. Los cafres que habían entrado en la cámara del tesoro de la torre se habían llevado algo más que el Puño de E'li. En el interior del saco también había rubíes, zafiros y collares de perlas.
—Compraremos ropa nueva, cerveza, carne para Furia, quizás un collar para Goldmoon, ya que vamos a necesitar su medallón, y...
Palin y Usha caminaban cogidos de la mano y ella hablaba en voz baja de las semanas que había pasado con los elfos.
Feril se abstrajo de la cháchara del enano y de la conversación de los Majere para concentrarse en los maravillosos sonidos del bosque de Beryl.