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Esta vez la alabarda alcanzó a Rig en el estómago, del que manó un brillante hilo de sangre. El marinero se llevó la mano izquierda a la herida y retrocedió unos pasos.

—¡Por la barba de Reorx! —exclamó Jaspe—. ¿Qué pasa aquí?

—¡Es Dhamon! ¡Ve a buscar a los guardias! —gritó Ampolla mientras arrojaba otra lluvia de piedrecillas. Esta vez dio en el blanco y los proyectiles rebotaron contra el pecho de Dhamon—. ¡Tenemos que detenerlo!

Más dolor. Dhamon quería encogerse, escapar, curarse, echar a Malys de su mente. Deseaba que Feril estuviera bien y no quería hacer daño a nadie más.

El antiguo caballero se volvió hacia Goldmoon.

—¡La sacerdotisa! —exclamó Malys con la voz de Dhamon.

Goldmoon tenía la espalda apoyada contra la ventana y lo miraba con expresión desafiante.

—Lucha —dijo en voz apenas audible—. Lucha contra quienquiera que se haya apoderado de ti. He penetrado en tu espíritu y sé que eres fuerte y bueno. ¡Puedes luchar contra el que te domina!

No lo suficientemente fuerte, dijo Malys a Dhamon. La quiero muerta.

Dhamon dio un paso hacia Goldmoon y luego otro. Oyó que Rig volvía a moverse a su espalda; su oído, ahora extraordinariamente sensible, le permitió seguir las pisadas del marinero en el suelo de mármol. De súbito, el antiguo caballero empujó la alabarda hacia atrás y golpeó con el mango el estómago herido del marinero.

Con su aguzado sentido del oído oyó el gemido de Rig, el chasquido del alfanje en el suelo, el ruido del corpachón que se desplomaba. Luego oyó los pasos del enano y de alguien más, una persona que fue incapaz de identificar. Oyó el sonido de nuevos proyectiles de piedra y sintió su roce en la mejilla.

Le dolía todo el cuerpo, tanto que no entendía cómo seguía en pie. Pero Malys le infundía una fuerza sobrehumana.

¡Mata a la sacerdotisa!

—¡Dhamon! ¡Es Goldmoon! ¿Acaso has perdido el juicio? —dijo Jaspe mientras corría a interponerse entre Dhamon y la sacerdotisa.

Ampolla también corría, pero para Dhamon no supuso ningún esfuerzo levantar la pierna, darle en la cara con la bota y hacerla volar por los aires. Al mismo tiempo, sus manos se movían hacia delante y hacia arriba, blandiendo la candente alabarda mágica.

La hoja descendió en arco, reflejando la luz de las estrellas que se filtraba a través de la ventana, danzando hacia el pecho del enano.

Jaspe levantó el martillo con la intención de parar el golpe, pero fue inútil. El enano no había estado en el bosque cuando el arma de Dhamon había atravesado las espadas de los Caballeros de Takhisis como si fueran de tela.

Jaspe vio que la hoja descendía, vio el martillo que se elevaba para defenderlos a él y a Goldmoon, vio cómo la alabarda cortaba el grueso metal y continuaba su mortífero curso. La hoja le atravesó el pecho, causándole un dolor desgarrador, y la sangre comenzó a esparcirse a su alrededor. El enano lanzó un sollozo involuntario y se agarró el pecho húmedo y caliente. Después experimentó un frío intenso y la oscuridad lo envolvió.

—Mi fe me protegerá —susurró Goldmoon, con los ojos cerrados, mientras Dhamon se acercaba.

Ahora Malys movía las piernas de su vasallo muy lentamente, saboreando el momento. A su espalda, Dhamon oyó el silbido de una espada y la respiración agitada de una mujer. ¿Quién?

Giró la cabeza porque Malys quería saber quién estaba allí. Era una mujer joven e insegura, vestida con la detestada armadura de los Caballeros de Solamnia. La joven se encogió y blandió la espada.

Mátala, ordenó Malys.

Dhamon miró fijamente la armadura, la Corona y el Martín Pescador grabados en el peto. Sir Geoffrey Quick lo había salvado en el pasado, lo había convertido al Bien. ¿Acaso esta solámnica podría salvarlo también?, ¿matarlo antes de que él continuara derramando sangre?

¡No puedes luchar contra mí!, silbó Malys en su cabeza. ¡Eres mío!

La mujer se desplazó hacia la derecha y comenzó a moverse en círculos. Miró el cuerpo del enano y notó que Rig, Feril y Ampolla estaban inmóviles.

—¡No matarás a Goldmoon! —gritó Fiona Quinti—. ¡Seas quien seas, ya has terminado de matar!

La joven, que se había colocado delante de la sacerdotisa, levantó la espada y, con un movimiento limpio y ágil, la dirigió hacia el pecho de Dhamon.

Pero el antiguo Caballero de Takhisis era más rápido. Detuvo el golpe con la alabarda, partiendo en dos el arma de la mujer. Luego extendió una pierna, enlazó los tobillos de la joven y la derribó.

Un instante después estaba junto a Goldmoon, dispuesto a levantar su arma y bajarla por última vez.

¡No!, gritó Dhamon desde el pequeño lugar de su mente al tiempo que la alabarda se hundía en el hombro de la sacerdotisa. ¡Por todos los dioses! Vio caer a Goldmoon. Una mancha roja tifió su túnica blanca y comenzó a extenderse hacia el suelo. ¡No!

En la altiplanicie del territorio otrora llamado Goodlund, Malystryx lanzó un rugido de placer. La montaña tembló, los volcanes entraron en erupción y el pequeño ejército de dracs rojos que la rodeaban lucharon para mantener el equilibrio.

—¡Eres mío, Dhamon Fierolobo! —bramó Malys con su voz silbante e inhumana—. ¡Ven conmigo, vasallo! ¡Y trae tu arma mágica!

«Estoy perdido», pensó Dhamon. Mientras sus piernas corrían sobre el suelo cubierto de sangre y sus manos continuaban ardiendo, echó un último vistazo a sus compañeros caídos. ¿A cuántos de ellos había matado? ¿Cuántos estaban heridos? ¿Y Feril? Sus pies volaron escaleras abajo, cruzaron la planta baja de la Ciudadela de la Luz y luego la playa en dirección a la chalupa.

Su aguzado sentido del oído captó unos pasos a su espalda, los pasos de un hombre corpulento. Era el marinero. Rig seguía vivo.

Dhamon saltó a la chalupa, dejó el arma en el suelo de la embarcación y se alejó de la costa. Se alegraba de poder soltar el arma candente. La piel de sus manos estaba ampollada y roja, pero ahora la Roja lo obligaba a coger los remos y dirigirse al barco.

Divisó al marinero en la costa. Rig gritó algo, palabras furiosas que Dhamon sabía que merecía. Luego se arrojó al agua, y continuó gritando con los puños en alto. Pero el negro no podía alcanzar a Dhamon y finalmente retrocedió, regresó a la Ciudadela y desapareció en el interior.

Ahora Dhamon estaba cerca del Yunque de Flint y podía ver a los marineros al otro lado de la batayola. Gritaban preguntas, pero el dragón no les hizo caso, no permitió que Dhamon respondiera. Obligó a Dhamon a empuñar de nuevo la alabarda y dirigirla a la línea de flotación. El antiguo caballero asestó un golpe tras otro a la proa, destrozando el casco y arrancando gritos de terror a los sorprendidos marineros. El arma se hundió en la madera una y otra vez, atravesándola como si fuera tela. Comenzó a entrar agua y el barco escoró. Sólo cuando el dragón se hubo asegurado de que el barco se hallaba irremediablemente perdido, y cuando un arquero comenzó a descargar una lluvia de flechas desde la cubierta, la Roja dejó que Dhamon se alejara remando.

Ven conmigo, ordenó. Ven al Pico de Malys. Eres un vasallo excelente.

En la última planta de la Ciudadela de la Luz, Feril recobró el conocimiento y se arrastró hacia Ampolla. La kender estaba inmóvil y respiraba con dificultad. Tenía los labios partidos y cubiertos de sangre, y la patada de Dhamon le había roto la nariz. Feril se levantó con dificultad.

Fiona estaba inconsciente, pero no parecía herida. Goldmoon estaba muerta y Jaspe...