—Volveré —dijo para sí—. Volveré con Dhamon Fierolobo.
22
Las manos rojas
Dhamon se había mantenido apartado de los demás durante la mayor parte del viaje. No tenía apetito, así que comía frugalmente, y dormía poco porque no se sentía cansado y quería evitar los sueños que lo atormentaban. Cuando se dejaba vencer por el sueño, su mente se llenaba de imágenes de un rojo dragón de llamas. A veces el dragón estaba rodeado de volcanes en erupción y dracs cubiertos de escamas rojas que exhalaban chorros de fuego. Otras veces, detrás del dragón había legiones de goblings, hobgoblings y Caballeros de Takhisis, todos de fuego, que crepitaban y silbaban con malevolencia.
Los sueños se hicieron progresivamente menos frecuentes a medida que el Yunque de Flint se acercaba a la isla de Schallsea, hasta que un día desaparecieron por completo. Cuando divisaron la Escalera de Plata bajo la pálida luna llena que la iluminaba —la Ciudadela de la Luz, donde vivía Goldmoon—, Dhamon se tranquilizó. El barco atracó en la bahía y Dhamon, Ampolla y el marinero se dirigieron a la costa en una chalupa. Tras ser admitidos por dos guardias, los tres amigos se cruzaron con varios estudiantes de Goldmoon antes de llegar a sus aposentos.
El antiguo caballero había decidido enseñar la alabarda a Goldmoon y hablarle del Dragón de Bronce, Centella. Quizás ella conociera los orígenes del arma y supiera cómo había llegado a manos del dragón. Pero primero tendría que examinar la escama incrustada en su muslo. Aunque no le había producido dolor alguno, Dhamon temía que fuera la causa de sus pesadillas.
Las estrellas parpadeaban sobre el Pico de Malys, y una solitaria luna pálida coronaba el horizonte. La Roja inclinó la cabeza hacia atrás y rugió. Las llamas se elevaron hacia el cielo en una erupción de calor abrasador que la ayudaba a desahogar su enorme cólera. Volvió a rugir, y esta vez el sonido fue tan intenso que hizo temblar la montaña. A modo de respuesta, los volcanes que rodeaban la meseta arrojaron columnas de humo sulfuroso.
Cuando un nuevo rugido comenzó a nacer en el vientre de Malys, los volcanes tronaron al unísono y volvieron a entrar en erupción. Torrentes de lava descendieron por sus cuestas y formaron un río alrededor de las garras de la Roja. El humo continuó ascendiendo hasta fundirse con las llamas del dragón y ocultar las estrellas y la luna.
Su débil vínculo con Dhamon Fierolobo había desaparecido por completo cuando el hombre se había acercado a la maldita isla de Schallsea. La Roja conocía a la sacerdotisa —uno de los miembros más poderosos de los Héroes de la Lanza— y sabía que era aquella mujer con atributos divinos quien interfería con su influencia.
—Me apoderaré del hombre y del arma —silbó—. No permitiré que me arrebaten un botín tan importante.
Malys había descubierto que había otros objetos mágicos excepcionales: una lanza que había pertenecido a un hombre llamado Huma, una corona que descansaba bajo las olas, con los dimernestis, un anillo que estaba en el dedo de un misterioso hechicero. Pero la Roja sospechaba que ninguno de esos objetos era tan poderoso como la alabarda.
Las llamas continuaron esparciéndose por el cielo y, mientras la lava le cubría las garras, Malystryx, la Roja, cerró los ojos e invocó toda su fuerza arcana.
En las afueras de Ankatavaka, Usha Majere miraba a Groller a los ojos. El semiogro le tendió una mano con la intención de consolarla. En la otra mano empuñaba con fuerza la lanza de Huma. El semiogro sonrió, pero no habló ni dio ninguna explicación a Usha. Las palabras eran innecesarias; ya había suficientes en el pergamino que Palin leía por segunda vez.
El lobo rojo estaba sentado a los pies de Groller y a pocos pasos de Fiona Quinti, la joven Dama de Solamnia procedente del castillo Atalaya del Este, que sujetaba la Dragonlance de Rig.
Ulin y Gilthanas no habían aparecido cuando Palin los había invocado con su magia. Ulin tampoco había explicado lo que planeaba cuando, una hora antes, había entrado en contacto con su padre, pidiéndole que pronunciara el encantamiento que los transportaría a su lado.
El encantamiento de Palin sólo había hecho aparecer a Groller, Furia y Fiona, además del pergamino en que Ulin intentaba explicar su ausencia y la de Gilthanas.
—He venido para ayudaros a comprender su decisión —dijo Fiona—. Me han dado permiso para quedarme una temporada con vosotros. Sé que no puedo reemplazar a Ulin y a Gilthanas, pero mi espada es vuestra.
—¿Sabes algo de ese Dragón Dorado llamado Alba? —preguntó Usha.
Fiona negó con la cabeza y miró a Palin.
Era evidente que el hechicero estaba muy afectado por las palabras del pergamino. Miró a su esposa con los ojos llenos de lágrimas.
—Ulin es un hombre hecho y derecho, con mujer e hijos. Pero ¿quién iba a pensar que los abandonaría durante vaya a saber cuánto tiempo para estudiar magia con un dragón? Él y Alba han ido a las islas de los Dragones para advertir a los Dragones del Bien del inminente regreso de Takhisis. Cree que es una misión muy importante.
Los hombros de Palin se encorvaron. No podía controlar la vida de su hijo; no quería hacerlo ni lo intentaría.
—Pero los gemelos son tan pequeños... Tiene una familia. ¿Cómo puede hacerles esto? Lo mismo que yo te hice tantas veces a ti.
Usha soltó la mano de Groller y se acercó a su esposo.
—Puede hacerlo porque es tu hijo y porque se debe a su magia. La magia también fue la razón de que me abandonaras tantas veces.
—Yo siempre regresé.
—Y Ulin también regresará.
Pero Usha se preguntó si de verdad lo haría. Conocía a su hijo mejor que Palin y sabía que la magia era la pasión de Ulin, una pasión más fuerte que la que había sentido su padre.
Palin hizo una bola con el pergamino y lo apretó en su puño. Usha abrazó a su marido.
—Viajaremos a la Torre de Wayreth —le dijo él al oído—. Este asunto de Takhisis...
—¿Y si es verdad? —preguntó Usha.
—Cogeremos el anillo de Dalamar y nos reuniremos con los demás en la Escalera de Plata. Los señores supremos ya son peligrosos de por sí; pero, si la Reina Oscura los ayuda, el peligro se multiplicará por diez.
Recordó brevemente la guerra de Caos, el dolor y la muerte que había acarreado, y sintió un nudo en la garganta. Takhisis y los señores supremos podían desatar una guerra que destruiría Krynn, o por los menos las razas de humanos y humanoides que lo poblaban.
—¿Enviarás a los demás junto a Goldmoon? —preguntó Usha, interrumpiendo sus pensamientos.
Palin asintió.
—Sí; ahora mismo. Sospecho que Goldmoon los aguarda. Y el Custodio y el Hechicero Oscuro me esperan a mí.
—Ya llegan —dijo Goldmoon al aire. Estaba junto a la ventana, contemplando las estrellas—. Sí; Dhamon está con ellos. ¡Me alegró tanto saber que estaba vivo! Tenía el presentimiento de que él era el elegido, Riverwind, y ahora estoy segura. ¿Qué? Sí, claro, lo acompaña el marinero en quien confía Palin. Y Ampolla. Todavía hay esperanza para Ansalon.
Sus dedos acariciaron el medallón que llevaba al cuello.
—Claro que se los entregaré —dijo con la vista fija al frente—. Sí; significa mucho para mí, cariño. Pero ellos creen que ayudará a devolver a Krynn la magia de los dioses. ¿Recuerdas cuánto nos esforzamos para traer la magia curativa al mundo? Entonces éramos jóvenes y parecía una empresa imposible. Pero lo conseguimos, y parece que fue ayer. Tú estabas aquí y...
—Creo que está acompañada. —La voz de la kender procedía de la escalera de caracol—. Espero que no interrumpamos nada importante. Me pregunto quién habrá venido a visitarla a esta hora de la noche.