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– Excepto con usted -dijo-, pero nosotros sabremos que no es verdad.

– Por supuesto -dijo Daphne-. Honestamente, no creo que funcione, pero si está tan convencido…

Lo estoy.

– ¿Y yo qué consigo?

– En primer lugar, si su madre cree que estoy interesada en usted, dejará de pasearla de hombre en hombre.

– Algo engreído de su parte -dijo ella sonriendo-, pero cierto.

Simon ignoró, una vez más, el comentario.

– Y en segundo lugar -continuó-, los hombres están más interesados en una mujer cuando otro hombre se interesa por ella.

– ¿Y eso qué quiere decir?

– Quiere decir, sencillamente, y perdone el engreimiento -dijo, lanzándole una sardónica mirada para demostrar que había escuchado su sarcástico comentario anterior-, que si todos creen que voy a convertirla en mi duquesa, todos esos hombre que sólo la consideran una buena amiga, empezarán a mirarla con otros ojos.

Daphne apretó los labios.

– ¿Y eso quiere decir que, cuando suspenda el compromiso y me abandone tendré una legión de pretendientes a mis pies?

– Oh, por favor, le concederé el placer de decir que ha sido usted la que se ha echado atrás.

Simon vio que Daphne ni se molestó en darle las gracias.

– Sigo pensando que yo gano mucha más que usted en todo esto -dijo ella.

Simon le apretó suavemente el brazo.

– Entonces, ¿lo hará?

Daphne miró a la señora Featherington, que parecía una ave de presa, y a su hermano, que parecía que se había tragado un hueso de pollo. Había visto esas mismas caras decenas de veces, aunque en las facciones de su madre y de algún posible pretendiente.

– Si -dijo, con firmeza-. Lo haré.

– ¿Por qué crees que tardan tanto?

Violet Bridgerton tiró de la manga de la chaqueta de su hijo, incapaz de apartar la mirada de su hija que, al parecer, había llamado la atención del duque de Hastings. Sólo llevaban una semana en Londres y ya se habían convertido en la bomba de la temporada.

– No lo sé -respondió Anthony, mirando aliviado las espaladas de las mujeres Featherington, que se alejaban hacia su próxima víctima-. Pero parece que lleven horas caminando.

– ¿Crees que al duque le gusta Daphne? -preguntó Violet, emocionada-. ¿Crees que nuestra Daphne realmente tiene alguna posibilidad de convertirse en duquesa?

A Anthony se le llenaron los ojos de impaciencia e incredulidad.

– Madre, tú misma le dijiste a Daphne que ni siquiera debían verla en público con el duque y ahora piensas en casarlos. Increíble.

– Mis palabras fueron prematuras-dijo, agitando la mano en el aire-. Está claro que es un hombre muy refinado y con buen gusto. Y, si puedo preguntarlo, ¿cómo sabes tú lo que le dije a Daphne?

– Me lo dijo ella, claro -mintió Anthony.

– Hmmmmph. Está bien. Además, estoy convencida que Portia Featherington no olvidará esta noche mientras viva.

Anthony abrió los ojos como platos.

– ¿Intentas encontrarle un marido a Daphne para que sea feliz como esposa y como madre o sólo quieres ganar a la señora Featherington en la carrera hasta el altar?

– Lo primero, por supuesto -respondió Violet, enfadada-. Y me ofende que pienses que me muevo por otro motivo. -Apartó la mirada de Daphne y el duque lo justo para dirigirla hacia la señora Featherington y sus hijas-. Aunque no me importará ver su cara cuando descubra que ha sido Daphne la que se ha llevado el gato al agua.

– Madre, no tienes remedio.

– No. A lo mejor no tengo vergüenza, pero sí tengo remedio.

Anthony agitó la cabeza y dijo algo incomprensible entre dientes.

– Hablar entre dientes es de mala educación -dijo Violet, sólo para molestarlo. Luego vio que Daphne y el duque se acercaban-. ¡Ya están aquí! Anthony, compórtate. ¡Daphne! ¡Duque!-Hizo una pausa hasta que la pareja se detuvo frente a ella-. Por lo que veo, habéis disfrutado del baile.

– Mucho -dijo Simon-. Su hija es grácil y encantadora en partes iguales.

Anthony dio un resoplido de incredulidad.

Simon lo ignoró.

– Espero que tengamos el placer de volver a bailar juntos muy pronto.

A Violet se le iluminó la mirada.

– Estoy convencida que a Daphne le encantaría. -Y como Daphne no dijo nada, Violet añadió-. ¿No es verdad, Daphne?

– Por supuesto -respondió ella, con recato.

– Seguro que su madre no sería tan permisiva de dejar que me concediera otro baile -dijo Simon, con ese aire de cortés duque-, pero espero que nos dé su permiso para dar un paseo por el salón de baile.

– Acabáis de dar un paseo por el salón -dijo Anthony.

Simon volvió a ignorarlo.

– Nos mantendremos siempre donde usted pueda vernos, por supuesto -le dijo a Violet.

El abanico de seda que Violet tenía en la mano empezó a agitarse a toda velocidad.

– Sería un honor. Bueno, para Daphne sería un honor. ¿No es así, querida?

Daphne era la viva imagen de la inocencia.

– Por supuesto.

Entonces, bastante malhumorado, Anthony dijo:

– Y yo iré a tomarme un vaso de coñac porque creo que me estoy poniendo enfermo. ¿Qué diablos está pasando aquí?

– ¡Anthony! -exclamó Violet. Se giró hacia Simon-. No se lo tenga en cuenta.

– Nunca lo hago -dijo Simon afablemente.

– Daphne -dijo Anthony-. Sería un placer ser tu acompañante.

– Anthony -dijo Violet-. Si no van a salir del salón, no creo que tu hermana necesite ningún acompañante.

– No, insisto.

– Podéis marcharos -les dijo Violet a Daphne y a Simon, mientras agitaba una mano-. Anthony irá dentro de un momento.

Anthony hizo ademán de irse detrás de ellos, pero Violet lo sujetó por la muñeca.

– ¿Qué diablos crees que estás haciendo? -le dijo, en voz baja.

– ¡Proteger a mi hermana!

– ¿Del duque? No puede ser malo. En realidad, me recuerda a ti.

Anthony hizo una mueca.

– Entonces, puedes estar convencida de que necesita mi protección.

Violet le dio un golpe en el brazo.

– No sea tan sobreprotector con ella. Si Hastings hace el más mínimo intento de sacarla al balcón, te prometo que te dejaré ir a rescatarla. Sin embargo, hasta que eso, que es tan improbable, suceda, te pido por favor que dejes que tu hermana disfrute de su momento de gloria.

Anthony miró a Simon.

– Mañana mismo lo mataré.

– Dios mío -dijo Violet, agitando la cabeza-. No sabía que fueras tan obsesivo. Se supone que, como madre tuya que soy, debería saberlo, sobre todo porque eres el mayor y, por lo tanto, eres al que más conozco pero…

– ¿Ése no es Colin? -la interrumpió Anthony.

Violet parpadeó y luego entrecerró los ojos.

– Si, sí que lo es. ¿No es magnífico que haya regresado antes de tiempo? Cuando lo vi, hace una hora, casi no me lo podía creer. De hecho, pensaba…

– Será mejor que vaya con él -dijo Anthony-. Parece aburrido. Adiós, madre.

Violet observó como Anthony se alejaba, posiblemente huyendo de su charla aleccionadora.

– Tonto -dijo, en voz baja.

Sus hijos seguían cayendo en sus trampas. Cuando empezaba a hablar de nada en particular, desparecían en un santiamén.

Suspiró, satisfecha, y volvió a mirar a su hija, que estaba al otro lado del salón, con la mano apoyada cómodamente en el antebrazo del duque. Hacían muy buena pareja.

Sí, pensó Violet, con los ojos algo llorosos, su hija sería una magnífica duquesa.

Entonces buscó a Anthony, que estaba donde ella quería que estuviera: lejos. Podía sentir una sonrisa interna del corazón. Los hijos eran tan fáciles de manejar.

Entonces, la sonrisa se convirtió en una mueca cuando vio que Daphne volvía del brazo de otro hombre. Los ojos de Violet escrutaron el salón hasta que encontró al duque.

Maldición, ¿qué diablos hacía Hastings bailando con Penélope Featherington?