Sorcha le había dicho que su vida cambiaría completamente en una semana. Will podría decir que era una locura, pero la verdad era que tenía la sensación de que Sorcha sabía que iba a pasar algo importante la noche de la llegada de Claire. Y quizá también él lo supiera.
Había estado esperando que llegara el momento de dar un paso al frente, y quizá ese momento había llegado. Podía decidir ignorarlo y esperar o aprovechar aquella oportunidad y ver hasta dónde le llevaba.
Se volvió y subió las escaleras. La habitación de Eric estaba vacía, su equipaje descansaba al lado de la cama. Continuó hasta la habitación de Claire: la encontró sentada al borde de la cama, preparando el despertador.
– Tu avión sale a las diez de la mañana -le dijo-. Tendrás que irte en el ferry de las seis. Pediré que vaya un coche a recogeros a Fermoy para llevaros al aeropuerto.
– Sorcha ha dicho que nos llevaría. ¿Se lo has dicho a Eric?
– No, pero he hablado con Sorcha. Eric y ella van a cenar en el pueblo. Si quieres, puedo preparar algo para nosotros.
– No, hemos comido tarde. Sólo quiero dormir un poco -sonrió a modo de disculpa-. Este fin de semana no hemos dormido mucho, ¿verdad?
El significado de sus palabras era evidente: no iban a pasar la noche juntos.
– Bueno, si quieres comer algo, la cocina siempre está abierta.
– Gracias.
Will hundió las manos en los bolsillos, sin saber muy bien qué decir a continuación.
– Se supone que deberíamos despedirnos…
– De acuerdo, entonces…
Claire dio un paso adelante y le tendió los brazos. Will la envolvió vacilante en los suyos, enterró el rostro en su pelo y respiró su dulce fragancia. La echaría de menos, pero quizá llegara un día en el que la imagen de Claire dejara de filtrarse en sus pensamientos a cada minuto. Retrocedió y le dio un beso en la boca.
– Cuídate. Claire.
– Tú también. Y si alguna vez vas a Nueva York, llámame.
Will necesitó de toda su fuerza de voluntad para soltarla. Tomó aire, caminó hacia la puerta y se obligó a marcharse sin mirar atrás. Una vez abajo, tomó las llaves de recepción y salió al frío de la noche.
Caminó hasta el coche, se metió y lo puso en marcha. Al salir del pueblo, sintonizó la radio y estuvo buscando en el dial hasta encontrar una canción de U2. Tomó la pista que llevaba al círculo de piedras y cuando llegó al final, se detuvo con la mirada fija en la oscuridad.
Nervioso, salió del coche, dejando el motor y las luces encendidas. La lluvia fría laceraba su piel como si fueran fragmentos de cristal los que caían sobre su rostro. Aun así, continuó avanzando hacia el círculo de piedras, siguiendo aquel camino que tenía grabado en el cerebro desde los años de la adolescencia.
Caminó hasta el altar y alzó la mirada hacia el cielo, un cielo negro, sin luna. Oía en la distancia las olas que rompían contra el acantilado. La lluvia le empapaba la camisa y los vaqueros, pero el frío le ayudaba a entumecer cualquier otro sentimiento.
Cerró los ojos, esperando que la lluvia borrara también sus pensamientos. Pero nada de lo que hiciera podría acabar con sus recuerdos, con el tacto de la piel de Claire, con la esencia de su pelo, con el sonido de su voz y la imagen de su cuerpo desnudo.
Estaba enamorado de Claire y no podía hacer nada para evitarlo.
Cuando Will regresó a la posada horas después, completamente empapado, se quitó los zapatos y cruzó el comedor y la cocina. Sin molestarse en buscar un vaso, agarró la botella de whisky y bebió un largo trago. El whisky caldeó su vientre y poco a poco fue haciendo desaparecer el frío de sus piernas y sus brazos.
Pero no conseguía sacarse a Claire de la cabeza. Sin pensar lo que hacía, se dirigió hacia la entrada y subió las escaleras. Al llegar a su habitación, giró el picaporte y vio que estaba abierta. Sin vacilar un instante, entró en el dormitorio de Claire.
La luz del bailo estaba encendida, iluminando la habitación lo suficiente como para permitirle distinguir el rostro de Claire.
Will permaneció junto a su cama, embebiéndose de su imagen.
Pero era como si de pronto Claire fuera intocable, como si ya se hubiera ido. La distancia que los separaba crecía con cada segundo. Will dejó la botella de whisky en la mesilla, alargó la mano y le apartó el pelo de los ojos con delicadeza. Pero no le bastó con mirarla. Se inclinó hacia delante y posó los labios en su frente, inhalando la esencia de su pelo.
Cuando retrocedió. Claire tenía los ojos abiertos. Se miraron durante largo rato: ninguno de ellos se movía, ninguno hablaba. Claire se incorporó entonces sobre un codo, buscó sus labios y le rodeó el cuello con un brazo para que se acercara. Al hacerlo, tocó la camisa empapada y frunció el ceño.
Se sentó en la cama y rápidamente, comenzó a desabrocharle en la camisa. A Will le castañeaban los dientes, pero no sabía si era por el frío o por la emoción de estar otra vez con ella.
Mientras Claire le desnudaba, permanecía mirándola, con los brazos a ambos lados de su cuerpo, como si temiera que pudiera cambiar de opinión y pedirle que se fuera. Cuando terminó de desnudarle. Claire abrió las sábanas en una silenciosa invitación.
Will se tumbó a su lado mientras ella se quitaba el camisón y lo tiraba al suelo. Permanecieron después tumbados, apoyando la frente el uno contra el otro. Claire comenzó a acariciarle lentamente el brazo, después la espalda.
Suspiró al sentir cómo iba desapareciendo el entumecimiento de sus músculos para ser sustituido por un delicioso calor. Comenzaron a tocarse, al principio vacilantes, pero el deseo no tardó en apoderarse de los dos.
Will capturó su boca en un beso lleno de un deseo agridulce. Sabía que no le pediría nada más que aquella última noche juntos. Se puso sobre ella y colocó las caderas entre sus piernas: le hizo alzar las rodillas y comenzó a mecerse contra ella. Y sentir su piel desnuda contra la suya estuvo a punto de desbordarle.
Aunque quería enterrarse dentro de ella, era completamente consciente de que no tenía preservativo. Ir a buscar uno supondría tener que abandonar la habitación y no sabía lo que podía pasar si lo hacía. Así que prefirió quedarse y buscar otras formas de alcanzar el orgasmo.
Continuaba moviéndose contra ella: la base de su miembro acariciaba la humedad que se deslizaba entre las piernas de Claire. Ella gemía suavemente, se arqueaba hacia él con la respiración convertida en una sucesión de jadeos. Comenzaron a estabilizar el ritmo de sus movimientos y Will cerró los ojos, disfrutando de aquella fricción.
Y, de pronto. Claire se apartó ligeramente y cuando volvieron a encontrarse. Will se deslizó dentro de ella. Se quedó paralizado, sorprendido ante aquel error. Claire estaba tan húmeda, tan abierta, que había sido casi inevitable. Pero entonces Claire comenzó a moverse otra vez y Will comprendió que no había sido un error. Claire sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Gimió para sí ante la intensidad de aquellas sensaciones. Nada los separaba. La última barrera había caído. El calor de Claire le rodeaba, le envolvía, le acariciaba, y se sentía más excitado con cada una de sus caricias.
Claire gimió suavemente y cuando comenzó a retorcerse debajo de él. Will se supo cerca del orgasmo. Abandonó entonces su interior, pero continuó restregándose contra Claire, para, al cabo de unos segundos, volver a hundirse en ella.
La respiración de Claire se había convertido en una sucesión de jadeos. Continuaba moviéndose, aferrada a sus hombros y estremecida por el deseo. Y sólo entonces se permitió Will rendirse al increíble placer que estaba experimentando.
Lentamente, fueron elevándose juntos hasta el clímax. Los movimientos eran cada vez más rápidos. Claire se arqueaba contra él en cada una de sus embestidas. Will la sintió tensarse a su alrededor y estremecerse después con una serie de contracciones. Él se hundió en ella por última vez y se entregó completamente al orgasmo.