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– Debería haber visto lo duro que trabajaba ese niño para mejorar. Se me rompía el alma al verlo.

Daphne tenía las uñas clavadas en el sofá. La señora Colson daba rodeos y no iba a ningún sitio.

– Pero nada de lo que hiciera era suficientemente bueno para el duque. Es mi opinión, claro, pero…

Justo en ese momento, se abrió la puerta y apareció la doncella con el té. Daphne estuvo a punto de gritar de frustración. Entre que dejaron la bandeja en la mesa y sirvieron el té, pasaron unos dos minutos, y mientras tanto la señora Colson le preguntó cuántas pastas quería y si las quería normales o con cobertura de azúcar.

Daphne tuvo que apartar las manos del sofá porque estaba destrozando la tapicería que la señora Colson había cuidado con tanto esmero. Al final, cuando la doncella se fue, la señora Colson bebió un sorbo de té y dijo:

– Bueno, ¿qué le estaba diciendo?

– Me estaba hablando del difunto duque -dijo Daphne, rápidamente-. Que nada de lo que hiciera mi marido era suficientemente bueno para él y que en su opinión…

– Dios mío, me estaba escuchando atentamente -dijo la señora Colson-. Me alaba.

– Pero ¿decía…?

– Sí, claro. Sólo iba a decir que, durante mucho tiempo, he creído que el duque no le perdonó a su hijo que no fuera perfecto.

– Pero, señora Colson -dijo Daphne-, nadie es perfecto.

– Claro que no, pero… -Los ojos del ama de llaves miraron al vacío un momento con una expresión de total desprecio hacia el difunto duque-. Si lo hubiera conocido, lo entendería. Había esperado tanto tiempo un hijo. Y, en su opinión, el nombre de los Basset era sinónimo de perfección.

– ¿Y mi marido no era el hijo que quería? -preguntó Daphne.

– No quería un hijo. Quería una pequeña y perfecta réplica suya.

Daphne no pudo contener más su curiosidad.

– Pero ¿por qué el duque repudiaba tanto a Simon? ¿Qué había hecho?

La señora Colson abrió los ojos y se colocó una mano encima del pecho.

– ¿No lo sabe? -dijo-. Claro, ¿cómo iba a saberlo?

– ¿El qué?

– Que no podía hablar.

Daphne se quedó boquiabierta.

– ¿Cómo dice?

– No podía hablar. No dijo una palabra hasta los cuatro años y, entonces, todo fueron tartamudeos. Cada vez que abría la boca me moría de la pena. Sabía que, en su interior, se escondía un niño brillante. Lo único es que no podía decir bien las palabras.

– Pero si ahora habla muy bien -dijo Daphne, sorprendida por el tono defensivo que había utilizado-. Nunca lo he oído tartamudear. O, si lo he hecho, n-n-nunca me he dado cuenta. ¿Ve? Yo misma acabo de hacerlo. Cuando estamos alterados, todos tartamudeamos un poco.

– Se esforzó mucho por mejorar. Siete años, lo recuerdo. Durante siete años, no hizo otra cosa que practicar con su niñera. -La señora Colson se puso pensativa-. ¿Cómo se llamaba? Ah sí, la niñera Hopkins. Era una santa. Se dedicó en cuerpo y alma a ese niño como si fuera suyo. En aquella época, yo era la ayudante del ama de llaves, pero me solía dejar entrar y ayudarla con las clases.

– ¿Y le costaba? -susurró Daphne.

– Algunos días, pensaba que explotaría de la frustración. Pero era muy testarudo. Sí señor, era un chico muy testarudo. Nunca he visto a nadie tan entregado a una tarea. -La señora Colson agitó la cabeza con tristeza-. Y su padre seguía rechazándolo. Se me…

– Rompía el corazón -dijo Daphne, terminando la frase por ella-. A mí me habría pasado lo mismo.

La señora Colson bebió un sorbo de té durante el largo e incómodo silencio que se produjo.

– Muchas gracias por permitirme tomar el té con usted, señora -dijo, malinterpretando el silencio de Daphne-. Ha sido muy poco habitual por su parte invitarme, pero muy…

Daphne la miró mientras el ama de llaves buscaba la palabra adecuada.

– Amable -dijo, la señora Colson, al final-. Ha sido muy amable.

– Gracias -murmuró Daphne, distraída.

– Pero no le he dicho nada de Clyvedon -dijo, de repente, la señora Colson.

Daphne agitó la cabeza.

– Otro día, quizás -dijo.

Ahora tenía muchas cosas en las que pensar.

La señora Colson, consciente de que Daphne deseaba estar sola, se levantó, hizo una reverencia y, sigilosamente, se marchó.

CAPÍTULO 16

El asfixiante calor que ha hecho esta semana en Londres ha sido un verdadero impedimento para los actos sociales. Esta autora vio cómo la señorita Prudence Featherington se desmayaba en el baile de Huxiey, pero es imposible saber si fue por el calor o por la presencia de Colin Bridgerton, que ya ha roto más de un corazón desde su regreso del continente.

Lady Danbury también ha caído víctima de las sofocantes temperaturas y se fue de Londres hace varios días, alegando que SH gato (una criatura con mucho pelo) no soportaba el calor. Es de suponer que se habrá refugiado en su casa de campo de Surrey.

Cualquiera diría que a los duques de Hastings no les han afectado las altas temperaturas; están en la costa, donde la brisa marina siempre se agradece. Sin embargo, esta autora no puede estar segura porque, en contra de lo que muchos piensan, no tiene espías en todas las familias y, mucho menos, fuera de Londres.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,

2 de junio de 1813

Era extraño, pensó Simon, que no llevaban casados ni quince días y ya habían adquirido unas rutinas y costumbres muy agradables. Ahora mismo, él estaba descalzo en la puerta de su vestidor aflojándose la corbata mientras observaba a su mujer peinándose.

Y el día anterior había hecho lo mismo. Había algo extrañamente natural en esa situación.

Y las dos veces, pensó maliciosamente, había planeado seducirla y llevársela a la cama para hacerle el amor. Ayer, por supuesto, lo había conseguido.

Una vez aflojada la corbata, la dejó caer al suelo y dio un paso adelante.

Hoy también lo conseguiría.

Se detuvo al lado de Daphne y se apoyó en el tocador. Ella lo miró y parpadeó.

Simon le acarició la mano y los diez dedos quedaron alrededor del mango del cepillo.

– Me gusta ver cómo te cepillas el pelo -dijo-, pero me gusta mas hacerlo yo mismo.

Daphne lo miró fijamente. Lentamente, soltó el cepillo.

– ¿Has acabado con las cuentas? Estuviste con el contable mucho tiempo.

– Sí, fue un trabajo duro pero necesario, y… -Se quedó inmóvil-. ¿Qué estás mirando?

Daphne apartó los ojos de su cara.

– Nada -dijo ella, con la voz claramente entrecortada.

Simon agitó levemente la cabeza; un movimiento más dirigido a él que a ella, y luego empezó a peinarla. Por un momento, le había parecido que Daphne le estaba mirando la boca.

Intentó controlar la necesidad de tartamudear. Cuando era pequeño, la gente siempre le miraba la boca. Lo miraban con una fascinación horrorizada, mirándolo ocasionalmente a los ojos, pero siempre acababan volviendo a la boca, como si no pudieran creerse que un niño con un aspecto tan normal pudiera producir esos sonidos.

Pero ahora debía haber sido su imaginación. ¿Por qué iba Daphne a mirarle la boca?

Le paso el cepillo suavemente por el pelo, acariciándolo también con los dedos.

– ¿Te lo has pasado bien con la señora Colson? -le preguntó.

Daphne se estremeció. Fue un movimiento muy pequeño y pudo controlarlo bastante bien, pero Simon igualmente se dio cuenta.

– Sí -dijo-. Sabe muchas cosas de la casa.

– Ya lo creo. Ha vivido aquí desde siem… ¿Qué estás mirando?

Daphne dio un salto en la silla.

– Estoy mirando al espejo -dijo.

Y era cierto, pero Simon tenía la mosca detrás de la oreja. Daphne tenía los ojos fijos en un punto.

– Como te decía -dijo ella, bastante brusca-, estoy segura de que la señora Colson me será de gran ayuda para aprender a llevar Clyvedon. Es una propiedad muy grande y tengo mucho que aprender.