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Daphne lo miró desconcertada por el repentino cambio de tema.

– ¿El qué?

Le soltó la mano lo justo para agitar la suya en el aire.

– Esto. Este interminable desfile de fiestas. Con su madre pisándole los talones siempre.

Daphne abrió la boca, sorprendida.

– Dudo que ella lo viera igual-dijo y luego, con la mirada perdida en algún asunto del salón, añadió-: Pero sí, supongo que vale la pena. Tiene que valerla.

Volvió a la realidad y lo miró a la cara, con una honestidad aplastante en los ojos.

– Quiero un marido. Quiero una familia. Si lo piensa, no es tan descabellado. Soy la cuarta de ocho hermanos. Sólo conozco el concepto de familia numerosa. No sé si sabría vivir de otra forma.

Simon la miró a los ojos, fija e intensamente. Escuchó una voz de alarma en su cabeza. Deseaba a esa chica. La deseaba tan desesperadamente que estaba empezando a excitarse, pero sabía que nunca, nunca podría ni siquiera tocarla. Porque hacerlo significaría destrozar todos sus sueños y, a pesar de su reputación, no estaba seguro de poder vivir con ese peso sobre sus espaladas.

Nunca se casaría, nunca tendría hijos y eso era precisamente lo que Daphne esperaba de la vida.

Simon disfrutaría de su compañía porque sabía que no sería capaz de negarse eso. Pero debería dejarla intacta para otro hombre.

– ¿Duque? -preguntó Daphne, y cuando Simon la miró, añadió-: ¿Dónde estaba?

Simon inclinó la cabeza.

– Pensaba en lo que ha dicho.

– ¿Y le parece bien?

– En realidad, no recuerdo la última vez que hablé con alguien que tuviera tanto sentido común -dijo, lentamente-. Está muy bien saber qué se quiere en la vida.

– ¿Y usted lo sabe?

¿Cómo responder a esa pregunta? Simon sabía que había ciertas cosas que no podía decir. Pero es que era tan fácil hablar con esta chica. Estaba cómodo con ella, aunque algo en su interior ardiera de deseo por ella. Habitualmente, no era normal mantener ese tipo de conversaciones cuando se acababa de conocer a alguien pero, de algún modo, entre ellos surgió de manera natural.

Al final, Simon dijo:

– Cuando era más joven, hice una serie de promesas. Y ahora intento vivir mi vida acorde a esas promesas.

Ella lo miró con curiosidad, pero la buena educación le prohibió hacer más preguntas.

– Dios mío -dijo ella, con una sonrisa un tanto forzada-, nos hemos puesto muy serios. Y yo que creía que estábamos hablando de quién lo había pasado peor esta noche.

En ese momento, Simon se dio cuenta de que los dos estaban atrapados. Atrapados por las convenciones y las expectativas sociales.

Y fue entonces cuando se le ocurrió algo. Una idea extraña, loca y terriblemente brillante. También era bastante peligrosa, ya que implicaba compartir muchos momentos con Daphne, algo que seguro lo llenaría de deseo insatisfecho, pero Simon se enorgullecía de tener mucho control sobre sí mismo y estaba seguro de que no sucumbiría a sus instintos más básicos.

– ¿No le gustaría tomarse un respiro? -preguntó, inesperadamente.

– ¿Un respiro? -repitió Daphne, sorprendida. Mientras bailaban, miró a su alrededor-. ¿De las fiestas?

– No exactamente. Creo que tendrá que seguir acudiendo a las fiestas y a los bailes. Lo que tengo en mente implicaría más tomarse un respiro de la persecución de su madre.

Daphne estuvo a punto de atragantarse por la sorpresa que le produjo el comentario.

– ¿Vas a eliminar a mi madre de la vida social? ¿No le parece una decisión un poco extrema?

– No estoy hablando de eliminar a su madre de la vida social, sino a usted.

Daphne se tropezó con su propio pie y, cuando recuperó el equilibrio, tropezó con los de Simon.

– ¿Cómo dice?

– Cuando volví, mi intención era evitar todo este circo -le explicó-. Pero estoy descubriendo que me va a resultar totalmente imposible.

– ¿Por qué de repente no puede pasar sin ratafía y limonada aguada? -se burló ella.

– No -dijo Simon, ignorando todo el sarcasmo de Daphne-.Mas bien porque me he encontrado con que la mitad de mis amigos de la universidad se han casado y, ahora, sus esposas parecen obsesionadas con ofrecer una gran fiesta…

– Y le han invitado.

Simon asintió, sonriente.

Daphne se le acercó, como si le fuera a confesar un secreto.

– Es un duque -dijo-. Puede decir que no.

Observó con fascinación cómo se le tensaba la mandíbula.

– Esos hombres -dijo-, sus maridos…son mis amigos.

Daphne notó que se estaba riendo, aunque estuviera mal.

– Y usted no quiere herir los sentimientos de sus esposas.

Simon hizo una mueca, incómodo por el cumplido.

– Vaya, vaya -dijo Daphne, con picardía-. Si al final resultará que es un buen hombre.

– No soy bueno -dijo él, muy seco.

– Puede, pero tampoco es cruel.

Los músicos dejaron de tocar y Simon le ofreció el brazo para guiarla hasta el perímetro del baile. Estaban en el lado opuesto a los Bridgerton, así que tenían tiempo para continuar su conversación mientras caminaban lentamente.

– Lo que intentaba decirle -continuó Simon -, antes que me interrumpiera, es que, al parecer, tendré que asistir a muchas fiestas.

– Un destino casi peor que la muerte.

Simon ignoró el comentario.

– Y supongo que usted también deberá acudir a todas.

Daphne asintió.

– A lo mejor hay una manera de que me pueda librar de las hermanas Featherington y sus semejantes y, al mismo tiempo, usted pueda ahorrarse los intentos de emparejarla de su madre.

Daphne le miró a los ojos.

– Continúe.

Simon la miró con intensidad.

– Nos comprometeremos.

Daphne se quedó callada. Sencillamente, lo miraba intentando decidir si era el hombre más maleducado que había conocido o si estaba loco.

– No será un compromiso de verdad -añadió Simon, impaciente-. Dios mío, ¿qué clase de hombre cree que soy?

– Bueno, ya me habían advertido sobre su reputación -dijo Daphne-. Y esta misma noche trató de intimidarme con sus encantos, en el pasillo.

– No es verdad.

– Claro que lo es -dijo ella, dándole un golpe en el brazo-. Pero le perdono. Estoy segura de que no pudo evitarlo.

Simon parecía sorprendido.

– Ninguna mujer me había tratado nunca con tal condescendencia.

Ella levantó los hombros.

– Seguro que sí, pero hace mucho tiempo y no lo recuerda.

– ¿Sabe una cosa? Al principio, creí que seguía soltera porque sus hermanos habían ahuyentado a todos sus pretendientes, pero ahora empiezo a preguntarme si no lo habrá hecho usted solita.

Para su sorpresa, Daphne sólo rió.

– No -dijo-. No me he casado porque todos los hombres me ven como a una amiga. Ninguno me ve como a una mujer de la que podrían enamorarse -sonrió-. Excepto Nigel, claro.

Simon reflexionó sobre sus palabras un instante y se dio cuenta de que Daphne podía sacar mucho más de aquella situación de la que había creído en un principio.

– Escuche-dijo Simon-, y escuche con atención, porque ya casi hemos llegado donde está su familia y Anthony nos está mirando como si fuera a asaltarnos en cualquier momento.

Los dos miraron a la derecha. Anthony seguía atrapado por las hermanas Featherington. No parecía muy contento.

– Mi plan es el siguiente -continuó Simon, hablando en voz baja y serena-. Tendremos que hacer ver que entre nosotros ha saltado la chispa. Y me libraré de las debutantes porque ya no seré un hombre disponible.

– Eso no es así -le rectificó Daphne-. No lo verán como tal hasta que esté delante del obispo pronunciando sus votos.

Sólo la idea hizo que se le revolviera el estómago.

– Tonterías -dijo-. A lo mejor tardan un poco de tiempo, pero estoy seguro de que, al final, podré convencer a toda la sociedad de que no estoy disponible para el matrimonio.

– Excepto conmigo -añadió Daphne.