– ¿Wimpole? ¿Qué…? -Ya estaba asomada a la puerta del salón, y lo estaba mirando como si fuera una aparición-. ¿Jack?
– En carne y hueso.
Intentó decirlo en tono jovial pero no le resultó del todo, y en el fondo, donde guardaba sus momentos más negros, deseaba llorar. Llorar ahí mismo, delante de todos, pues el llanto se retorcía y empujaba tratando de salir.
– ¡Jack! -exclamó ella, corriendo a rodearlo con los brazos-. Oh, Jack, Jack, mi querido niño precioso. Te hemos echado tanto de menos.
Le estaba cubriendo de besos la cara, como una madre a su hijo. Como debería haber podido besar a Arthur.
– Cuánto me alegra verte, tía Mary -dijo.
La abrazó con fuerza y hundió la cara en el hueco de su cuello, porque de verdad era su madre de todas las maneras que importan. Y la había echado de menos. Buen Dios, la había echado de menos y en ese momento no importaba que la hubiera herido de la peor manera imaginable. Sólo deseaba continuar abrazado por ella.
– Uy, Jack -dijo ella, sonriendo llorosa-. Debería azotarte por estar tanto tiempo lejos. ¿Por qué no venías? ¿No sabías lo preocupados que estábamos? ¿Cómo…?
– Ejem.
Mary se interrumpió y miró, todavía acariciándole a él la cara.
La viuda había llegado a la puerta y estaba detrás de él en la escalinata de piedra.
– Usted debe de ser la tía -dijo.
Mary la miró un momento, sorprendida, y finalmente contestó:
– Sí, ¿y usted es…?
– Tía Mary -se apresuró a decir él, antes que la viuda pudiera abrir la boca-, debo presentarte a la duquesa de Wyndham viuda.
Mary lo soltó, se inclinó en una reverencia y se hizo a un lado para dejarla pasar.
– ¿La duquesa de Wyndham? -repitió, mirándolo con evidente conmoción-. Santo cielo, Jack, ¿no podías habernos enviado un aviso?
Jack consiguió esbozar una tensa sonrisa.
– Es mejor así, te lo aseguro.
En ese momento entraron los demás del grupo y Jack hizo las presentaciones, haciendo esfuerzos por no fijarse en la palidez de su tía, que aumentó más aún cuando le presentó al duque de Wyndham y al conde de Crowland.
– Jack -susurró ella, angustiada-, no tengo las habitaciones. No tenemos nada lo suficientemente…
– Por favor, señora Audley -dijo Thomas, haciéndole una cortés y respetuosa venia-, no se tome muchas molestias por mí. Ha sido imperdonable por nuestra parte no haberle avisado. No hace ninguna falta que llegue a extremos por nosotros. Aunque… -miró hacia la viuda, que ya estaba en el vestíbulo, con expresión agria-, tal vez nos preste su mejor habitación para mi abuela. Eso nos hará las cosas más fáciles a todos.
– Faltaría más -dijo Mary-. Por favor, por favor, hace frío. Deben entrar todos. Jack, ¿necesito decirte…?
– ¿Dónde está vuestra iglesia? -interrumpió la viuda.
– ¿Nuestra iglesia? -preguntó Mary, mirando a Jack desconcertada-. ¿A estas horas?
– No es mi intención rendir culto -ladró la viuda-. Deseo examinar el libro de registros.
– ¿Continúa el párroco Beveridge? -preguntó Jack, para interrumpir a la viuda.
– Sí, pero seguro que ya está acostado. Son las nueve y media, y yo diría que es madrugador. Tal vez por la mañana. Yo…
– Este es un asunto de importancia dinástica -interrumpió la viuda-. No me importa que sea pasada la medianoche. Vamos a…
– A mí me importa -interrumpió Jack, silenciándola con una mirada glacial-. No va a ir a sacar de la cama al párroco. Ha esperado todo este tiempo. Bien puede esperar hasta mañana, maldita sea.
– ¡Jack! -exclamó Mary-. No lo eduqué para que hablara de esa manera -dijo a la viuda.
– No, claro que no -dijo Jack, y eso era lo más cercano a una disculpa que iba a decir mientras la viuda lo estuviera mirando altiva.
– Usted era la hermana de su madre, ¿verdad? -preguntó la viuda.
Mary pareció bastante perpleja por el cambio de tema.
– Sí.
– ¿Estuvo presente en su boda?
– No.
– ¿No estuviste? -preguntó Jack, sorprendido.
– No, no pude asistir. Estaba a punto de dar a luz. -Lo miró pesarosa-. Nunca te lo dije, el bebé nació muerto. -Se le suavizó la expresión-. Ese fue uno de los motivos de que me hiciera tan feliz tenerte a ti.
– Iremos a la iglesia por la mañana -declaró la viuda, no interesada en el historial obstétrico de Mary-. A primera hora. Encontraremos los papeles y todo quedará resuelto.
– ¿Los papeles? -repitió Mary.
– La prueba de la boda -dijo la viuda, mordaz; miró a Mary con una expresión glacial de superioridad, y con un movimiento de la cabeza la descartó-: ¿Es tonta?
Menos mal que Thomas la cogió del brazo y de un tirón la hizo retroceder, porque Jack la habría estrangulado.
– Louise no se casó en la iglesia de Butlersbridge -dijo Mary, entonces-. Se casó en Maguiresbridge, en el condado de Fermanagh, donde nos criamos.
– ¿A qué distancia está eso? -preguntó la viuda, intentando soltar el brazo de la mano de Thomas.
– A veinte millas, excelencia.
La viuda masculló algo muy desagradable; Jack no logró entender las palabras exactas, pero Mary se puso blanca como el papel, y se giró hacia él con una expresión casi alarmada.
– ¿Jack? ¿De qué va esto? ¿Por qué necesitan una prueba de la boda de tu madre?
Él miró a Grace que estaba casi detrás de su tía; ella le hizo un leve gesto de aliento. Entonces él se aclaró la garganta y explicó:
– Mi padre era su hijo.
Mary miró a la viuda horrorizada.
– Tu padre… John Cavendish, ¿quieres decir…?
– ¿Puedo intervenir? -preguntó Thomas.
– Por favor -dijo Jack; estaba agotado.
– Señora Audley -dijo Thomas, con más dignidad y serenidad de lo que Jack se podría haber imaginado-, si hay alguna prueba del matrimonio de su hermana, su sobrino es el verdadero duque de Wyndham.
– El verdadero duque de… -Mary se cubrió la boca, espantada-. No, no es posible. Le recuerdo. Al señor Cavendish. Era… -Movió los brazos como tratando de describirlo con gestos; después de intentar varias veces describirlo con palabras, dijo finalmente-: Él no nos habría ocultado algo así.
– En ese tiempo no era el heredero -le explicó Thomas-, y no había ningún motivo para pensar que lo sería.
– Oh, Dios mío. Pero si Jack es el duque, usted…
– No lo soy -terminó él, irónico-. Se puede imaginar, sin duda, nuestra impaciencia por tener resuelto esto.
Mary lo miró conmocionada. Después miró a Jack. Y después pareció que sentía una enorme necesidad de sentarse.
– Estoy de pie en el vestíbulo -declaró la viuda altivamente.
– No seas grosera -la regañó Thomas.
– Ella debería haberse ocupado de…
Thomas le cogió el brazo con la otra mano y la hizo avanzar, rodeando a Jack y a su tía.
– Señora Audley -dijo-, estamos muy agradecidos de su hospitalidad. Todos.
Mary asintió agradecida, y se volvió hacia el mayordomo.
– Wimpole, ¿serías tan…?
– Por supuesto, señora -dijo él y se alejó.
Jack no pudo dejar de sonreír al verlo alejarse. Sin duda iba a despertar al ama de llaves para que hiciera preparar los dormitorios necesarios. Wimpole siempre sabía lo que necesitaba la tía Mary antes que ella lo dijera.
– Tendremos preparadas las habitaciones enseguida -dijo Mary y se volvió hacia Grace y Amelia que estaban algo apartadas-. ¿Les importaría compartir habitación? No tengo…
– No es ningún problema -contestó Grace amablemente-. Lo pasamos muy bien en compañía mutua.
– Ah, gracias -dijo Mary en tono aliviado-. Jack, tú tendrás que ocupar tu vieja cama en el cuarto de los niños y, vamos, qué tontería. No debería hacerles perder el tiempo aquí en el vestíbulo. Vamos al salón, donde se pueden calentar junto al fuego hasta que estén listas las habitaciones.