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– En la seis -respondió Will.

Claire se dirigió a recepción a grandes zancadas y tomó la llave de la habitación.

– Voy a subir a hacerte las maletas y después intentaré conseguir un vuelo en el que podamos irnos los dos.

Y sin más, dio media vuelta y se dirigió hacia las escaleras. Para cuando llegó a su habitación, tenía el pleno convencimiento de que había tomado la decisión correcta. Tenía que volver con Eric a Nueva York, aceptar un trabajo en su agencia y comenzar una nueva vida. Y en sólo unos meses, sus vacaciones en Irlanda y aventura con Will Donovan no serían nada más que un recuerdo agradable.

Localizó la habitación de Eric, abrió la puerta y fijó la mirada en las sábanas revueltas. El sujetador de Sorcha colgaba de uno de los postes de la cama. Pensó que debería estar enfadada, o celosa, o sentir algo. El hombre con el que había estado durmiendo hasta hacía una semana había estado en la cama con otra mujer. Pero no sentía nada, más allá de una ligera irritación.

Con un suave juramento, entró en la habitación, agarró una bolsa de viaje y comenzó a guardar cosas.

– ¿Qué estás haciendo?

Claire cerró los ojos al oír la voz de Will.

– Estoy haciéndole las maletas. Se va. Y yo no debería haberme ido contigo. Debería haberme asegurado de que regresara a Nueva York.

– Eso no es justo. No puedes culparte a ti misma.

– ¿A quién debería culpar entonces? ¿A ti?

– Es un hombre adulto. ¡Puede hacer lo que le apetezca!

– Se irá a Nueva York. En esta isla no duraría ni una semana.

– ¿Y tú te vas a ir con él?

– Me temo que es la única forma de conseguir que se suba en ese avión -replicó Claire. Metió una camisa doblada en la bolsa y se volvió hacia Will-. ¿En qué estabas pensando cuando le pediste a Sorcha que se ocupara de él?

– Ya te lo he dicho. Quería que le distrajera.

– Que le sedujera, querrás decir -musitó Claire, mirando con expresión asesina el sujetador de Sorcha.

– ¿Y qué? -replicó Will-. ¿Qué tiene eso de malo? Quería tenerte para mí solo durante unos días y pensé que Sorcha era la persona más adecuada para ocuparse de Eric. Sé que no puedo ofrecerle lo que quieres. Claire. Podría ofrecerte mucho más, pero no sé si eso te haría cambiar de opinión. Dios mío, antes tenía todo lo que cualquier mujer podía desear, pero no quería a ninguna de las mujeres que lo querían. Y ahora no tengo nada que tú puedas querer, pero te quiero a ti.

– Se suponía que lo nuestro no iba a durar. Los dos estuvimos de acuerdo en eso, ¿recuerdas?

– Sí, pero necesitaba prolongarlo todo lo que pudiera, y por eso llamé a Sorcha.

– Quizá haya sido mejor así. Si no hubiera tenido una buena razón para irme, es posible que me hubiera quedado. Pero no quiero ser la responsable de que Eric eche a perder su vida profesional por culpa de esa… bruja.

– ¿Y qué me dices sobre todas las razones que tienes para quedarte?

– Esas son las mismas razones por las que volveré. Esto no quiere decir que todo vaya a terminar entre nosotros. Podemos volver a vernos.

– Sí, claro -dijo Will, asintiendo.

Claire encontró el billete de Eric en el bolsillo interior de su chaqueta y se lo tendió a Will.

– Mi billete está en la repisa de la chimenea de mi habitación. Los dos viajamos con la misma compañía. ¿Puedes llamar para ver si podemos salir mañana a primera hora?

– ¿Vas a volver a Chicago o te vas con Eric a Nueva York?

Claire pensó durante largo rato su respuesta.

– A Nueva York. En realidad, el vuelo llega a Newark, así que bastará con que digas que vamos allí.

Will le quitó el billete, salió y cerró la puerta tras él sin decir palabra. Claire inclinó la cabeza y suspiró. Lo único que le quedaba por hacer era convencerse a sí misma de que había tomado la decisión correcta.

Will se sirvió un vaso de whisky, se inclinó hacia delante y posó los antebrazos en la mesa. Estaba llegando el día que tanto había temido y no podía hacer nada para evitarlo. Había hecho lo que Claire le había pedido y había llamado a la compañía aérea. Claire y Eric tomarían el avión en Shannon a las diez de la mañana del día siguiente. Tendrían que marcharse en el primer ferry, de modo que sólo le quedaban doce horas para estar con ella.

Claire se marcharía al día siguiente y él volvería a la vida de la que disfrutaba antes de que aquella mujer se hubiera presentado en su puerta. Recordó aquella noche, y también la innegable atracción que había experimentado en cuanto había puesto sus ojos en ella. No había hecho nada para resistirse a aquella atracción, y en ese momento estaba pagando el precio de no haberlo hecho.

– ¿Me invitas a una copa?

Will alzó la mirada y descubrió a Sorcha en el marco de la puerta.

– Sírvele tú misma.

Sorcha sacó un vaso del armario y se sirvió unos dedos de whisky.

– Lo siento, no pude resistirme.

– No estoy enfadado. Tú tienes tus propias necesidades y yo no soy nadie para impedir que las satisfagas.

– Es un tipo muy atractivo. Tiene un cuerpo increíble, y, además, es inteligente y divertido. Y piensa que soy una mujer interesante, inteligente y misteriosa.

– Por favor, dime que no te has acostado con él.

– De acuerdo, no me he acostado con él. ¿Eso te hace sentirte mejor?

– No, porque estás mintiendo.

– Soy una mujer adulta, puedo hacer lo que me apetezca, sin necesidad de que tú me animes a ello. Además, tú estabas con la norteamericana, así que no entiendo por qué estás tan enfadado.

– No estoy enfadado.

Sorcha se lo quedó mirando fijamente y entonces gimió.

– Oh. Dios mío, te has enamorado de ella, ¿verdad?

– ¿Y qué si me he enamorado?

– ¿Es que no has aprendido nada de mí, Will? El sexo es maravilloso, pero disfrutar del sexo no significa que tengas que encargar ya el ajuar. Lo que has tenido con Claire es sólo sexo, nada más.

– Eso tú no lo sabes.

– Os separa todo un océano -alzó la mano-, y ahora no me digas que el amor puede con todo. Eso son tonterías sentimentales.

– Antes apreciaba tu cinismo, pero ahora mismo me agota.

Sorcha se apartó el pelo de los ojos y le miró con atención.

– Entonces, ¿de verdad la quieres? ¿No estás confundiendo el amor con el sexo?

– No, creo que la quiero de verdad.

– Pues díselo.

– ¿Pero no te das cuenta de lo ridículo que sonaría? Sólo hace una semana que nos conocemos. No puedes enamorarte de alguien en una semana.

– Claro que puedes. Se llama amor a primera vista. Le pasa a mucha gente.

– Si ella quisiera quedarse, se quedaría. Se lo he pedido más de una vez. Pero, por si no lo has notado, ha aprovechado la primera oportunidad que ha tenido para irse con su ex prometido. Creo que con esa reacción ya tengo mi respuesta. Diablos, si incluso me ha pedido que le hiciera los arreglos del vuelo.

– Entonces, ¿por qué no te vas con ella?

– Nadie me ha invitado.

– Dios mío, eres el hombre más tonto con el que me he cruzado en mi vida. Si de verdad quieres a esa mujer, vete con ella.

– Se supone que, si de verdad tenemos que estar juntos, terminaremos estándolo. Pero no creo que podamos estar seguros de lo que sentimos hasta que no nos separemos.

– Muy bien, echa a perder toda tu vida si quieres. Pero cuando te sientas triste y solo, no vengas a buscarme. Porque no pienso ofrecerte ni una gota de compasión -bebió el último sorbo de whisky y se alisó el vestido-. Y ahora, si no te importa, voy a llevarme a Eric al pub, para que podamos pasar nuestra última noche en un ambiente divertido. Y tú también deberías aprovechar para disfrutar.

Will se despidió con un gesto de Sorcha, dejó su vaso en el fregadero y se dirigió al salón. Se acercó a la chimenea para echar más turba y retrocedió para contemplar el fuego.