– ¿Quiénes?
– No lo sé. Gente que trabajaba para los capitanes o para Rourke. Fue perfecto. Lo mataron de forma que el ejército, su familia y prácticamente todo el mundo hubiese preferido mantener en secreto. La policía cerró el caso y punto.
Bosch se sentó junto a ella mientras narraba la historia y decidió no interrumpirla hasta que terminara, hasta que surgiera de ella como un demonio.
Eleanor explicó cómo encontró primero a Rourke. Para su enorme sorpresa, él estaba trabajando en el FBI. Ella llamó a sus amigos y logró el traslado de Washington a su brigada. Como usaba su apellido de casada, Rourke nunca supo quién era. Después de eso, Meadows, Franklin y Delgado fueron fáciles de localizar a través de las prisiones. No se le escaparían.
– Rourke fue la clave -dijo ella-. Me dediqué a convencerlo. Se puede decir que lo seduje con el plan.
Bosch sintió que algo se rompía dentro de él, un último sentimiento hacia ella.
– Le insinué claramente que quería dar un golpe. Sabía que él picaría porque tantos años de corrupción lo habían carcomido. Su codicia no tenía límites. Una noche me contó lo de los diamantes y cómo había ayudado a esos dos tíos, Tran y Binh, a sacarlos clandestinamente de Vietnam. A partir de ahí fue fácil planearlo todo. Rourke reclutó a los otros tres y usó sus influencias, anónimamente, claro, para que se reunieran en Charlie Company. Era un plan perfecto y, lo mejor era que Rourke creía que era suyo. Al final yo desaparecería con el dinero, Binh y Tran perderían la fortuna que habían amasado durante toda su vida y los otros cuatro saborearían el golpe de su vida para luego quedarse con la miel en los labios. Sería la mejor forma de hacerles daño. Pero nadie fuera del círculo de culpables iba a resultar herido… Las cosas se me fueron de las manos.
– Sí, Meadows se llevó el brazalete -le recordó Bosch.
– Sí. Lo vi en una de las listas de objetos empeñados que me mandaba el Departamento de Policía. Era pura rutina, pero me asusté. Esas listas iban a todas las unidades de robos del país. Pensé que alguien podía darse cuenta. Si arrestaban a Meadows, él cantaría. Se lo conté a Rourke y él también se asustó. Esperó a que estuviera casi terminado el segundo túnel y entonces hizo que los demás se enfrentaran a Meadows. Yo no estaba allí.
Sus ojos quedaron fijos en un punto lejano. En su voz ya no quedaba emoción alguna; sólo una lánguida monotonía. Bosch no tuvo que animarla a hablar. El resto salió solo.
– Yo no estaba allí -repitió ella-. Rourke me 11amó y me dijo que Meadows había muerto sin entregarles el recibo de la casa de empeños. Me contó que había hecho que pareciera una sobredosis. El muy cabrón incluso me explicó que conocía a alguien que lo había hecho antes y le había salido bien. ¿Te das cuenta? Estaba hablando de mi propio hermano. Cuando dijo eso supe que estaba haciendo lo correcto… Total, que Rourke necesitaba mi ayuda. Había registrado el piso de Meadows y no había encontrado el recibo. Eso significaba que Delgado y Franklin tendrían que robar la tienda para recuperarlo. Pero Rourke necesitaba que yo le echase un mano con el cuerpo de Meadows. No sabía qué hacer con él.
Eleanor explicó que sabía por el expediente de Meadows que lo habían arrestado por vagabundear en la presa. Según ella, no fue difícil convencer a Rourke de que sería un buen sitio para dejar el cadáver.
– Pero yo también era consciente de que la presa estaba en la División de Hollywood y que si el caso no te tocaba a ti al menos te enterarías y te interesarías por él en cuanto identificaran a Meadows. Yo sabía que lo conocías. Rourke estaba fuera de control y tú eras mi válvula de seguridad, en caso de que tuviera que cancelarlo todo. No podía dejar que Rourke volviera a salirse con la suya.
Ella miró hacia las lápidas. Alzó una mano distraídamente y la dejó caer, con resignación.
– Después de meter el cadáver en el todoterreno y cubrirlo con la manta, Rourke fue a echar un último vistazo al piso. Yo me quedé fuera. Había un gato en el maletero. Lo cogí y le pegué en los dedos a Meadows para que vieran que había sido asesinado. Recuerdo el sonido muy claramente. El hueso. Sonó tan fuerte que pensé que Rourke podría haberlo oído…
– ¿Y Tiburón? -preguntó Bosch.
– Tiburón -repitió con melancolía, como si intentara decir el nombre por primera vez-. Después de la entrevista le dije a Rourke que Tiburón no nos había visto la cara en la presa y que incluso había pensado que yo era un hombre. Pero cometí un error; le conté a Rourke tu sugerencia de hipnotizarlo. Aunque yo te frené y confiaba en que no harías nada sin mi permiso, Rourke no se fiaba de ti. Así que hizo lo que hizo. Cuando nos llamaron y vi a Tiburón…
Ella no terminó, pero Bosch quería saberlo todo.
– ¿Qué?
– Después, hablé con Rourke y discutimos porque le dije que lo estaba estropeando todo. Que estaba desmadrado matando a gente inocente. Me dijo que no había forma de pararlo. Franklin y Delgado estaban ilocalizables dentro del túnel. Habían desconectado las radios cuando metieron el C-4 porque era demasiado peligroso.
»Rourke dijo que no había forma de parar sin derramar más sangre. Y esa noche casi nos arrollan. Ése fue Rourke; estoy segura.
Eleanor confesó que a partir de ese momento los dos habían jugado a un juego de desconfianza mutua. El robo del Beverly Hills Safe & Lock había continuado tal como estaba planeado. Rourke despistó a Bosch y a todo el mundo para que no entraran a detenerlos.
Tenían que dejar que Franklin y Delgado lo hicieran aunque no hubieran diamantes en la caja de Tran. Rourke tampoco podía arriesgarse a bajar para avisarles.
Eleanor acabó con el juego cuando siguió a Bosch y mató a Rourke, que la miró a los ojos mientras se hundía en el agua negra.
– Y ésa es toda la historia -susurró.
– Mi coche está por allá -le señaló Bosch cuando se levantó del banco-. Voy a acompañarte.
Encontraron el vehículo en el camino y Bosch vio que ella se fijaba en la tierra fresca que cubría la tumba de Meadows.
Se preguntó si habría contemplado el entierro desde el edificio federal. Mientras conducía hacia la salida, Harry preguntó:
– ¿Por qué no lo olvidaste? Lo que le pasó a tu hermano fue en otro tiempo, en otro lugar. ¿Por qué no lo olvidaste?
– No sé cuántas veces me he preguntado eso y cuántas veces no he sabido la respuesta. Y todavía no la sé.
Estaban en el semáforo de Wilshire y Bosch se preguntaba qué iba a hacer.
Una vez más ella adivinó lo que pensaba, presintió su indecisión.
– ¿Vas a entregarme, Harry? Puede que te cueste probarlo. Todo el mundo está muerto. Y podría parecer que tú también eres parte de ello. ¿Vas a arriesgarte?
Él no dijo nada. El semáforo se puso verde y condujo hasta el edificio federal, aparcando cerca de la acera junto a las banderas.
– Si significa algo para ti, lo que pasó entre tú y yo, no era parte de mi plan. Ya sé que nunca sabrás si es la verdad, pero quería decirte que…
– No -la cortó él-. No digas nada.
Pasaron unos momentos de incómodo silencio.
– ¿Me vas a soltar?
– Creo que sería mejor para ti si te entregaras. Ve a buscar un abogado y vuelve. Diles que no tuviste nada que ver con los asesinatos, cuéntales la historia de tu hermano. Son gente razonable y querrán evitar el escándalo. El fiscal seguramente lo dejará en un delito menor. El FBI estará de acuerdo.