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– Ya están dentro, fuera del campo de visión. Por favor, dadnos instrucciones.

Bosch se volvió hacia Wish y arqueó las cejas. ¿Quién podría ser?

– Pide las descripciones de los dos que iban con Avery -sugirió ella. Bosch lo hizo.

– Dos varones de raza blanca -le dijo Hanlon-.

Los dos con trajes arrugados, camisa blanca, treinta y pocos años. Uno pelirrojo, corpulento, un metro setenta. El otro moreno, más delgado. No estoy seguro, pero yo diría que son polis.

– ¿Jekyll y Hyde? -se burló Wish.

– Lewis y Clarke. Tienen que ser ellos.

– ¿Qué hacen ahí dentro?

Bosch no lo sabía.

Wish le quitó la radio de la mano.

– ¿First?

La radio hizo un ruido.

– Creemos que los dos sujetos trajeados son agentes de policía de Los Angeles. No os mováis.

– Ahí están -dijo Bosch, cuando tres figuras entraron en la sala de la cámara acorazada. Abrió la guantera para sacar unos prismáticos.

– ¿Qué hacen? -insistió Wish mientras él intentaba enfocar.

– Avery está tecleando junto a la cámara. ¡Mierda! Creo que está abriendo la puerta.

A través de los prismáticos, Bosch vio a Avery alejarse del teclado y acercarse a la rueda que abría la puerta de la cámara. Entonces avistó a Lewis. Se había vuelto ligeramente y ahora miraba en dirección al aparcamiento. ¿Había una leve sonrisa en su rostro? Eso le pareció a Bosch. Acto seguido, Lewis desenfundó su arma, Clarke hizo lo propio y Avery comenzó a girar la rueda como si fuera el timón del Titanic.

– ¡Los muy idiotas están abriéndola!

Bosch salió disparado del coche y echó a correr rampa abajo, al tiempo que sacaba su pistola. Miró rápidamente a Wilshire y, al ver un agujero en el tráfico, cruzó la calle a toda velocidad. Wish lo seguía a poca distancia.

Aún estaba a veinticinco metros del Beverly Hills

Safe & Lock. Bosch supo que no llegaría a tiempo. Después de girar la rueda, Avery tiró de la puerta con todas sus fuerzas y ésta comenzó a abrirse lentamente. Bosch oyó la voz de Eleanor detrás de él.

– ¡No! -gritó-. ¡Avery! ¡Nooo!

Pero el cristal doble insonorizaba la cámara acorazada. Avery no podía oírla y, de todos modos, Lewis y Clarke no se habrían detenido.

Lo que ocurrió a continuación fue, para Bosch, como ver una película sin el sonido. La puerta que se abría lentamente, revelando una franja de oscuridad, daba a la imagen una cualidad etérea, casi acuática; los hechos parecían discurrir inexorablemente a cámara lenta. A Bosch le parecía como si estuviera sobre una cinta transportadora que avanzara en dirección contraria; a pesar de correr, no lograba acercarse. Bosch mantuvo la vista fija en la puerta de acero y aquel margen negro que se iba ensanchando. A continuación, el cuerpo de Lewis entró en su campo de visión y se dirigió a la cámara acorazada. Casi inmediatamente, propulsado por una fuerza invisible, Lewis retrocedió, alzó las manos y soltó la pistola, que tocó el techo y aterrizó en silencio. Al caer hacia atrás, su espalda y cabeza se desgajaron, salpicando el cristal de sangre y sesos. Bosch divisó el resplandor de un arma en la oscuridad de la cámara. Y entonces las balas se estrellaron silenciosamente contra el cristal doble, que se resquebrajó en forma de diminutas telas de araña. Lewis atravesó una de las lunas de cristal y se precipitó sobre la acera, un metro más abajo.

Ahora que la puerta de la cámara estaba medio abierta, el tirador tenía un mayor campo de acción. La ráfaga de ametralladora se volvió hacia un boquiabierto y desprotegido Clarke, que ofrecía un blanco perfecto. Esa vez Bosch oyó los tiros. Clarke intentó alejarse inútilmente de la línea de fuego, pero también él salió propulsado hacia atrás por el impacto de las balas. Se estrelló contra Avery y ambos cuerpos cayeron como sacos sobre el suelo de mármol pulido.

Los disparos cesaron.

Bosch saltó a través de la abertura que ocupaba antes la pared de cristal y se arrastró boca abajo sobre el mármol y el polvo de vidrio. Cuando miró hacia el interior de la cámara acorazada, distinguió la figura borrosa de un hombre que desaparecía por un agujero, levantando un remolino de polvo y humo. Como un mago, el hombre se había evaporado entre las sombras. De la oscuridad del fondo de la cámara emergió un segundo hombre y caminó de lado hacia el agujero mientras se cubría con un rifle de asalto M-16. Bosch lo reconoció como Art Franklin, uno de los hombres de Charlie Company.

Cuando la boca negra de la M-16 se dirigió hacia él, Bosch apuntó su pistola con las dos manos, apoyó las muñecas en el suelo frío, y apretó el gatillo. Franklin hizo fuego al mismo tiempo, pero sus tiros fueron altos y Harry oyó que el cristal se rompía a su espalda. Bosch disparó dos veces hacia el interior. Una bala rebotó contra la puerta de acero; la otra le dio a Franklin en el pecho y lo derribó. Sin embargo, con gran agilidad, el hombre herido rodó hacia el agujero y se lanzó de cabeza. Bosch mantuvo la pistola apuntada hacia la puerta del recinto blindado, esperando a alguien más. Pero no se oía sonido alguno, salvo los ahogados gemidos de Clarke y Avery a su izquierda. Bosch se levantó con la pistola todavía fija en la oscuridad. En ese momento entró Eleanor, sosteniendo su Beretta. Con la cautela de expertos tiradores, Bosch y Wish se acercaron cada uno por un lado de la puerta. En el teclado de la pared de acero había un interruptor y, cuando Bosch lo apretó, el interior de la cámara acorazada se inundó de luz. Él le hizo un gesto con la cabeza y Wish entró primero. La cámara estaba vacía.

Bosch retornó rápidamente hacia Clarke y Avery, que seguían enredados en el suelo. Mientras Avery gimoteaba, Clarke se agarraba la garganta y luchaba por respirar. Tenía la cara tan roja que por un momento a Bosch le pareció que se estaba estrangulando a sí mismo. Clarke yacía sobre el torso de Avery y su sangre los cubría a ambos.

– Eleanor -gritó Bosch-. Pide refuerzos y ambulancias. Avisa al Equipo de Operaciones Especiales de que los ladrones van para allá. Al menos dos. Con armas automáticas.

Bosch cogió a Clarke por los hombros de la chaqueta y lo arrastró fuera de la línea de fuego. El detective de Asuntos Internos había recibido un impacto de bala en la parte inferior del cuello. La sangre le empapaba los dedos y por la comisura de los labios le brotaban burbujas rojas. Tenía sangre en el pecho, temblaba y comenzaba a sufrir espasmos. Estaba muriéndose. Harry se volvió hacia Avery, que tenía sangre en el pecho y cuello, y un trozo de esponja húmeda de color marronáceo en la mejilla: era un pedazo del cerebro de Lewis.

– Avery, ¿le han dado?

– Sí, bueno…, creo… no sé -logró decir con voz ahogada.

Bosch se arrodilló junto a él e inspeccionó su cuerpo y ropas ensangrentadas. No le habían dado. Bosch se lo dijo y a continuación se dirigió hacia la calle para examinar a Lewis, que yacía bocarriba en la acera. Estaba muerto. Las balas lo habían cogido en un arco ascendente y le habían cosido todo el cuerpo. Había heridas en la cadera derecha, estómago, pecho izquierdo y parte izquierda de la frente. Lewis había muerto antes de estrellarse contra el cristal. Ahora descansaba con los ojos abiertos, fijos en la nada.

En ese momento Wish volvió del vestíbulo.

– Los refuerzos están en camino -anunció.

Ella tenía la cara roja y respiraba tan entrecortadamente como Avery. Apenas parecía controlar el movimiento de sus ojos, que vagaban desorbitados por la sala.

– Cuando lleguen los refuerzos -dijo Bosch-, diles que hay un agente amigo ahí abajo. Díselo también a vuestra gente del Equipo de Operaciones Especiales.

– ¿De qué hablas?

– Voy a bajar. Le he dado a uno y creo que está bastante grave. Era Franklin. Otro bajó delante de éclass="underline" Delgado. Quiero que nuestros hombres sepan que estoy ahí abajo. Diles que yo llevo un traje. A ellos los reconocerán por sus monos militares negros.

Bosch extrajo los tres cartuchos usados de su pistola y la recargó con nuevas balas que sacó del bolsillo. En la distancia aullaban unas sirenas. Bosch oyó unos golpes y vio a Hanlon, que llamaba a la puerta de vidrio del vestíbulo con la culata de su arma. Desde ese ángulo, el agente del FBI no podía ver que la pared de cristal de la sala estaba hecha añicos. Bosch le hizo un gesto para que diera la vuelta.