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Uno a uno, se movieron para obedecer. Kremer los vio bajar, ocuparse cada uno de ellos de un hombre de la fila.

Eso lo dejaba solo con los capitanes mercenarios bajo el dosel. Se volvió y los miró: seis endurecidos veteranos de docenas de pequeñas guerras. Éstos no tenían tierras ni propiedades en las que pensar. Capaces de dominar a sus tropas simplemente por medio de amenazas, tenían mucho menos que temer de los planeadores y las armas mágicas. En caso de duda, se limitarían a actuar.

Kremer los necesitaba si quería asediar las ciudades del este y poner coto a sus tonterías « democrático-monárquicas». Y para mantenerlos durante una campaña prolongada, necesitaría dinero.

—Caballeros —dijo—, ¿quiere alguno de vosotros un poco más de brandy?

2

—¿Dennis?

—¿Mmmm? ¿Qué… qué pasa, Linnora? —Dennis alzó la cabeza. Tuvo que frotarse los ojos. Todavía estaba oscuro fuera. A1 otro lado de la pequeña caseta de pastor, Arth roncaba suavemente tendido en el suelo.

Linnora había dormido acurrucada junto a Dennis, bajo la misma manta. Ahora estaba sentada, los ojos grises parpadeando a la pálida luz de las lunas.

—Dennis, acabo de volver a sentirlo.

—¿Sentir qué?

—Esa sensación de que algo o alguien ha venido al mundo. Como cuando supe que tu casita de metal había llegado, hace muchos meses… y cuando te sentí llegar a Tatir a ti también.

Dennis sacudió la cabeza para despejarse.

—¿Quieres decir que alguien utiliza el zievatrón?

Linnora no comprendía. Simplemente se quedó contemplando la noche.

Dennis se preguntó si en efecto Linnora podía detectar cuándo funcionaba el zievatrón. Si era así, ¿significaba eso que alguien más había atravesado la máquina de transferencia de realidades, siguiéndole hasta aquel mundo?

Suspiró. Se apiadó del pobre diablo, fuera quien fuese. No había nada que pudiera hacer ahora por ayudarlo, eso estaba claro. Al tipo le esperaban unas cuantas impresiones fuertes.

—Bueno, no tiene sentido preocuparse por eso —le dijo a la princesa—. Acuéstate y duerme un poco. Mañana nos espera un día duro.

3

Mientras la luz del amanecer se desparramaba sobre el prado, la extraña casita brillaba con los colores del rescate de un rey en metal. El erudito Hoss´k susurró a sus guardias que continuaran en silencio.

Hoss´k miró la casita, calculador. Sólo los dioses sabían cómo iba a destrozar la maldita cosa. Hubo un motivo por el que se abstuvo de hacerlo meses antes. Y no fue sólo la necesidad de llevar a la princesa capturada a Kremer lo antes posible.

De todas formas, el asunto entero podía resultar un fiasco. Igual que la última vez, Hoss´k acababa de llegar ¡sólo para ver que alguien se le adelantaba! Una figura solitaria caminaba impaciente por el claro, murmurando en voz baja y sacando cajas de la pequeña casa de metal.

Con la escasa luz, Hoss´k casi llegó a creer que se trataba del mago extranjero en persona. Después de todo, la casa de metal era uno de los lugares obvios donde buscarlo.

¡Tal vez pudiera obligar a Nuel a desmantelar la casa por él! En cualquier caso, capturar al mago y devolverlo a Kremer haría mucho por aliviar la ira del señor de la guerra.

Hoss´k se sintió decepcionado cuando la luz creciente reveló que el intruso era un hombre de pelo claro. No se trataba de Dennis Nuel, aunque el tipo parecía bastante alto, como el mago.

Mientras sus guardias y él esperaban a cubierto bajo un grupito de árboles, parecía que el tipo hablaba con un acento extrañísimo. Hoss´k se esforzó por entender las palabras mientras el forastero murmuraba para sí.

—¡… dito lío! ¡Mecanismo de regreso destrozado… material esparcido por el suelo… nota absurda sobre seres inteligentes! —El forastero hizo una mueca mientras se abría paso entre los artículos esparcidos par el suelo.

—… desquitando conmigo, eso es lo que está haciendo. Sólo porque fui a K-Mart a comprar estas cosas en vez de a los grandes almacenes tan caros que eligió… probablemente decidió jugar a los exploradores, y desmontó el maldito zievatrón para asegurarse de que nadie más pudiera arreglarlo… debía saber que Flaster me elegiría a continuación…

Hoss´k ya había oído suficiente. Un mago valdría por otro. ¡Tal vez éste fuera más razonable!

Indicó a sus guardias que se desplegaran para rodear al confiado extranjero.

4

—¿Qué haces, Denniz?

Dennis alzó la cabeza de su trabajo. Con la escasa luz anterior al amanecer se sentía cansado a irritable. Se suponía que Arth tenía que estar con Linnora, ayudándole a preparar el desayuno para el agotador día que les esperaba.

—¿Qué te parece que estoy haciendo, Arth?

—Bueno… —Arth se frotó la barbilla, adoptando la pose que él consideraba de «ingeniero». Evidentemente, pensaba que la pregunta de Dennis era socrática, no sarcástica.

—Uh, me parece que estás uniendo el planeador al carro, convirtiendo sus alas en velas, como en un barco.

Dennis se encogió de hombros.

Arth chasqueó los dedos.

—¡Claro! ¿Por qué no? Hay un montón de viento en estas alturas. ¡Podría ayudarnos en algunas de esas extensiones cuesta arriba!

Se volvió hacia la choza, de donde empezaban a brotar olores de cocina.

—¡Eh, princesa! —gritó—. ¡Venid a echar un vistazo a lo que ha elaborado el mago!

Dennis suspiró y trabajó con ahínco. Tendrían que salir pronto de allí. Habían ganado una buena ventaja la tarde anterior, pero las tropas de Kremer no estarían muy lejos. Sólo deseaba poder estar tan seguro como Linnora y Arth de que podría sacarlos del próximo atolladero. Odiaría ver la decepción en sus rostros cuando finalmente los dejara en la estacada.

5

—¡Padre, los ataques han comenzado!

El príncipe Linsee alzó la cabeza del gran mapa que estudiaba mientras su hijo, Proll, entraba en la sala de conferencias.

—¿Dónde han golpeado?

—Todos los pasos del este están siendo atacados por los aliados de Kremer. Los ataques fueron sincronizados por mensajeros que volaban en sus malditos planeadores. Esperamos que otro contingente nos ataque a lo largo de la ruta comercial del norte dentro de un día como máximo.

Linsee miró a Demsen. El jefe del destacamento de Exploradores Reales sacudió la cabeza.

—Si todos los señores del oeste se han unido a Kremer, no podré llevar un mensaje al rey, sobre todo con esos planeadores en el aire. Las llanuras de Darb son demasiado extensas para cruzarlas en una sola noche, ni siquiera montando un caballo rápido.

—¿Quizá con un globo? —sugirió Linsee.

Demsen se encogió de hombros.

—¿Y arriesgar los pocos que tenemos? Sigel y Gath hacen todo lo que pueden, pero a menos que nuestra gente pueda convocar una nidada de krenegee para ayudarnos, dudo que la flotilla esté preparada a tiempo.

El príncipe Linsee parecía abatido. Había pocos motivos para la esperanza.

—No te preocupes, viejo amigo. —Demsen dio una palmada al príncipe en el hombro—. Les plantaremos cara. Y puede que se nos ocurra algo.

6

—¡Creía que estas velas eran para ayudarnos! —gruñó Arth mientras tiraba del pequeño carro.

Dennis empujaba por detrás.

—¡Tal vez no funcione! ¡No todas las buenas ideas cuajan! ¡Demándame!

Empujaron el carro por una pendiente empinada hasta llegar a una extensión amplia y regular donde pudieron descansar. Dennis se secó el sudor de la frente a indicó a Linnora que volviera a subir a bordo.