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– No lo hagas. Ella no sentiría lástima de ti si tu situación fuera la contraria.

Como ella estaba desnuda con medio cuerpo encima de él, eso hizo que se riera.

– Me costaría imaginármelo.

– A mí también. Debía estar loco. Y como has admitido que todo fue por culpa tuya, se lo dirás tú.

– ¡Oh, no!

Tris dejó sus juegos y le pasó los nudillos por sus mejillas.

– En este momento quisiera que todo el mundo fuera feliz, pero creo que lo mejor que podemos hacer por la pobre Phoebe Swinamer es hacer el anuncio y dejar que mantenga su dignidad. No le he dicho nada.

– Ya lo sé. Y he visto tantos ejemplos de sus pequeñas crueldades que no me duele el corazón.

El se quedó en silencio sin moverse. Tal vez era una de esas situaciones en las que una mujer debe ser fuerte, así que Cressida se apartó de él y salió de la cama.

– Tenemos que vestirnos.

Él se sentó y se quedó observándola de una manera que ella nunca hubiera soñado que la iba a mirar un hombre.

– Has perdido tu toca. Deben estar haciendo bromas subidas de tono.

– No creo que sean apropiadas para los oídos de una dama.

– Nunca se sabe -dijo él saliendo de la cama.

La visión de su hermoso cuerpo desnudo hizo que Cressida se tuviera que apoyar en una silla. Tal vez se podrían quedar ahí…

Pudo ver que él pensaba lo mismo, pero se puso un banjan color rojo y oro que hizo que ella se sintiera aún más débil. Tal vez para la señorita Swinamer habría sido todo más fácil si no hubiera ocurrido nada esa noche…

Él le sonrió de una manera no del todo tranquilizadora.

– Quédate aquí. Enviaré a alguien para que busque tu tocado y mi sombrero. Como has dicho, los sirvientes ya lo deben saber.

Después entró en la habitación de al lado y cerró la puerta. Cressida simplemente se quedó en la cama, con esa mancha de sangre, asimilando lo ocurrido. Una joven decente de Matlock en un momento así seguramente estaría destrozada por la vergüenza, o por lo menos por las dudas. Hubiera sabido que tenía que esperar hasta la noche de bodas. Pero sentía como si por fin su mundo fuese exactamente como debía ser.

Sin dejar de sonreír se aseó y volvió a vestirse, contenta de llevar un vestido que no necesitaba corsé, el cual, en un absurdo rapto de discreción, guardó en uno de los cajones de Tris. Después de vestirse lo mejor que pudo, se sentó frente al tocador para intentar recogerse el pelo con horquillas, pero las manos apenas le respondían. Tal vez era por haber hecho el amor, o tal vez era el efecto secundario de su loca carrera hasta allí. O quizá porque nó se había dado cuenta hasta ese momento cuan profundamente necesitaba a Tris. No se había permitido saberlo para poder seguir adelante con su vida.

Él volvió, con su sombrero y el tocado.

– ¿Qué sucede?

Su frío tono denotaba temor, por lo que Cressida se volvió rápidamente hacia él.

– No, nada. Es sólo que acabo de darme cuenta de lo cerca que he estado de perderte para siempre.

Extendió sus brazos hacia él, que se acercó para besarle las manos.

– Ojalá no tuvieses que ser duquesa por mí, Cressida.

Ella se encontró con su seria mirada y lo provocó.

– Ah, no, señor. Ahora que te has salido con la suya, no me quites lo que me corresponde.

Él se rió y la besó, y luego la ayudó a recogerse el pelo con las pocas horquillas que encontraron. Cressida se puso la toca, mientras lo contemplaba vestirse. Hubiese preferido que se quedara desnudo, pero igual disfrutaba mirándolo, hiciera lo que hiciera.

Era real y era suyo. La vida se abría ante ella como un universo de delicias por descubrir. Sabía que como en todo viaje, surgirían situaciones difíciles y riesgos, pero también que las alegrías compensarían cualquier pena.

Tris se puso el sombrero y con un anillo en la mano se acercó a ella, tomándole la suya.

– El anillo de compromiso tradicional era un poco anticuado y se lo regalé a Jean-Marie. Éste es una versión moderna del mismo.

Deslizó el anillo en su dedo. Era un zafiro en forma de estrella incrustado en una preciosa y delicada montura. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas y se mordió el labio para controlarlas.

Se dio cuenta de que le quedaba a la perfección, lo cual la hizo pensar.

– Este anillo habría quedado suelto en el delgado dedo de la señorita Swinamer. Él frunció el ceño.

– Tienes razón. Pobre Phoebe. La verdad es que nunca perdí la esperanza y nunca la hubiese perdido tampoco. En todo caso es mucho mejor para ella que sea así, aunque le cueste creerlo ahora. -Besó el anillo-. Le mandaré un mensaje a Cary para pedirle que la ponga sobre aviso. Estoy seguro de que mi amigo va a querer matarme.

Cressida nunca se hubiera imaginado estar tan conmovida.

– Tris Tregallows, eres un hombre muy bueno.

– Cressida Mandeville, lo seré aún más contigo a mi lado. -La tomó de la mano y la llevó hacia la puerta-. Ahora, me temo, debo llevarte al mundo de las serpientes y los dragones.

Cressida se rió.

– ¡Dragones, serpientes y cocodrilos no son nada para una Mandeville! Especialmente, su excelencia, si va acompañada de un guía tan experimentado.

Fin

Jo Beverley

***